El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 21 de julio de 2017

Alarma en el expreso



Dirección: Alfred Hitchcock.
Guión: Sidney Gilliat y Frank Launder (Novela: Ethel Lina White).
Música: Louis Levy.
Fotografía: Jack Cox.
Reparto: Margaret Lockwood, Michael Redgrave, Dame May Whitty, Paul Lukas, Basil Radford, Naunton Wayne, Cecil Parker.

Durante un viaje, la joven Iris Henderson (Margaret Lockwood) conoce a una simpática anciana, la señorita Froy (May Whitty), que la ayuda a recuperarse de un golpe en la cabeza. Sin embargo, después de despertar de un breve sueño, Iris comprueba que la señorita Froy ha desaparecido y cuando pregunta por ella todos los viajeros y personal del tren insisten en que no han visto a esa mujer.

Alarma en el expreso (1938) es una de las últimas películas de la etapa inglesa de Hitchcock, que gracias al éxito de este film, entre otros, partiría poco después a Estados Unidos, donde filmaría lo mejor de su filmografía.

Sin embargo, su etapa inglesa, si bien limitada en el aspecto técnico y más pobre en líneas generales que la americana, contiene algunas pequeñas joyas, entre las que está Alarma en el expreso, una película que es verdad que acusa no solo el paso del tiempo, sino que también posee un argumento que es difícil tomarse en serio, en especial en cuanto al desenlace. Aún así, Hitchcock demuestra un buen dominio de todos los elementos del film, lidiando con mano firme con las incongruencias del guión y, sobre todo, sabiendo darle un empaque a la historia, más allá del tema principal del espionaje que, eso sí, aporta una interesante intriga con la negación por parte de todos de la existencia de la señorita Froy. Por cierto, la acción transcurre en un país centro europeo imaginario (Vandrika), pero las similitudes con la Alemania nazi parecen notables.

El guión también posee una notable carga cómica, con un sin fin de detalles simpáticos, donde juega con los malos entendidos de corte sexual o se ríe abiertamente de la flema británica, encarnada en dos curiosos personajes secundarios, y llevándola al límite con la secuencia del asalto al vagón del tren al final de la película.

No falta tampoco la historia de amor, que transcurre de un modo fluido al tiempo que los protagonistas intentan aclarar el misterio de la mujer desaparecida, con momentos muy originales, como la pelea en el vagón de equipajes rodeados del atrezzo de un mago.

Alarma en el expreso cuenta también con un buen elenco de actores, de lo mejor de la época en Inglaterra, con una destacada May Whitty y el galán Michael Redgrave, padre de la famosa actriz Vanessa Redgrave.

Estamos por tanto ante un film algo envejecido por el paso del tiempo, es cierto, pero con un encanto innegable que precisamente le aporta su sencillez.

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