El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 15 de abril de 2022

El ángel y el pistolero


Dirección: James Edward Grant.

Guión: James Edward Grant.

Música: Richard Hageman.

Fotografía: Archie Stout.

Reparto: John Wayne, Gail Russell, Harry Carey, Bruce Cabot, Irene Rich, Lee Dixon, Stephen Grant, Tom Powers, Paul Hurst. 

Quirt Evans (John Wayne), un pistolero, es recogido malherido por una familia de cuáqueros. Mientras se recupera, va conociendo las creencias de la familia y descubre también que Penelope Worth (Gail Russell), la hija mayor, se ha enamorado de él.

Con El ángel y el pistolero (1947) se producen dos estrenos: el de John Wayne como productor de la película y el del guionista James Edward Grant como director, experiencia que no repetiría.

El ángel y el pistolero es un film de serie B, con un presupuesto limitado que se percibe desde la puesta en escena hasta el reparto que, salvo John Wayne y Bruce Cabot, está compuesto por actores desconocidos del gran público.

La historia es básicamente la conversión de un pistolero en un granjero pacifista bajo la influencia de la familia cuáquera que lo cura y lo acoge cuando huía malherido de una banda de pistoleros que querían matarlo. Un tema que se repetirá posteriormente, por ejemplo, en Único testigo (Peter Weir, 1985) con mucho más acierto. Y es que el principal problema de El ángel y el pistolero es un guión extraño, con lagunas, que pasa con cierta ligereza sobre los temas que trata, sin profundizar en ninguno de ellos, y que además, a día de hoy, parece un tanto infantil, tal vez precisamente por esa superficialidad, esa simpleza con que trata el tema de la fe, el amor al prójimo o el rechazo a la violencia. 

El argumento tampoco ahonda en el pasado de Evans, del que desconocemos absolutamente todo. Le precede su fama de pistolero, pero nada más se especifica sobre su pasado. Incluso llega a vender una propiedad a su peor enemigo, Laredo Stevens (Bruce Cabot), sin que se explique absolutamente nada sobre este detalle. 

En conjunto, el argumento parece un cúmulo de momentos mal engarzados que ni aportan gran dramatismo ni profundizan en el mensaje que parece querer trasmitir el film. Todo es demasiado básico, sin nervio. Y como remate, cuando parece llegar el esperado duelo final éste no se produce, ya que Evans, en el último instante, renuncia a la violencia para complacer a su amada, quedando desarmado y extrañamente tranquilo frente a su enemigos. Finalmente, la oportuna intervención del marshall nos proporciona el esperado e inevitable final feliz. Sin embargo, toda esta escena es un completo despropósito, desde la decisión de Evans hasta la mala planificación y concepción la misma, lo provoca que se pierda todo el dramatismo que debería reunir como punto culminante de la historia. En su lugar, el director nos ofrece una sorpresa bastante casual.

Además, tenemos que sumar la simplicidad con que se tratan otros asuntos, como cuando Evans convence al vecino de los Worth de que no les corte el agua. Es una secuencia tan absurda que resulta ridícula. Aparecen también personajes de manera un tanto forzada, aportando unas dosis de humor que tampoco resultan ni muy elaboradas ni muy eficaces. Entre esta diversidad de tipos curiosos destaca el marshall (Harry Carey), con el que no sabemos si reírnos o llorar, con su amable y constante ofrecimiento de ahorcar a Evans.

Los diálogos, que oscilan entre lo absurdo, lo surrealista y lo filosófico, en una extraña mezcla inconcebible, son otro de los elementos desconcertantes de este curioso western.

Dentro de todo este desaguisado, James Edward Grant me pareció que estaba más acertado en su debut en la dirección que en la elaboración del argumento. Su trabajo es sencillo, pero sin ningún error y dejando que la historia transcurra con soltura.

John Wayne es de nuevo John Wayne. No estamos ante su mejor trabajo, pero sigue resultando convincente y su presencia es lo más destacado de la película. También Gail Russell termina encajando perfectamente en su papel, con un aire inocente y un evidente atractivo que justifica que el pistolero pueda desear finalmente quedarse a su lado. El resto, con la excepción de Bruce Cabot, están a un nivel bastante más bajo que el de los dos protagonistas.

En definitiva, una película para los seguidores de Wayne y para todos aquellos a los que les encante el western y no le hagan ascos a propuestas tan raras y curiosas como esta.

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