El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 3 de agosto de 2022

Rififí



Dirección: Jules Dassin.

Guión: Jules Dassin, René Wheeler y Auguste Le Breton (Novela: Auguste Le Breton).

Música: Georges Auric. 

Fotografia: Philippe Agostini (B&W).

Reparto: Jean Servais, Carl Möhner, Robert Manuel, Jules Dassin, Magali Noël, Pierre Grasset, Robert Hossein, Janine Darcey, Marie Sabouret, Claude Sylvain.

Tras cumplir cinco años de condena, Tony "El Stéphanois" (Jean Servais) se reúne con su antiguo compinche Juan (Carl Möhner), que le propone dar un golpe fácil. Tony lo rechaza en principio, pero al ver a su antigua novia, Mado (Marie Sabouret), que vive con lujos al lado de un gángster, decide participar en el robo, pero con un plan más ambicioso.

Rififí (1955) se ha ganado un hueco en la historia del cine negro como una de las películas que mejor escenifica un robo en el cine. Sin artificios, Jules Dassin construye una película sin fisuras que logra una tensión constante y asfixiante a lo largo de toda la cinta.

Desde el comienzo mismo, Rififí nos mete de lleno en los bajos fondos y lo hace sin medias tintas: no hay nada bueno en ese ambiente, nadie regala nada y la violencia está a un paso de brotar con cualquier excusa. Solo la amistad entre Tony y Juan ofrece cierta nobleza a un ambiente sórdido y gris donde las circunstancias labran a la gente sin compasión. El mismo Tony, traicionado por su amante Mado, no duda en golpearla brutalmente, incapaz de perdonarla ni de pasar página.

Jules Dassin aborda la historia casi con un enfoque documental. No busca el lucimiento, sino simplemente contar la historia de la planificación y ejecución del robo de la manera más realista posible. Así, dedica buena parte del metraje a la planificación, con el estudio de las rutinas de los comerciantes, repartidores, servicio de correos o la policía en la calle de la joyería que van a saquear. 

Sin embargo, donde se logra la mayor efectividad es en la secuencia del robo, a la que Dassin dedica más de treinta minutos recreando al detalle todo el trabajo de los ladrones para perpetrar el robo. Lo más destacado es que es una secuencia que transcurre en silencio: no hay música ni diálogos, decisión muy afortunada que mantiene la concentración total en el robo. La maestría de Jules Dassin, manteniendo el interés y la tensión a base de primeros planos de los trabajos y las caras sudorosas de los ladrones, es ejemplar por su sencillez y su eficacia, creando el que posiblemente es el robo mejor filmado de la historia del cine.

Dentro de los parámetros del género, una vez perpetrado el robo con éxito, el destino de los ladrones se adivina trágico, como marcados por un destino implacable. A partir de un ligero desliz, los acontecimientos se irán hilvanando de tal manera que nadie estará a salvo. Y de nuevo, Dassin se centra en lo básico, sin nada que le desvíe de lo fundamental, sin que permita un momento de relajación. La parte final de Rififí es de una tensión agobiante que no para de crecer. Comprobamos la implacable justicia del mundo del hampa, donde ciertos actos no se perdonan y las consecuencias son inmediatas, como demuestra Tony ejecutando a César (Jules Dassin) al provocar con su irresponsabilidad la muerte de su compinche Mario (Robert Manuel) y su mujer (Claude Sylvain).

Como vemos, el héroe, Tony, no está revestido de ninguna virtud que lo haga más simpático a ojos del espectador. Es un tipo duro, amargado hasta cierto punto, que no duda en ejecutar su peculiar justicia cuando las circunstancias lo requieren. Nada hay en Rififí de ejemplarizante, de edificador, porque la realidad del mundillo de la delincuencia es implacable y sórdida y así lo refleja Jules Dassin, sin adornos ni paños calientes.

Los actores están soberbios, en especial Jean Servais, sobrio, duro, seco, impertérrito. Su trabajo, desprovisto de cualquier artificio, es sencillamente maravilloso, con una dosis de realismo fascinante. Pero el resto del reparto mantiene también un tono excelente. En todo momento nos olvidamos de que estamos ante una ficción y ese es el mayor elogio que se puede hacer a un actor.

Rififí es un magnífico ejemplo de precisión, sencillez y eficacia. Parece claro que bebe de las fuentes del neorrealismo italiano y, en esa línea, todo es directo, claro, rotundo. La mejor película del director es un clásico del cine de robos, un ejemplo y un modelo.

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