El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 4 de enero de 2021

Aprendiz de gigoló



Dirección: John Turturro.

Guión: John Turturro.

Música: Abraham Laboriel y Bill Maxwell.

Fotografía: Marco Pontecorvo.

Reparto: John Turturro, Woody Allen, Sharon Stone, Sofía Vergara, Vanessa Paradis, Liev Schreiber, Max Casella.

Cuando la doctora Parker (Sharon Stone) le comenta a su paciente, el señor Murray (Woody Allen), que ella y una amiga desean hacer un trío, éste convence a su amigo Fioravante (JohnTurturro) para que acepte el asunto y, de paso, saquen ambos un pequeño beneficio económico.

Aprendiz de gigoló (2013) puede llevar a cierta confusión por la presencia de Woody Allen en el reparto, ya que el actor suele dirigir también sus películas. Además, el tono inicial, la música... son elementos que refuerzan el efecto. Sin embargo, en esta ocasión el guionista y director es John Turturro y esta circunstancia se refleja en el resultado final; no para peor necesariamente, dependerá de los gustos, sino diferente a un film de Woody Allen.

La verdad es que las similitudes de Aprendiz de gigoló con la obra de Allen son muy notables. A parte de las arriba mencionadas, estamos en Nueva York y en medio de la comunidad judía, con lo que volvemos a encontrarnos de lleno con la influencia de la religión en la vida de los protagonistas, tan recurrente en Allen. Se podría llegar a pensar que quizá Woody Allen hubiera aportado alguna idea, en especial en lo concerniente a su personaje.

Y también estamos ante una comedia, aunque aquí sí que las diferencias con la obra de Woody Allen son más evidentes. Y es que Turturro opta por un estilo más contenido, se prodiga menos con los chistes y juegos de palabras (que quedan circunscritos al personaje interpretado por Allen) y la historia se va haciendo más seria, más profunda con el paso del tiempo, culminando con el romance de Fioravante con Avigal (Vanessa Paradis), la viuda judía. Pero incluso aquí, en el desenlace, por ejemplo, se nota el buen hacer de Turturro en el guión, con una precisión total que evita un desenlace trillado y nos brinda una escena muy lograda, donde somos nosotros los que deberemos sacar las interpretaciones y conclusiones oportunas.

Quizá lo más característico del film sea la delicadeza con que Turturro afronta un tema tan delicado como el de la prostitución masculina, que nunca se presenta de manera vulgar y que hasta logra envolver de un aura de cierta belleza, casi como un servicio terapéutico. Y esa delicadeza está presente en todo: las hermosas canciones que jalonan la historia; la cuidada fotografía, preciosa sin resultar artificial; los decorados, elegantes, refinados; e incluso los movimientos de la cámara, con una estudiada y decidida intención. Comprendemos que nada se ha dejado al azar y que el director se ha esmerado en cada plano, no dejando nada suelto, nada improvisado.

Pero la elegancia de Turturro, su buen gusto, también se traslada a la historia, que transcurre sin estridencias, de manera pausada, con tiempo para que podamos admirar cada plano, las miradas, los diálogos, cargados de sentido, precisos. Es todo un trabajo de alguien que desea crear algo hermoso, que nos ayude a reflexionar, que nos emocione desde cierto calculado distanciamiento, lejos de la manipulación grosera de los sentimientos. Diría que la labor del director se concentra en crear bocetos, nada definitivo ni rotundo, y será el espectador el que deba ir completando el dibujo. Esto, por ejemplo, explicaría la falta de profundidad de los personajes, que terminan por resultar algo superficiales. Eché en falta un poco más de definición en los mismos, lo que hubiera ayudado sin duda al desarrollo de la historia.

Puede que este posicionamiento, para algunos, deje como resultado un film  sin mucho nervio, pero a cambio tiene otras muchas virtudes que nos harán deleitarnos con una historia sencilla, casi improbable, pero donde todo funciona desde la sencillez, el buen gusto y la elegancia.

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