El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 17 de febrero de 2013

Juegos de guerra



Dirección: John Badham.
Guión: Walon Green, Lawrence Lasker, Walter F. Parkes.
Música: Arthur B. Rubinstein.
Fotografía: William A. Fraker.
Reparto: Matthew Broderick, Dabney Coleman, John Wood, Ally Sheedy, Barry Corbin, Juanin Clay, Kent Williams, Dennis Lipscomb, Joe Dorsey, Irving Metzman, Michael Ensign, William Bogert, Susan Davis, James Tolkan, John Spencer, Michael Madsen, Maury Chaykin, Eddie Deezen, Art LaFleur, William H. Macy.

A David (Matthew Broderick) no le va muy bien en el colegio, aunque tampoco le preocupa demasiado. Su verdadera pasión son los ordenadores, terreno en el que se maneja con gran soltura, llegando a cambiar sus notas tras conectarse con el ordenador de su escuela. Sin embargo, todo va a cambiar cuando, por error, se conecte al ordenador del Departamento de Defensa norteamericano. Comienza entonces un peligroso juego capaz de desencadenar la Tercera Guerra Mundial.

Resulta cuando menos curioso ver hoy en día Juegos de guerra (1983) y comprobar lo rudimentarios que eran los ordenadores en aquella época. Pero, curiosidades al margen, la película sigue siendo un muy buen entretenimiento que además de hacernos pasar un muy buen rato contiene algunas interesantes reflexiones.

La película parece ser que se inspiró en la Guerra de las galaxias de Ronald Regan (cuya foto vemos en un momento dado en el film), el famoso plan de defensa ideado por los norteamericanos en plena Guerra Fría. La crítica a la paranoia militar es evidente y se resume perfectamente con la famosa frase final del ordenador WOPR: Extraño juego. El único movimiento para ganar es no jugar.

Contrariamente a otras películas a las que el paso del tiempo ha dejado en evidencia, Juegos de guerra se ha visto enriquecida por el paso de los años y los avances informáticos. Lo que en 1983 podía parecer algo un tanto lejano se ha convertido en una terrible posibilidad. Así, el film de John Badham ha ganado en credibilidad y a día de hoy sus propuestas nos resultan mucho más familiares. El meollo de la cuestión es cómo un joven hacker logra poner en peligro a toda la humanidad por intentar buscar nuevos juegos de ordenador. Pero lo que subyace debajo de esta excusa es el peligro de confiar a las máquinas el poder de tomar decisiones en lugar de hacerlo las personas. En su afán por evitar el error humano, el profesor McKittrick (Dabney Coleman) consigue convencer a las autoridades norteamericanas para que dejen en manos de un superordenador la decisión final de lanzar un ataque nuclear total. Y resulta que tan sofisticada máquina se deja embarcar en un juego mortal por un joven de diecisiete años. En este sentido, la película nos recuerda a 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), donde se planteaba también la posibilidad de que un ordenador pudiera tomar sus propias decisiones. La advertencia sobre el peligro de la tecnología es evidente y ahora vemos que no todo en este terreno es mera ciencia ficción.

En cuanto a la película en sí, resulta un film realmente entretenido gracias a un muy buen guión que se centra en lo fundamental sin renunciar nunca al sentido del humor, lo que hace que la película, sin perder cierta emoción, se deje ver casi siempre con una sonrisa en los labios. Algunos detalles resultan sencillamente memorables, como el hecho de que la base militar donde se puede desatar una guerra mundial reciba visitas turísticas, lo que da lugar a una de las escenas más brillantes de Juegos de guerra. Badham opta por no dramatizar en exceso y, si bien es verdad que ello resta quizá dramatismo al conjunto, también le da un tono distendido que hace que el film resulte muy apropiado para ver en familia. Sea como fuere, la película se pasa en un suspiro y ello es quizá el mejor elogio que se le puede hacer.

Además, cuenta desde mi punto de vista con un reparto maravilloso, gracias al cuál uno disfruta doblemente de la película. El papel protagonista es para Matthew Broderick, que tenía así su primer papel principal de su carrera. Su actuación es genial, llena de frescura y naturalidad, conectando desde el primer minuto con nosotros. A su lado, Ally Sheedy, una hermosa adolescente también llena de encanto que me recordó a Elisabeth Shue en sus primeros trabajos, pues comparte con ella esa frescura y esa belleza aún inocente y natural. John Wood, en el papel del creador del superordenador, hace también un muy buen trabajo, con una presencia poderosa. Dabney Coleman y Barry Corbin completan el elenco principal con dos sobrias interpretaciones.

Juegos de guerra obtuvo un gran éxito de público en el año de su estreno, lo que venía a demostrar el interés del público por el cine de catástrofes, a la vez que reafirmaba el gran trabajo de John Badham al lograr aunar admirablemente el simple entretenimiento con la intriga y la reflexión sobre la guerra o el papel de la tecnología en nuestras vidas. Muy recomendable.

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