El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 15 de noviembre de 2021

La pradera sin ley



Dirección: King Vidor.

Guión: Borden Chase y D.D. Beauchamp (Libro: Dee Winford).

Música: Joseph Gershenson.

Fotografía: Russell Metty.

Reparto: Kirk Douglas, Jeanne Crain, Claire Trevor, William Campbell, Richard Boone, Mara Corday, Myrna Hansen, Jay C. Flippen, Sheb Wooley.

Dempsey Rae (Kirk Douglas), un vaquero trotamundos, abandona Kansas City en dirección a Wyoming. En el camino conoce a Jeff (William Campbell), un joven al que tomará bajo su protección. 

Dempsey Rae es un inadaptado. Abandonó su Texas natal escapando de las alambradas que le costaron la vida a su hermano y le dejaron a él cicatrices en el pecho... y más adentro. Las alambradas simbolizan, para él, todo cuanto coarta su modo de vida, su libertad. Por eso no ha parado de vagar, buscando espacios abiertos donde se sienta dueño de su destino; y no podrá dejar de viajar ante el imparable avance de la ley, el orden y la civilización. Dempsey ama la libertad sin restricciones y el mundo empieza a parecerle demasiado pequeño. Como vemos, La pradera sin ley (1955) nos presenta un western diferente de los sencillos argumentos de sus inicios, donde el protagonista era el héroe sin reservas, intachable, justiciero. Pero en los años cincuenta la sociedad era ya diferente, tras varias guerras, crisis económicas y el cine había ido madurando y buscaba temas y personajes diferentes.

Sin embargo, Dempsey tiene también mucho del héroe clásico. Es un hombre noble, que no duda en ayudar al joven Jeff en cuanto lo conoce. Adoptando el papel de hermano mayor, hará lo que no pudo hacer con su verdadero hermano: guiarle por la vida, enseñarle, corregirle y mostrarle el buen camino que harán de él una buena persona. 

Otro detalle interesante es que no hay buenos y malos separados claramente. Tanto la propietaria del rancho El triángulo, Reed (Jeanne Crain), como los pequeños ganaderos presentan rasgos positivos y negativos a la vez, como suele pasar en la vida. Ella desea rentabilizar su inversión y tiene derecho a llevar su ganado a los mejores pastos, que no pertenecen a nadie. Pero también representa al avaricioso adinerado que no duda en explotar al máximo una tierra ajena y, una vez esquilmada, partir en busca de otra fuente de ingresos. Los pequeños ganaderos protegen también sus intereses, pero no tienen derecho a cercar con alambre terrenos que no son suyos. Y en medio de este conflicto, Dempsey, que decidirá ayudar a los pequeños ganaderos, no porque tengan razón con los cercados, que siguen sin gustarle, sino porque Reed ha cruzado una linea peligrosa contratando pistoleros que no dudan en asesinar a sus oponentes. Cuando se imponga de nuevo la paz, Dempsey se negará a asentarse en Wyoming porque sería renunciar a su libertad.

Como podemos ver, La pradera sin ley es un western menos sencillo de lo que aparenta. No se trata de un mero relato de aventuras, aunque posee los elementos típicos del género, sino que encierra una serie de reflexiones sobre la violencia, el progreso y el fin de un mundo de espacios abiertos y libertad, en la que el hombre forjaba su destino y que está abocado a la extinción.

Y un valor añadido más es, sin duda, la presencia de Kirk Douglas, pletórico como siempre, con ese carisma natural que le confería un status de estrella indiscutible. Además, se preocupó en esta ocasión de perfilar personalmente a su personaje, dotándolo de un sentido del humor evidente junto a su maestría con el revólver. Douglas demuestra manejar con absoluta solvencia todos los matices del personaje: su faceta de vividor alegre y despreocupado y también las cicatrices del pasado que lo atormentan y le hacen explotar en brotes de furia peligrosos. El resto del reparto palidece un tanto a su lado, especialmente William Campbell, que no puede mantenerse a la altura de Kirk Douglas. 

También merece destacar el buen trabajo de King Vidor en la dirección. Es un director que va directo a lo esencial, sin alardes innecesarios. Su trabajo es eficaz con una sencillez de medios remarcable y sabe elegir el mejor plano en cada momento, el que mejor cuente el relato o destaque un momento de acción. Las escenas con el ganado me han parecido magnificas.

La pradera sin ley, con ser un western que no suele citarse entre las obras cumbres del género, no deja de ser un film más que interesante. Dinámico, directo y con mucho dónde reflexionar.

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