El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 1 de mayo de 2021

Playtime



Dirección: Jacques Tati.

Guión: Art Buchwald, Jacques Tati y Jacques Lagrange.

Música: Francis Lemarque.

Fotografía: Jean Badal y Andréas Winding.

Reparto: Jacques Tati, Barbara Dennek, Rita Maiden, France Rumilly, France Delahalle, Valérie Camille, Erika Dentzler, Nicole Ray.

Un grupo de turistas americanos llega a París y se dirigen al hotel donde se hospedarán. Mr. Hulot, mientras tanto, acude a recoger un paquete a un moderno edificio.

Playtime (1967) fue el film más ambicioso y también el más experimental del cómico Jacques Tati, un clásico del cine francés que se movía dentro de unos parámetros que lo acercaban mucho al estilo del humor del cine mudo. De hecho, los diálogos en Playtime no revisten mayor importancia, lo que se pone de relieve en que en muchas ocasiones resultan confusos a propósito y son, en realidad, un ruido más de los que reinan en la ciudad.

Lo más interesante de Playtime es quizá su estética. Tati nos dibuja un escenario ultramoderno invadido por las líneas rectas, la ausencia de decoración, en una simplicidad absoluta de formas, y unos patrones estéticos basados en la repetición y la pulcritud. Para ello, además, se apoya en una fotografía fría. Todo esto nos da como resultado la visión que el cómico tiene de la modernidad, que será el objeto de su fina observación e incisivo humor. Y es que Playtime es una crítica muy oportuna de las supuestas ventajas del progreso. Por ejemplo, lo que nos muestra de París podría aplicarse a cualquier otra parte moderna de cualquier ciudad del primer mundo: impersonal, funcional y desangelada. De hecho, las únicas imágenes que nos muestra de los monumentos de la ciudad es a través de su reflejo en cristales, toda una declaración. Es la uniformidad sin identidad, un mundo global gris, impersonal y repetitivo.

La modernidad no solo unifica los elementos arquitectónicos de las ciudades, sino que arrastra a sus habitantes a un comportamiento mecanizado, donde todo el mundo se mueve a un ritmo impuesto por los horarios y las rutinas, y hasta donde el tiempo libre parece venir impuesto, como por el uso de la televisión, convirtiendo a las familias en espectadores absortos por lo que se les ofrece a través de la pantalla en sus salones idénticos. Y no solo eso, metidos en edificios eficientes, concebidos para optimizar el trabajo, los hombres terminan pareciendo ratones en un laberinto, deshumanizados, atrapados por la tecnología que debería ayudarles, perdidos en una repetición de formas frías e impersonales.

Tampoco se libra de las críticas la alta sociedad, esclava de sus vicios, de sus aires de superioridad, de su supuesta educación y refinamiento, que los convierten en pomposos, vacíos y materialistas, rendidos al progreso sin el más mínimo espíritu crítico. Toso su comportamiento es artificioso e hipócrita.

Otra crítica al progreso se manifiesta claramente en la secuencia del restaurante, culmen del diseño concebido sin ningún sentido práctico y donde todo termina fallando y provocando el caos del que, curiosamente, surgirá un momento de diversión cuando algunas personas se liberen de las normas impuestas por el entorno y la sociedad.

La crítica al progreso tampoco se olvida de unos de sus símbolos más evidentes: el automóvil. Tati, anticipándose a lo que se venía encima, comprende que la masificación de su uso provocará su inutilidad como medio rápido de transporte, al menos en las ciudades, como brillantemente expone en la secuencia de la rotonda: un absurdo movimiento hacia ningún parte que hace que los peatones se muevan más libre y rápidamente que los coches.

Sin embargo, a pesar de las muchas cualidades del film, tremendamente critico y repleto de detalles cómicos muy inteligentes, Playtime peca de una duración excesiva, lo que hace que en algunos momentos se haga un tanto pesado. La reiteración de muchas situaciones similares termina por penalizar el ritmo del film. La frialdad que refleja el director acaba por contagiar al ritmo y Playtime queda como un film muy interesante, pero algo fallido.

La película, aclamada por la crítica, y que le llevó al director tres años de trabajo, fue sin embargo un fracaso comercial que provocó la ruina económica del director. 

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