El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 6 de marzo de 2013

La carga de la brigada ligera



Dirección: Michael Curtiz.
Guión: Michael Jacoby y Rowland Leigh.
Música: Max Steiner.
Fotografía: Sol Polito (B&W).
Reparto: Errol Flynn, Olivia de Havilland, Patric Knowles, Nigel Bruce, David Niven, Donald Crisp, Henry Stephenson.

A mediados de siglo XIX, los ingleses dominan casi toda la India, pero tienen problemas en el noroeste, la región fronteriza con el Suristán, cuyo emir le reprocha al Imperio británico que le retirara la ayuda económica que venía prestando a su difunto padre. En venganza, solivianta a las tribus indígenas realizando una cruel matanza en un destacamento británico. El mayor Geoffrey Vickers (Errol Flynn), de la Brigada Ligera, jurará vengar esa matanza.

La carga de la brigada ligera (1936) tiene ese aire épico y un tanto caduco de las primeras películas de Hollywood, donde primaba ante todo el espectáculo y la grandiosidad del mensaje, por encima de la verdad histórica e incluso cierto sentido común.

La película es deudora de su momento y ello supone parte de su encanto, vista como una especie de reliquia cinematográfica, aunque también ahí están gran parte de sus defectos. El argumento de la película se basa libremente en el poema de The Charge Of The Light Brigada, de Alfred Lord Tennyson, publicado en el diario “Examiner” (9-X-1854). Pero como se explica en los títulos de crédito, el film no pretende reflejar fielmente lo sucedido, aclaración que es muy de agradecer.

Deudora del cine mudo es gran parte de su puesta en escena, así como el recurso a los textos explicativos. Pero no sólo eso. También el film presenta una simplicidad excesiva en cuanto a argumento, lo cuál nos lleva a esos años en que el cine propagaba unos mensajes tan claros y directos como sesgados. Baste recordar la visión que se ofrecía entonces de los indios americanos o, por ejemplo, en este caso, la plácida imagen colonial, sin ningún reproche a la presencia británica en la India, que se presenta como lo más natural del mundo. Fruto de todo ello es que los dos bandos en juego se dibujan claramente diferenciados: del lado británico está el honor, el valor y la civilización; del lado nativo, el enemigo, está la brutalidad y la traición. No hay medias tintas.

Y como lo que se persigue es la glorificación del valor de las tropas británicas, la famosa carga de la Brigada Ligera durante la batalla de Balaclava, que fue un desastre militar y un acto de valor sin mucho sentido, es presentada aquí como un acto heróico sublime cuyo recuerdo pervive en el tiempo.

Aún así, dejando de lado las imprecisiones históricas y las críticas que podamos formular a una visión tan partidista y simple de aquellos hechos, es necesario analizar el film en sí mismo, como una obra artística que, desgraciadamente, es deudora de su momento. Y como película hemos de decir que cumple sobradamente sus pretensiones de ser un film grandioso, épico y con sus notas románticas. Es decir, un film Made in Hollywood con todas las letras.

Sin embargo, entre la parte de acción y la parte romántica, creo que la primera se impone claramente. En parte porque es la más vistosa, dinámica y la que reporta los mejores y más vibrantes momentos de la película. Pero también porque el romance a tres entre los hermanos Vickers y Elsa Campbell (Olivia de Havilland) carece de fuerza y no termina de convencerme. Quizá porque se ve un poco como un añadido que no aporta nada al núcleo argumental, tal vez porque no terminamos de creer que Elsa prefiera a Perry (Patric Knowles) y no a Geoffrey o quizá porque este romance resulta un tanto pasteloso.

El caso es que la película arranca sin mucho brío y un tanto perdida entre presentaciones de situaciones y personajes. Pero en cuanto comienza la acción, especialmente con el ataque al fuerte Chukati, el tono cambia radicalmente y pasamos a un film donde la acción no da apenas tregua, culminando en la espectacular escena final, perfectamente filmada y culmen de todo el discurso previo que nos ha preparado para esa apoteosis de valor.

Errol Flynn sin duda es el actor perfecto para este papel. Pocos ha habido con un aspecto más heróico y atractivo. Fue la viva imagen del héroe por excelencia en los años treinta y cuarenta. Esta es su segunda película al lado de Olivia de Havilland de las siete que harían juntos, y de nuevo a las órdenes de Michael Curtiz, tras El capitán Blood (1935); pareja que tendría su mejor momento en Robín de los bosques (Michael Cutiz, William Keighley, 1938) y Murieron con las botas puestas (Raoul Walsh, 1941), emparentada argumentalmente con esta película.

La carga de la brigada ligera es pues una de esas películas que hay que ver con la mente abierta, libre de prejuicios, para apreciar sus evidentes virtudes sin que las rémoras de una época un tanto lejana logren empañar lo que no deja de ser un simple entretenimiento.

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