Dirección: Peter Berg.
Guión: Peter Berg.
Música: Stewart Copeland.
Fotografía: David Hennings.
Reparto: Cameron Díaz, Christian Slater, Jon Favreau, Daniel Stern, Carla Scott, Tyler Cole Malinger, Leland Orser, Jeremy Piven, Jeanne Tripplehorn.
Kyle Fisher (Jon Favreau) está a punto de casarse con Laura (Cameron Díaz), la mujer de sus sueños. Sus amigos deciden organizarle en Las Vegas una inolvidable despedida de soltero. Pero las cosas no salen como pensaban.
Debut de Peter Berg como director con un film cuyo guión también es suyo. Se ha etiquetado este film como comedia de humor negro. Desde mi punto de vista, Very Bad Things (1998) es muy negra, sí, pero carece enteramente de humor.
La verdad es que la historia no arranca mal: un grupo de amigos se van a Las Vegas para celebrar la despedida de soltero de uno de ellos y, por culpa de un desgraciado accidente, muere la prostituta que habían contratado para animar la fiesta. Hasta aquí, todo normal: un accidente que lo cambia todo; cinco amigos, personas normales de clase media, enfrentados a una difícil decisión: llamar a la policía u ocultar lo sucedido. Sin embargo, Peter Berg parece no estar conforme con seguir adelante por un camino normal y decide, y quizá aquí esté el humor que yo no he captado, enredar más la cosa con otra muerte, esta vez no accidental, bastante brutal y despiadada. Ahora ya no hay marcha atrás y nuestros cinco amigos normales se transforman en sádicos carniceros, en un giro tan macabro como ilógico. Sólo uno de los cinco, un judío de firmes creencias interpretado por Daniel Stern, al que conocíamos en otra faceta menos dramática en Solo en casa (Chris Columbus, 1990) y Solo en casa 2: Perdido en Nueva York (Chris Columbus, 1992), parece tener remordimientos de conciencia y por ahí adivinamos que las cosas van a torcerse para estos asesinos.
Lo que nadie puede imaginar es la sucesión de acontecimientos que siguen, en un giro hacia lo absurdo, lo grotesco y lo exagerado que termina por arruinar completamente la película. Porque una cosa es centrarse en lo macabro y buscar la manera en que nuestros protagonistas terminen pagando por lo que han hecho, al estilo de El quinteto de la muerte (Alexander MacKendrick, 1955) o Ladykillers (Joel Coen y Ethan Coen, 2004), con las que se le puede buscar cierta similitud, aunque muy lejana en calidad, y otra muy distinta caer en una serie de giros que parecen el más difícil todavía de un circo que ha perdido el norte. Con ello, los personajes resultan al final completamente increíbles y cualquier asomo de crítica hacia la sociedad o los convencionalismos, como algunos han querido ver, carece de sentido, porque no estamos ante personas normales cuyo comportamiento, en un momento dado, se vuelva extraño, sino que estamos ante caricaturas, títeres a los el director maneja a su antojo creando un delirio tan inútil como vacío.
Y no quiero olvidarme del histerismo general de los protagonistas que se entiende bien al principio, en la fiesta, bajo los efectos de las drogas y el alcohol, pero que termina por cansar al estar presente desde entonces en casi todas las escenas. Se ve que el director temía quedarse corto en emociones, pero el recurso constante a los gritos no es la mejor ni la más elaborada decisión.
En lo que sí que apoyo a Berg es su puesta en escena. La verdad que para ser un debutante demuestra una gran soltura tras la cámara al tiempo que mantiene el ritmo, de manera que, a pesar de no gustarme la historia, reconozco que está bien filmada y no se hace pesada o lenta en ningún momento.
También el reparto está sobresaliente. En especial Christian Slater, sobre el recae buena parte del peso de la acción y que demuestra que como malo puede ser tan bueno que como monje. Cameron Díaz, además de guapísima, da la talla como novia pijita, caprichosa y dominante, aunque, como decía antes, los giros argumentales finales terminen por destrozar su personaje hasta hacerla irreconocible como modelo de chica de clase media superficila y materialista.
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