El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 17 de marzo de 2013

Veredicto final


Dirección: Sidney Lumet.
Guión: David Mamet (Novela: Barry Reed).
Música: Johnny Mandel.
Fotografía: Andrzej Bartkowiak.
Reparto: Paul Newman, James Mason, Charlotte Rampling, Roxanne Hart, Jack Warden, Milo O'Shea, Lindsay Crouse, Edward Binns, Wesley Addy, Julie Bovasso.

Frank Galvin (Paul Newman) es un maduro abogado que atraviesa sus horas más bajas. Alcoholizado, busca casos entre los fallecidos por accidentes sin mucho éxito y sin ninguna convicción. Un día, su colaborador le recuerda que tiene aún que ocuparse de un caso de negligencia médica en un hospital. Galvin está convencido que es un caso que puede ganar y con ello enderezar por fin su carrera. Cuando la parte contraria le ofrece una indemnización para no ir a juicio, Galvin decide rechazarla.

Veredicto final (1982) podría ser un film más de juicios a no ser por el toque personal que le quiso dar Sidney Lumet. Otra cosa es que ese toque personal encaje con este tipo de temática, lo cual parece que no es precisamente el caso con esta película, al menos al cien por cien.

Lumet busca darle un toque personal a Veredicto final y ello queda patente en el tono pausado con que arranca la película, y que se mantiene a lo largo del film, y también en una peculiar manera de finalizar y enlazar las secuencias, que a veces puede resultar un poco brusca. Con este estilo tan definido, Lumet logra salirse del enfoque más trillado que hubiera podido dar lugar a un film del montón sobre juicios. No estamos ante un film efectista o que explote los elementos más comerciales del género de juicios, sino ante un trabajo más profundo, más interesante, que huye un tanto de las fórmulas más tradicionales para, dentro de una trama atractiva, ofrecer una visión más centrada en las personas, en sus angustias, sus luchas, sus demonios.

Veredicto final cuenta con un guión muy inteligente que juega con astucia sus bazas, sin que los giros que va tomando la historia nos resulten tramposos, gracias a una trama muy bien urdida en la que las piezas encajan con toda naturalidad. Es verdad también que a pesar de lo mal que puedan pintar las cosas para el protagonista en muchos momentos, podemos intuir sin muchos problemas en el más que probable final feliz. Pero aquí también vamos a poder disfrutar del toque personal del director, en este caso para bien, que lo que hace es eludir todo triunfalismo, de manera que a pesar de que podemos hablar sin duda de un final feliz, éste no está exento de algunas sombras que mantienen el tono un tanto sombrío y pesimista que domina la película. Porque el interés primordial del director no parece estar en el caso que se juzga; de hecho la culpabilidad de los médicos por negligencia queda clara desde el primer momento. Lo que interesa a Lumet es hacer el retrato del protagonista y ofrecerle la oportunidad de redimirse. Para ser sinceros, la historia de Galvin y el porqué de su descenso a los infiernos no es demasiado original y suena a cliché, es tal vez el punto más flojo de un guión muy bien trabajado. Y es ese interés por los personajes más que por la historia lo que puede explicar que tampoco Lumet saque todo el jugo al juicio, punto álgido de la historia, que transcurre de manera un tanto extraña, sin la intensidad o la emoción que quizá hubiera sido deseable.

Lo que sí que destaca es el trabajo de Paul Newman, mucho más contenido que en otras ocasiones en que abusaba de algunos tics. En esta ocasión su interpretación es más que notable. También hay que destacar la buena compañía con que cuenta. Por un lado, James Mason, otra vez en el papel del malo de la película y otra vez dejando claro su talento innato. Jack Warden tampoco desentona en absoluto y hasta la inexpresiva Charlotte Rampling parece convincente en un papel que le va bastante bien a su manera de trabajar y a su enjuto rostro.

Sin embargo, a pesar de no ser un film redondo, Veredicto final tiene bastantes virtudes como para merecer ser vista. Quizá no estemos ya habituados a tratamientos tan personales, pues lo que domina en este tipo de películas es impactar y emocionar al espectador por encima de todo. Incluso sorprende un guión que no busca jugar al engaño descaradamente. Y es en esta contención y en esta honestidad donde residen los principales méritos de la película.

Veredito final recibió hasta cinco nominaciones a los Oscar: mejor película, director, guión adaptado, actor principal (Paul Newman) y actor secundario (James Mason). No se llevó ninguno en el año de Gandhi (Richard Attenborough) y E.T., el extraterrestre (Steven Spielberg).

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