El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 13 de noviembre de 2018

Magia a la luz de la luna



Dirección: Woody Allen.
Guión: Woody Allen.
Fotografía: Darius Khondji.
Reparto: Emma Stone, Colin Firth, Marcia Gay Harden, Jacki Weaver, Eileen Atkins, Simon McBurney, Hamish Linklater, Erica Leerhsen, Jeremy Shamos, Antonia Clarke, Natasha Andrews.

Stanley Crawford (Colin Firth) es un reputado mago y una persona racional y malhumorada que disfruta desenmascarando a médiums farsantes, pues cree fervientemente que en la vida no hay nada más que lo que vemos. Por eso no duda en aceptar la invitación de un viejo amigo para desacreditar a Sophie (Emma Stone), una joven americana que dice tener poderes sobrenaturales.

El mundo de la magia siempre fascinó a Woody Allen, que la incluyó en algunas películas suyas como un elemento más del relato. Incluso jugó también con el mundo sobrenatural, con lo absurdo, la fantasía, y me viene directamente a la memoria La rosa púrpura de El Cairo (1985). Por eso, no extraña nada que Magia a la luz de la luna (2014) aúne el mundo de la magia con el de los médiums en una divertida comedia romántica ligera.

De nuevo, Woody Allen nos embauca con su facilidad para construir historias aparentemente sencillas que, bajo su elegancia y oficio, funcionan de maravilla. Magia a la luz de la luna nos cuenta una historia de lo más simple, un romance clásico, sin mucha novedad, pero con la maestría de quién se mueve en su elemento y sabe crear el ritmo y la emoción con una naturalidad desconcertante.

En este caso, opone a un frío, racional y muy arrogante mago con una joven alegre, fresca, mundana; y el desconcertante choque de ambos mundos produce la fascinación recíproca que ella acepta con naturalidad mientras que él tiene que vencer la resistencia interior que le levanta su mente racional y lógica. Al final, naturalmente, se impondrá la fuerza irracional del amor, aunque sin aparatosidad, claro está, pues Stanley parece no saber comportarse sin cierto encorsetamiento. Reconforta ver que un Woody Allen muy mayor aún es capaz de disfrutar y hacernos disfrutar también con la frescura del amor romántico.

Lo que se plantea en la película es la necesidad, en un mundo racional, dominado por la ciencia y lo evidente, de no perder del todo la ilusión por lo que no vemos, lo que no se entiende. Conservar una especie de fe que, aunque no tenga fundamento, puede ayudarnos a ser más felices.

Como protagonistas, la verdad es que la elección es perfecta, o casi, y lo explico. Tanto Colin Firth como Emma Stone demuestran que son unos actores descomunales. Del primero no extraña en absoluto su excelente trabajo, pues ha demostrado su talento con creces tanto en comedias como en papeles dramáticos a lo largo de su carrera. La mayor sorpresa viene de la mano de Emma Stone, antes de ganar el Oscar por La ciudad de las estrellas (La La Land) (Damien Chazelle, 2016), con una interpretación llena de matices, fresca y encantadora. Pero el problema viene de la diferencia de edad entre ambos, lo que hace que su idilio me pareciera un tanto forzado después de todo. No sé porqué a veces los directores no se esfuerzan por evitar este tipo de inconvenientes, lo cual es bastante habitual.

Por lo demás, la película me pareció, como me ocurre con frecuencia con estos últimos films del director, como una pequeña diversión, algo ligero, casi no del todo acabado, como quién filma más bien un boceto esperando después darle la forma definitiva, redondearlo, pulirlo. Me dio esa impresión y no es la primera vez que me sucede con alguno de los últimos films de Woody Allen.

Por lo demás, de nuevo me rindo a la gracia natural que parece poseer Woody Allen, que vuelve a crear un film encantador casi de la nada, de una simple idea, de algo casi intrascendente, pero que nos engancha casi al instante y nos transporta a otro mundo, sin esfuerzo, llevados del encanto y la naturalidad de las historias bien contadas.

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