El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 28 de octubre de 2013

Donde reside el amor



Dirección: Jocelyn Moorhouse.
Guión: Jane Anderson (Novela: Whitney Otto).
Música: Thomas Newman.
Fotografía: Janusz Kaminski.
Reparto: Winona Ryder, Anne Bancroft, Ellen Burstyn, Kate Nelligan, Alfre Woodard, Maya Angelou, Kate Capshaw, Loren Dean, Samantha Mathis, Dermot Mulroney, Derrick O'Connor, Jean Simmons, Lois Smith, Rip Torn, Mykelti Williamson, Jared Leto, Johnathon Schaech, Will Estes.

Finn (Winona Ryder) está en un momento delicado de su vida: está a punto de terminar sus estudios, aunque prolonga indefinidamente su tesis doctoral; también está prometida con Sam (Dermot Mulroney) y la fecha de su boda se aproxima peligrosamente. Llena de dudas, Finn decide pasar el verano con su familia con el pretexto de terminar su tesis.

Donde reside el amor (1995) es, como el propio título indica, una extensa reflexión sobre el amor, sus encantos y sus peligros, a través de las experiencias de una serie de mujeres maduras que le cuentan a la indecisa y temerosa Finn sus propias experiencias. La película se llena de flash backs en los que se van desgranando los dramas personales y las frustraciones de esas mujeres, reunidas para confeccionar una colcha nupcial para Finn.

Jocelyn Moorhouse decide crear un film romántico y preciosista que se apoya fundamentalmente en una fotografía cálida y muy hermosa a cargo de Janusz Kaminski, la partitura melancólica de Thomas Newman y un tono sosegado, de confidencias, que le da a la película un aire intimista, serio y cálido.

Para completar el cuadro, la directora reúne un reparto espectacular plagado de nombres famosos a la cabeza del cuál se sitúa una Winona Ryder en la plenitud de su carrera, aportando ese aire ingenuo, frágil y su belleza delicada y algo aniñada. A su lado, rostros como los de Anne Bancroft (El graduado de Mike Nichols, 1967), una sólida actriz, más rotunda aún en su madurez, o la rescatada Jean Simmons, que aún demuestra que el talento no se pierde con la edad, o la oscarizada Ellen Burstyn de Alicia ya no vive aquí (Martin Scorsese, 1974).

Y dicho todo ésto, he de aclarar que Donde reside el amor me resultó un film pedante, lento, pretencioso y vacío. Un mero ejercicio de presunción y estilo a cargo de una directora que quería dejar para la posteridad un película grandiosa y, para mí, se quedó en un envoltorio cargante y ostentoso que encierra en realidad muy poca autenticidad. Y tampoco el público y los críticos aplaudieron en su momento la película.

Desde el principio uno adivina por dónde van a ir los tiros y los peores temores se van confirmando con pasmosa exactitud: unos personajes estereotipados; unas relaciones trazadas con lápiz grueso y que no terminan de llegarnos; un esquema repetitivo a base de ir desvelando el pasado de las mujeres que tejen la colcha y que se reduce a meros ejercicios de estilo que buscan deslumbrarnos con la impecable y cargante belleza formal; un personaje principal inmaduro para su edad que no termina de resultar del todo creíble; el recurso a una extraña justificación moral para el engaño de Finn a su novio que suena a pura mojigatería... y para rematar, un final feliz a todas luces forzado e incoherente con todo lo que habíamos visto anteriormente; el supuesto enfoque progresista, con las dos abuelas fumando hierba incluído, se diluye de pronto en un final donde triunfa el amor contra toda lógica por encima de engaños, soledades, dramas y miedos. Hay que dejar a los espectadores un buen sabor de boca y para Jocelyn Moorhouse eso sólo se consigue con la reconciliación de todos y a toda prisa, pues no se puede alargar ya mucho más un film que se iba haciendo interminable.

En definitiva, puede que el tono empalagoso y la cuidada presentación lleguen a engatusar a muchos, pero para mí, Donde reside el amor no es más que un film pretencioso y que no me llega a emocionar en ningún instante. Lo mejor, el reparto, sin duda alguna.

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