El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 1 de agosto de 2022

La escalera de caracol



Dirección: Robert Siodmak. 

Guión: Mel Dinelli (Novela: Ethel Lina White).

Música: Roy Webb.

Fotografía: Nicholas Musuraca (B&W).

Reparto: Dorothy McGuire, George Brent, Ethel Barrymore, Kent Smith, Rhonda Fleming, Gordon Oliver, Elsa Lanchester, Sara Allgood, Rhys Williams, James Bell.

En un pequeño pueblo han sido asesinadas tres mujeres con alguna discapacidad, por lo que la familia Warren se empieza a preocupar por la joven Helen (Dorothy McGuire), su criada muda.

La escalera de caracol (1946) es un thriller bastante curioso que gira en torno a un asesino en serie, sin embargo su tratamiento parece ir en contra de lo que sería lógico y no se potencia la intriga especialmente, sino que durante buena parte del metraje el interés se centra en los personajes que viven en la mansión de la familia Warren y sus complicadas relaciones personales.

Por lo tanto, no encontramos el desarrollo tan característico de esta tipo de intrigas, donde suelen abundar las pistas falsas y los momentos de tensión que suelen ser meros amagos para asustar al espectador y mantenerlo en tensión constantemente. En su lugar, vemos cómo el joven doctor Parry (Ken Smith) intenta ayudar a Helen a superar su mudez, fruto de un trauma en su infancia. También asistimos a la tensión reinante entre los hermanastros Steve (Gordon Oliver) y el Profesor Warren (George Brent), enfrentados por su carácter tan dispar. O comprobamos el extraño temperamento de la señora Warren (Ethel Barrymore), postrada en la cama y obsesionada con que Helen abandone de inmediato la casa.

Parece, durante muchos minutos, que asistimos más bien a un drama familiar y el tema del asesino de mujeres queda relegado a un segundo plano. Solamente al final, ante la necesidad de resolver la intriga, volvemos de lleno al asesino. Entonces, comprobamos que la intriga en realidad no era demasiado novedosa y su resolución tampoco es especialmente brillante y agradecemos el enfoque de la historia, quizá el más acertado. Es frecuente que este tipo de argumentos se limiten a un planteamiento demasiado centrado en la intriga y deban rellenar el metraje con amagos y trucos muchas veces poco afortunados. En cambio en La escalera de caracol se construye todo un envoltorio para el tema principal de manera que contamos con muchos más elementos, con la sensación de una historia densa, compleja, más realista.

En lugar de jugar con los espectadores, Robert Siodmak se limita a crear un ambiente un tanto opresivo con los conflictos que surgen en la casa de la familia Warren, pero también aprovechando las posibilidades plásticas de la propia mansión para potenciar el misterio con las escaleras y pasillos en penumbra, la tormenta fuera, puertas y ventanas abiertas, la débil luz de las velas... Un ejercicio que resuelve con acierto apoyado en la fotografía de Nicholas Musuraca, donde el blanco y negro resulta mucho más eficaz que el color. Se pueden encontrar paralelismos evidentes con el expresionismo alemán de principios del siglo XX, en especial con el detalle del primer plano del ojo del asesino, que parece introducirnos de lleno en su mente enferma. El origen alemán del director sin duda tiene mucho que ver con este detalle.

Buen trabajo de Dorothy McGuire y la siempre brillante Elsa Lanchester, aunque la que se lleva el premio es Ethel Barrymore, que acrecienta la impecable reputación de esa familia de actores con un trabajo inquietante y poderoso. Sin embargo, el elenco masculino no logra estar a la misma altura, con un trabajo que queda lejos del de las tres actrices mencionadas.

En definitiva, no es un film memorable, lastrado quizá por el reparto masculino, pero el director logra crear una historia compleja, muy bien ambientada, y que nos deja una sensación de un trabajo modesto pero bien hecho. 

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