El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 6 de febrero de 2019

Hud: El más salvaje entre mil



Dirección: Martin Ritt.
Guión: Irving Ravetch y Harriet Frank Jr. (Novela: Larry McMurtry).
Música: Elmer Bernstein.
Fotografía: James Wong Howe.
Reparto: Paul Newman, Melvyn Douglas, Patricia Neal, Brandon De Wilde, Whit Bissell, Crahan Denton, John Ashley.

Homer Bannon (Melvyn Douglas) es un viejo ganadero de ferreos principios morales, lo que le lleva a un enfrentamiento constante con su hijo Hud (Paul Newman), un vividor egoísta.

Drama generacional, o western moderno, como lo califican algunos, Hud: El más salvaje entre mil (1963) es una película diferente en muchos sentidos y que podríamos alinear en esa tendencia nacida en la década anterior de films que estudian la naturaleza humana, especialmente los cambios generacionales.

La película se centra en las complicadas relaciones de Hud y su padre, ambos con un concepto de la vida totalmente opuesto. El viejo Homer es un hombre recto, orgulloso de su rancho, de su trabajo y que se aferra a las tradiciones y a unos principios inalterables. Por ello, no puede comprender ni aprobar la actitud de Hud, que es del todo opuesto a él. Hud no parece tener principios, su única preocupación es hacer en cada momento lo que le apetezca, sin importarle para nada si es moralmente aceptable. Trabaja en el rancho, pero no se siente orgulloso de ello, más bien es algo que odia. Su único interés es pasar las noches en el pueblo, cortejando mujeres, casadas o solteras, bebiendo y peleando.

Hud cree que la oposición de su padre hacia él tiene su origen en que el accidente en el que, conduciendo borracho, provocó la muerte de su hermano. Pero en realidad, lo que censura su padre no es eso, sino la amoralidad de su hijo, algo que no puede admitir y que choca con todo lo que Homer defiende.

Y entre ambos, está Lon (Brandon De Wilde), el hijo del hermano de Hud fallecido. Lon es un adolescente que, por un lado, se siente atraído por la figura de Hud, a quién admira en muchos aspectos. Pero, por otra parte, Lon es completamente diferente a Hud, lo que le lleva a censurar internamente algunos de los comportamientos de su tío.

La película aborda este enfrentamiento desde la óptica de Lon, testigo del drama familiar y, que alguna manera, representa al espectador. Lo curioso y quizá más original del planteamiento del guión es que en el film no se toma partido por ninguno de los dos bandos, ni se juzga a ninguno de ellos. Sencillamente, se exponen los comportamientos y las ideas de padre e hijo, sus puntos de vista y lo que les lleva a ser como son. Muy inteligentemente, el guión escapa de los juicios morales y será el espectador el que deberá posicionarse o valorar según sus convicciones la actitud de cada uno de los actores del drama. Como tampoco se produce la redención de Hud, algo que venía siendo bastante habitual en los films moralizadores de Hollywood. Él es como es, sin remordimientos. Y ni puede ni quiere cambiar.

Sin duda, uno de los apartados más reseñables es el excelente reparto de film. Para Paul Newman, sin duda el personaje de Hud le va perfecto: el actor encaja perfectamente con el personaje. Su trabajo es bastante sólido, aunque palidece un poco al lado del de Melvyn Douglas, excelente en la piel del viejo Homer, un hombre recto de férreos principios, que le valió el primer Oscar de su carrera. Y Patricia Neal, la empleada del rancho, se llevó otro merecido Oscar con un trabajo perfecto como mujer curtida por la vida y desengañada.

El tercer Oscar de la cinta, que recibió nada menos que siete nominaciones, fue para la fotografía en blanco y negro de James Wong Howe.

Aunque eché en falta algo más de intensidad en la historia, que por momentos puede pecar de cierto distanciamiento dramático, la cinta ha resistido bastante bien el paso del tiempo y aún hoy en día constituye un buen ejercicio sobre las complicadas relaciones familiares y los conflictos generacionales.

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