El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 11 de mayo de 2014

Doble traición


Dirección: Bruce Beresford.
Guión: David Weisberg y Douglas S. Cook.
Música: Normand Corbeil.
Fotografía: Peter James.
Reparto: Ashley Judd, Tommy Lee Jones, Bruce Greenwood, Annabeth Gish, Spencer Treat Clark, Roma Maffia, Davenia McFadden, John Maclaren, Benjamin Weir, Jay Brazeau.

Durante una travesía en un velero, Libby Parsons (Ashley Judd) despierta por la noche descubriendo que su esposo Nick (Bruce Greenwood) ha desaparecido, dejando un rastro de sangre por el barco. Ante su sorpresa, Libby será acusada de haberlo asesinado.

Cuando algo nace torcido es casi imposible enderezarlo, y esto es lo que parece que sucede en el caso de Doble traición (1999), un thriller que se parece demasiado a un vulgar telefilm y hasta cuyo título es del todo desafortunado, matando la sorpresa argumental en que se basa la supuesta intriga de un plumazo.

Para empezar, la historia de Doble traición es tan absurda como increíble y por ahí es por donde empezamos a darnos cuenta de que estamos ante un film desangelado, absurdo y un tanto idiota que pretende engancharnos con una intriga tan inverosímil como predecible.

Con este punto de partida es fácil adivinar que nos espera una película bastante floja, con un desarrollo rutinario y sin demasiado interés. Desde el comienzo sabemos que la inocente Libby va a terminar resolviendo el equívoco y rehaciendo su vida, de eso nadie tiene dudas, así que solo nos queda intentar disfrutar de una parte central de la historia, bastante anodina y sin demasiado nervio, y de un final del que conocemos el desenlace de antemano, por lo que tan solo nos queda intentar descubrir si los guionistas se estrujaron un poco las neuronas para no caer en un final vulgar y ramplón. Y en efecto, no se estrujaron el cerebro, como era de esperar, con lo que desenlace no desentona para nada con este argumento tan pobre, dejándonos la convicción de que un adolescente hubiera tenido incluso más ingenio que los dos figuras que firman el guión.

Es tan pobre todo el tinglado que se cae en verdaderas tonterías, como que el marido encierre viva a su mujer en un ataúd cuando le hubiera costado mucho menos matarla y asunto resuelto. Aunque eso hubiera dejado el film sin la posibilidad de ese final tan logrado (sarcasmo).

Ashley Judd es el bonito rostro que se eligió para darle cierto encanto y atractivo a la historia. La verdad es que ella hace lo que puede, pero sigo pensando que a esta actriz le falta sangre en las venas. Eso sí, compone una madre muy angelical y conmovedora, y parece que es lo único en lo que pensaban los guionistas: provocar que saquemos el pañuelo unas cuantas veces. Tommy Lee Jones aporta un plus al film, es cierto, pero ni siquiera su presencia es capaz de despistarnos y hacernos olvidar que estamos ante una película mala de solemnidad. Completa la terna de protagonistas Bruce Greenwood, un malo tan de libro que en cuanto lo vemos sabemos que no es trigo limpio.

Bruce Beresford, Paseando a Miss Daisy (1989), no es capaz tampoco de darle brillo a la película. Su dirección es muy convencional y sin nada realmente destacable. Un trabajo el suyo bastante rutinario y que nos deja un film bastante plano, acorde con la historia que relata.

En definitiva, una película aburrida, predecible, idiota y sin alma. De esas producciones del montón que uno no termina de poder justificar ni entender. Totalmente insulsa.


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