El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 9 de mayo de 2014

Cimarrón


Dirección: Anthony Mann.
Guión: Arnold Schulman (Novela: Edna Ferber).
Música: Franz Waxman.
Fotografía: Robert Surtees.
Reparto: Glenn Ford, Maria Schell, Anne Baxter, Arthur O'Connell, Russ Tamblyn, Mercedes McCambridge, David Opatoshu, Vic Morrow, Robert Keith, Charles McGraw, Harry Morgan

Sabra (Maria Schell), una joven de buena familia, acaba de casarse con Yancey Cravat (Glenn Ford), un aventurero siempre dispuesto a embarcarse en cualquier proyecto. En este caso, Yancey va camino de Oklahoma, un territorio virgen en el que el gobierno, para colonizarlo, ha decidido regalar tierras a todos aquellos que decidan instalarse en ese lugar.

Segunda adaptación de la novela de Edna Ferber, tras la lejana versión de Wesley Ruggles de 1931, Cimarrón (1960) es un western ambicioso, una de esas películas que abarcan toda una vida y muestran un pedazo de historia. En este caso, Mann nos cuenta la vida de un pionero, un hombre aventurero, honesto y valiente que ayudará al nacimiento del estado de Oklahoma: Yancey Cravat.

En general, suelo mirar concierto recelo este tipo de proyectos. Querer abarcar mucho en el cine no siempre da los resultados esperados. Hace falta mucho talento para lograr que una historia de este tipo cuaje. Normalmente, estamos acostumbrados a argumentos contenidos, con una clara delimitación temporal, un conflicto concreto y unos personajes definidos. Pero cuando se abordan historias como la presente, todo resulta más complicado: los personajes cambian demasiado a lo largo del film; aparecen demasiados puntos de interés y no siempre todos son abordados con la intensidad requerida; el hilo conductor puede no tener la misma fuerza siempre... y todo ello sucede con Cimarrón, que tiene un muy buen nivel en su primera parte, con la colonización de Oklahoma, pero que va perdiendo fuerza a medida que el relato comienza a dar saltos en el tiempo. Pero hay otros defectos más, desde mi punto de vista, que el paso del tiempo no ha hecho sino agrandar.

En primer lugar, la película es demasiado moralista desde el primer minuto. El personaje de Glenn Ford es un dechado de virtudes, el hombre perfecto, el pionero valiente, cargado de altísimos principios, intachable... es tan perfecto que corre el riesgo de no caernos bien. Hasta sus defectos son presentados, en cierto modo, como virtudes. Y este retrato tan simplista se repite en su mujer, presentada como alguien incapaz de comprender a su marido y, sin embargo, el matrimonio no dejará de profesarse un amor tan incondicional, a pesar del abismo que los separa, que no termina de resultar convincente.

A esto hemos de añadir un tono sensiblero un tanto pasado de rosca; además en muchos momentos el tono de algunas escenas resulta demasiado teatral y melodramático. Es evidente que las ganas de crear un film grandioso han podido frente a la contención. No sé si en 1960 este tono resultaba conmovedor, pero vista hoy en día, Cimarrón me pareció una película un poco cargante y pretenciosa y que no logra en ningún momento alcanzar esa excelencia o esa épica de otras producciones similares, acordándome en estos momentos de Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, George Cukor, Sam Wood, 1939), también excesiva y melodramática, pero con una fuerza y un encanto que no aparecen aquí por ningún lado.

Glenn Ford, sin ser un actor especialmente carismático, es lo mejor del reparto, sin duda. Maria Schell cumple con su papel, si bien no resulta del todo creíble cuando la caracterizan de anciana. En cuanto a Anne Baxter, su personaje se pierde un poco en medio de este guión ambicioso, teniendo al final mucho menos protagonismo del esperado; en todo caso, ella realiza un buen trabajo. El resto de actores cumplen también con solvencia. Sin ser una película en la que el elenco llegue a brillar especialmente, sí que es verdad que no se puede reprochar nada a los actores salvo, en algunos casos, que adopten ese tono teatral que parece imperar en casi toda la historia.

Anthony Mann no filma aquí su mejor trabajo, aunque sigue siendo evidente su gusto por el espectáculo y no cabe duda que Cimarrón tiene algunos momentos muy logrados, como la escena de la carrera por las tierras de Oklahoma, sin duda de lo mejor de la película, además de mantener siempre un ritmo perfecto que consigue que la película, a pesar de su duración, no se haga pesada en ningún instante.

Cimarrón es uno de los últimos grandes westerns de la época clásica. Con la década de los sesenta, el género entraría en un declive del que aún no se ha recuperado. Sin llegar a ser un western redondo, se deja ver como un agradable espectáculo y ejemplo de un estilo caducado pero con cierto encanto aún.

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