Dirección: Woody Allen.
Guión: Woody Allen.
Música: Philip Glass.
Fotografía: Vilmos Zsigmond.
Reparto: Ewan McGregor, Colin Farrell, Tom Wilkinson, Hayley Atwell, Sally Hawkins, Peter-Hugo Daly, John Benfield, Clare Higgins, Ashley Madekwe, Andrew Howard.
Ian Blaine (Ewan McGregor) y su hermano Terry (Colin Farrell) llevan una vida que no les gusta. Ambos sueñan con tener dinero para poder realizar sus sueños y mientras Ian prefiere las inversiones de riesgo, Terry se decanta por las apuestas y el juego.
El sueño de Cassandra (2007) nos lleva a un Woody Allen diferente, alejado de su faceta más conocida, y que nos remite directamente a Delitos y faltas (1989) o a Match Point (2005), con una nueva reflexión sobre el crimen, la moral, la ambición, la religión, el castigo, la penitencia, los remordimientos...
Personalmente, prefiero al Woody Allen cómico, con sus recurrentes dilemas y obsesiones y, además, en esos films no suele faltar en su faceta de actor. Pero en El sueño de Casandra se retira tras la cámara y esta ausencia fue un lastre para mí. Y no por el trabajo de McGregor y Farrell, impecables, lo mismo que el siempre estupendo Tom Wilkinson, toda una garantía. Pero una película de Allen sin él en el reparto no deja de parecerme que le falta algo.
El sueño de Casandra es una historia de ambiciones y culpa y Woody Allen demuestra de nuevo su facilidad para elaborar y contar una historia, sea cómica o dramática. En este sentido, El sueño de Casandra nos atrapa desde el inicio aún cuando el núcleo fuerte del relato no se presente hasta bien entrado en metraje. Pero esa es la demostración del oficio de un director que sabe crear un ritmo que te atrapa y hace que participes de la historia casi como un personaje más.
Y en cuanto llega el conflicto, ya no puedes despegar los ojos de la pantalla. Se intuye ya antes de que se plantee, pero en ningún momento podemos anticiparnos a su desenlace, de manera que el interés nunca decae. Es cierto que el tramo final, con los remordimientos de Terry, podría haberse acortado algo, pero aún así la narración mantiene el listón bien alto y, personalmente, el desenlace me resultó inesperado. Se puede achacar cierta inclinación trágica, como una mano del destino implacable que impone su ley, pero no deja de ser plausible el desenlace que nos propone Allen y, en todo caso, en consonancia con el dilema de los hermanos cuando se plantean el encargo de su tío Howard (Tom Wilkinson).
La idea clave que subyace en El sueño de Casandra es hasta dónde puede llegar una persona llevada por su ambición. El tío Howard, un modelo de éxito para la familia Blaine, es en realidad un tramposo que puede acabar en la cárcel y, fiel a su nula moral, no duda en proponer a sus sobrinos un trato diabólico. Cualquier persona rechazaría la oferta, ¿o no? Para Ian, y en menor medida para Terry, los sueños que espera cumplir con ayuda de tío Howard merecen cruzar la línea.
Pero en Match Point, el mal no sufría castigo, ni humano ni divino. Sin embargo, ahora, al menos para Terry, la única solución es expiar la culpa entregándose al dictamen de la justicia. El remordimiento es más fuerte. Para Ian, no hay vuelta atrás: lo hecho, hecho está. Pero Allen hará intervenir aquí una especie de justicia divina o el karma, llamémosle como se quiera. No hay inmunidad. Puede ser menos convincente que el desenlace de Match Point, pues está claro que la vida no siempre es justa y el bien no siempre se impone, pero el mensaje que nos deja la historia es que el que la hace, la paga. Todo tiene un precio en esta vida.
En todo caso, El sueño de Casandra nos ofrece a un Woody Allen más moralista y más negro. Nos advierte del peligro de la ambición desmesurada y que el juez más severo está a veces en nosotros mismos.
Un film, en definitiva, que se sale de lo habitual en el director. Se trata de una historia interesante, bien contada, aunque yo me sigo quedando con el Woody Allen cómico, donde ese genio especial y su universo personal resultan incomparables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario