Dirección: Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack.
Guión: James Ashmore Creelman y Ruth Rose (Idea: Edgar Wallace).
Música: Max Steiner.
Fotografía: Eddie Linde, Vernon L. Walker y J. O. Taylor (B&W).
Reparto: Fay Wray, Robert Armstrong, Bruce Cabot, Noble Johnson, James Flavin, Sam Hardy, Frank Reicher.
Carl Denham (Robert Armstrong), ambicioso director de cine, planea hacer una nueva película grandiosa. Al no encontrar a ninguna actriz que acepte participar en su proyecto, el propio Carl sale a la calle a buscar a su actriz.
King Kong (1933) sigue siendo aún en la actualidad una obra de arte imperecedera, imitada en varias ocasiones y ni siquiera igualada, a pesar de los intentos de superarla a base de efectos especiales modernos.
Imaginemos que somos espectadores en su estreno, con la cultura cinematográfica del ciudadano de entonces. La impresión que debieron tener en la sala oscura de un cine ante tal espectáculo debió de ser indescriptible. Incluso ahora, cualquiera que la mire con cierta indulgencia y un espíritu abierto, no dejará de vivir una experiencia única, que aúna terror, aventura y ternura en una mezcla irrepetible.
King Kong es, en esencia, la historia de la Bella y la Bestia. Porque el gigantesco simio que aterroriza a la tribu que habita en su isla, y que sacrifica cada cierto tiempo a una mujer para apaciguarlo, no podrá resistirse a la belleza de la joven Ann (Fay Wray). Esa será su perdición.
Se trata de una visión ciertamente romántica, aunque domina la imagen de un Kong peligroso, ya que se trata de una película de terror y, a pesar que King Kong pueda despertar ciertos sentimientos de compasión, será presentado en todo momento como una bestia temible. Resultan aún terribles las escenas en que mata a los hombres a mordiscos o pisoteándolos. No hay ningún intento de atenuar su fiereza. La película lo presenta como un monstruo capaz de lo peor.
Sin embargo, en el tramo final, Kong adquiere otra dimensión. Víctima de la explotación comercial y también de su fascinación por Ann, el gorila se verá atrapado en el Empire State, sin posibilidad de salvación. Mientras es atacado, King Kong protegerá a su amada de los disparos y se despedirá con dulzura de ella con su último aliento. Es imposible no sentir pena entonces por una bestia vencida por algo mucho más poderoso.
Precisamente, la imagen del gorila en lo alto del Empire State es una de esas imágenes míticas de la historia del cine.
Es evidente que en la actualidad los efectos especiales, obra de Willis O'Brien, no producen gran impresión. Pero de nuevo insisto en la necesidad de ver King Kong con la mirada de los espectadores de la época. Y hemos de admitir que los efectos eran realmente un logro sin precedentes en aquel momento. Aún ahora, siguen funcionando perfectamente y en algunos momentos de gran intensidad dramática es fácil que se nos olvide por completo el artificio de los mismos.
Mención especial merece también la música, obra de Max Steiner, que realza constantemente la acción de manera muy expresiva y eficaz y que sin duda nos remite a la reciente época del cine mudo, donde la partitura era como un intérprete más.
Pero más allá de la impresión que pudo causar la figura de King Kong, sería injusto valorar solamente la película en base a ella o a los efectos especiales. El argumento de King Kong es en sí mismo apasionante, mostrando a un director ambicioso capaz de cualquier locura con tal de satisfacer sus sueños de gloria y riqueza. También nos plantea el impacto destructor de la civilización en contacto con entornos salvajes, donde los intereses económicos no tendrán en consideración nada que pueda frenarlos.
Además, el trabajo de los directores es impecable, sabiendo sacar todo el partido al relato, con personajes bien construidos con una economía de recursos admirable, dosificando la tensión con astucia, explotando los efectos especiales en las espectaculares escenas de lucha de Kong con otros animales terribles y, especialmente, con la maestría con que está filmada la escena final del ataque de los aviones, donde percibimos de manera escalofriante la fuerza destructora de las ametralladoras. La imagen de estas apuntando directamente al espectador, como si fuéramos King Kong, tiene un efecto terrible.
King Kong es uno de los monstruos más poderosos de la historia del cine. Además de nuevas versiones de la película, El hijo de Kong (Ernest B. Schoedsack, 1933), King Kong vs. Godzilla (Ishiro Honda, 1962), King Kong (John Guillermin, 1976), King Kong 2 (John Guillermin, 1986), King Kong (Peter Jackson, 2005), Kong: La isla calavera (Jordan Vogt-Roberts, 2017), ha inspirado múltiples películas de aventuras, ha sido imagen de anuncios publicitarios, protagonizado cómics, inspirado videojuegos, espectáculos en parques de atracciones... convirtiéndose en uno de los mitos más reconocidos y universales desde su primera aparición.
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