Dirección: Logan Miller.
Guión: Andrew McKenzie, Logan Miller y Noah Miller.
Música: Martin Davich.
Fotografía: Brad Shield.
Reparto: January Jones, Ed Harris, Jason Isaacs, Eduardo Noriega, Chad Brummett, Jenny Gabrielle, Mia Stallard, Dylan Kenin.
Finales de 1800, Miguel Ramirez (Eduardo Noriega) y su esposa Sarah (January Jones) intentan salir adelante con una modesta granja en Nuevo México. El problema es que tienen como vecino al autoproclamado profeta Josiah (Jason Isaacs), un hombre avaricioso, sádico y sin escrúpulos.
Siempre que veo un nuevo western me alegro sinceramente de que el género, sin duda muy pasado de moda, se niegue a morir definitivamente. Sin embargo, ya no estamos en su época dorada y nuevas tendencias y planteamientos críticos llevaron a una paulatina renovación del cine del oeste a partir de los años sesenta del siglo XX, con Sam Peckinpah como principal innovador; camino que siguieron más adelante otros directores, como Clint Eastwood, por ejemplo. El oeste dejó de ser territorio de héroes de nobles principios y surgió una visión más ácida de aquella época, con protagonistas perdedores, mujeres que dejaban de ser meros elementos decorativos y unas historias mucho más sombrías y violentas.
Y es en esta corriente renovadora que podemos insertar Sweetwater (2013), un western menor y con el sello reconocible del cine independiente. Un film minimalista en muchos sentidos, sin grandes atractivos en principio, pero que tiene algo extraño que te acaba enganchando. Puede que en mi caso sea más fácil, al haber crecido viendo películas del oeste y siendo éste un género que me fascina; aún así, Sweetwater no es un film que debamos despreciar.
Y eso que, como decía, es un film minimalista y eso, en el caso del guión, es quizá lo que debería preocuparnos más. Bien mirado, el argumento es excesivamente simple y muy poco original, lo que sin duda resta profundidad a la película, que parece repetir sin demasiado sonrojo el tan gastado tema de la venganza pura y dura. Y sin embargo, la película tiene el mérito de sobreponerse a este lastre y construir un relato que termina por gustarme.
Los motivos son variados. Quizá lo primordial sea la originalidad de los personajes, con un toque excéntrico en el shérif Cornelius Jackson (Ed Harris) y Josiah; es algo que nos desconcierta por tratarse de seres anómalos, lo que los convierte de inmediato en impredecibles, de ahí que sigamos la historia sin poder anticipar demasiado lo que puede suceder. En el personaje del profeta hay otro elemento a destacar: es sabido que cuanto más terrible sea el malo de la película, y más creíble también, el drama ganará en intensidad. Y el profeta Josiah es de esos villanos que se te quedan grabados en la memoria, por sádico, por falso, por perturbado. Si a eso le unimos la inquietante interpretación de Jason Isaacs tenemos a un personaje que cada vez que sale en pantalla acapara nuestra atención por completo.
Y si hablamos del reparto tenemos otro de los puntos fuertes del film, con el mencionado Isaacs perfectamente acompañado de un maravilloso Ed Harris, un actor colosal que una vez más borda su papel, en este caso lleno de matices sorprendentes, como es su punto de locura y su vena violenta. January Jones, con una mezcla perfecta de belleza frágil y determinación inquebrantable, completa un trío de protagonistas que mantienen el film con su sola presencia.
Además del guión y los protagonistas, el minimalismo de Sweetwater se percibe en esos escenarios vacíos, en la sensación de soledad que recorre el film y le da también un aire casi irreal, como si los personajes estuvieran apartados del mundo, en su propio universo. Por eso sorprende un tanto la ambición del profeta Josiah de reinar en medio del desierto, lo que refuerza también su vena de sádico sin escrúpulos, capaz de matar sin más justificación aparente que su deseo irracional de impartir una justicia macabra y cruel.
Todos estos detalles inusuales, extraños, extravagantes envuelven a Sweetwater en una atmósfera original, donde se aúna la violencia con la soledad, lo excéntrico con lo sórdido, lo extravagante con la pobreza casi absoluta, y todo esto termina por resultar cautivador en muchos sentidos. Incluso el ritmo con el transcurre la historia acaba por atraparte y disfrutas del film casi sin darte cuenta del tiempo transcurrido.
Confieso que mi opinión está claramente incluida por mi amor por el cine del oeste, y soy consciente que no es una película para todos los públicos, pero creo que Sweetwater tiene muchas buenas razones para gustar, dentro de su modestia y su originalidad.
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