El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 27 de julio de 2020

Nathalie X



Dirección: Anne Fontaine.
Guión: Jacques Fieschi, François-Olivier Rousseau y Anne Fontaine (Idea: Philippe Blasband).
Música: Michael Nyman.
Fotografía: Jean-Marc Fabre.
Reparto: Fanny Ardant, Emmanuelle Béart, Gérard Depardieu, Judith Magre, Wladimir Yordanoff.

Catherine (Fanny Ardant) descubre las infidelidades ocasionales de su marido (Gérard Depardieu) y decide contratar a una prostituta (Emmanuelle Béart) para que intente seducirlo.

Me da la impresión que el cine francés tiene una notable obsesión con cierto tipo de mujer fatal, esa que encarnaría la Lolita de Nabokov. Además, ayuda mucho a esa búsqueda el gran éxito que obtuvieron con Brigitte Bardot, convertida de la noche a la mañana en el "producto" francés más exportado en su momento. Cada cierto asistimos al intento de crear un modelo parecido que lleve al cine francés a una expansión internacional que les haga competir, en su medida, con su despreciado cine norteamericano. En Nathalie X (2003) me pareció descubrir algo así en la figura de Emmanuelle Béart, cuyo rostro es más que reverenciado por la cámara, buscando resaltar esa belleza entre infantil y salvaje reforzada por su oficio, que añade un plus profesional a sus artes amatorias, con el morbo que ello puede acarrear.

Sin negar un evidente atractivo en Emmanuelle Béart, con esos inmensos ojos azules, la idea de recrear otro mito erótico de la talla de Bardot es, en la actualidad, algo impensable. Brigitte Bardot funcionó en su momento por su evidente atractivo, pero también por la época en que surgió, mucho más reprimida y puritana y donde con mucho menos que en la actualidad se podía llegar mucho más lejos en el imaginario sexual colectivo.

Centrándonos más en Nathalie X en su conjunto, la idea inicial de la película me parece interesante: la esposa que, tras descubrir las infidelidades de su marido, intenta descubrir qué busca él en otras mujeres a través de los servicios de una prostituta. No es una cuestión de venganza, sino más bien de exploración y, en cierto modo también, de poder vivir unas relaciones sexuales ausentes en su vida a través del relato de otra mujer. 

El problema viene principalmente del origen mismo de la idea: Francia. El cine francés peca habitualmente de un exceso de pedantería, una necesidad de alcanzar cierta categoría intelectual en su cine que lo hace un tanto rígido, encorsetándolo en estrictos corsés que, como sucede aquí, ahogan el mensaje. Nathalie X peca de una ambición que convierte el relato en frío, sin nervio, repetitivo y distante; todo lo opuesto a lo que debería ser una historia basada en el sexo, en los encuentros clandestinos, en la obsesión de la esposa por vivir una relación sexual a distancia.

Acierta el film al sustituir la imagen por al palabra en los encuentros de Nathalie y Bernard. Algo necesario por la propia historia, pero además original. El sexo nos llega no por la vista, sino por la palabra y esa falta de imágenes puede resultar más poderosa, dejando a cada espectador la tarea de pintar su propio cuadro. Sin embargo, la pedantería del guión le quita frescura y fuerza a la película y pronto caemos en una sucesión de secuencias repetitivas y sin pasión. Sin duda no ayuda mucho la elección de Fanny Ardant en el papel de Catherine, pues es fría e inexpresiva durante todo el relato, de manera que no trasmite ninguna emoción y es incapaz de contagiar nada al espectador. Emmanuelle Béart tiene el atractivo necesario para su papel, pero tampoco destaca especialmente en su interpretación, le falta frescura y, sin llegar al nivel de Fanny Ardant, por momentos es demasiado rígida. Gérard Depardieu, el tercero en discordia, tiene mucho menos peso en el relato.

Anne Fontaine queda atrapada en sus propias convicciones y en su falta de modestia y convierte un argumento con ciertas posibilidades en un relato acartonado, pedante y carente de pasión que convierten a Nathalie X en un film fallido, con menos contenido y fuerza de lo que parecía prometer. Para colmo de males, el final es bastante endeble.

Aún así, se realizó un remake de esta obra, Chloe (Atom Egoyan, 2009), película canadiense protagonizada por Julianne Moore, Liam Neeson y Amanda Seyfried.

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