Dirección: Edward Buzzell.
Guión: Irving Brecher.
Música: Georgie Stoll.
Fotografía: Leonard Smith (B&W).
Reparto: Groucho Marx, Harpo Marx, Chico Marx, John Carrol, Diana Lewis, Walter Woolf King, Robert Barrat.
Atraídos por el oro, gente del Este de todas clases se dirige al Oeste en busca de fortuna. S. Quentin Quale (Groucho) y los hermanos Joe (Chico) y Rusty Panello (Harpo) coinciden en la estación intentando reunir el dinero para el billete de tren.
Los hermanos Marx en el Oeste (1940) es la décima película de estos cómicos únicos y aunque generalmente se considera que está un peldaño por debajo de Una noche en la ópera (1935) o Sopa de ganso (1933), contiene elementos suficientes para situarla entre lo más logrado de los Marx.
El guión, como es habitual, es un mero vehículo para que los cómicos desarrollen toda su inventiva y su caos en la pantalla. La historia gira en torno a una historia de amor de dos jóvenes de familias enfrentadas, Terry Turner (John Carroll) y Eve Wilson (Diana Lewis), y un terreno, que gracias al ferrocarril, puede valer una fortuna y hacer que los enamorados puedan casarse.
Será el título de propiedad de ese terreno, codiciado por todos y cambiando de manos continuamente, el eje por el que los hermanos Marx desplegarán su alocado y destructivo humor, aprovechando la ambientación en el Oeste americano para la aparición de indios, el típico saloon, las bailarinas y los rufianes de gatillo fácil. Como es de esperar, nada será como estamos acostumbrados a ver, ni los duelos con pistola, ni los viajes en diligencia, ni los poblados indios.
Pero los mejores momentos de la película se encuentran curiosamente al comienzo y el final; y solamente por esos dos momentos queda justificado ver la película y hacen de ella un título imprescindible dentro de la filmografía de los Marx.
El primero, nada más arrancar la cinta, contiene la escena en que Quentin conoce a los hermanos Panello e intenta conseguir el dinero que le falta para el billete de tren vendiéndoles un sombrero y su chaqueta a juego. Lo que no sabe el señor Quentin es que ha topado con dos pillos de primera que lo despluman en cinco minutos en uno de los momentos más hilarantes e ingeniosos de la película.
El final nos ofrece otra de las secuencias que han pasado a la historia del cine: la carrera en tren hacia el Este para conseguir vender las tierras de los Wilson a la compañía del ferrocarril. Esta escena contó con el asesoramiento de Buster Keaton, que aportó su experiencia de El maquinista de la General (1926), su obra maestra de la época muda.
Las imágenes de Groucho pidiendo más madera son ya míticas y ofrecen una paradoja lamentablemente demasiado realista: queriendo avanzar a toda costa, se llega a perder el sentido inicial de la empresa. Así, para alimentar a la locomotora, se acaba por destruir el resto del tren, con lo que ya nada tiene sentido. Un ejemplo muy gráfico de por qué el fin no justifica los medios.
En resumen, otra pequeña gran maravilla de un humor único e irrepetible donde nada tiene sentido, salvo el poder pasar unos momentos de pura diversión.
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