El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 11 de febrero de 2014

El príncipe y la corista



Dirección: Laurence Olivier.
Guión: Terence Rattigan.
Música: Richard Addinsell.
Fotografía: Jack Cardiff.
Reparto: Laurence Olivier, Marilyn Monroe, Sybil Thorndike, Richard Wattis, Jeremy Spenser, Esmond Knight, Maxine Audley, Jean Kent.

1911, Inglaterra va a coronar rey a Jorge V, por lo que numerosos monarcas y dignatarios de otros países son invitados a la ceremonia. Entre ellos están el joven Nicolás de Carpatia (Jeremy Spenser) y su padre, el príncipe regente Carlos (Laurence Olivier); quién buscará para distraerse la compañía de una joven actriz de teatro, la atractiva Elsie Marina (Marilyn Monroe).

El príncipe y la corista (1957) no es decididamente la mejor comedia de la historia. Es más, bien mirado, su argumento resulta un tanto simple y a todas luces improbable y bastante increíble. Además, algunos detalles, como el que todo un regente hecho y derecho haga partícipe de sus problemas dinásticos a una completa desconocida, resultan tan forzados como pueriles. Y sin embargo... El príncipe y la corista termina ganándonos con el encanto de su simplicidad, con la maravillosa ingenuidad de su argumento, más cercano a un cuento para niños que una verdadera historia a tener en consideración. Y es que el film tiene ese encanto indefinido de un cine que ha pasado ya de moda, de un cine caduco y muerto para siempre. Y es por ello que nos sentimos atraídos por esa ingenuidad y ese glamour trasnochado que, sin embargo, sigue teniendo un encanto especial. El argumento es tan banal, la historia de amor entre el aristócrata y la plebeya tan predecible que precisamente es esa naturalidad, esa falta de artificios, esa sencillez brutal lo que nos conquista, porque a veces un bonito cuento resulta gratificante.

Lo que es evidente es que el film debe gran parte de su encanto a la presencia de la fascinante Marilyn. Muchos dudaban de si la actriz resistiría la comparación al lado de un actor de la talla de Laurence Olivier, que había representado la obra de teatro en que se basa la película junto a su esposa Vivien Leigh en Londres. Y Marilyn no sólo mantuvo el tipo ante el gran actor inglés, sino que impregnó el film de una alegría, una espontaneidad y una sexualidad rotundas, convirtiendo su presencia en un prodigio de vivacidad y encanto. Olivier, a su lado, muestra su gran talento, su presencia imponente, pero no puede hacer sombra al encanto y tremendo atractivo de una joven actriz que era mucho más que una cara bonita.

La película no puede ocultar su origen teatral, a pesar de los intentos del director por dotar a las escenas de agilidad y dinamismo. Pero esa deuda con su origen termina siendo también parte del encanto del film, con los personajes limitados a un espacio concreto y con esos rústicos decorados que intentaban paliar una puesta en escena que hubiera sido más costosa y aparatosa. Las transparencias son a día de hoy muy toscas, pero con un encanto peculiar. Además, las elipsis visuales durante la coronación nos regalan un primer plano del rostro de Marilyn que resulta impagable hoy en día.

Sin tener un argumento especialmente brillante como decía anteriormente, sí que hay que reconocer que la sencilla y previsible historia de amor entre el regente y la actriz está plagada de frases ingeniosas y algunos recursos narrativos realmente logrados, como el simpático juego con las medallas o la genial escena en que Elsie Marina y Carlos intercambian los papeles de su primera cena, cuando el regente intenta seducirla, para que sea luego Elsie la que juegue brillantemente el papel de seductora frente a Carlos. Es un recurso sencillo, pero el efecto y la ejecución son perfectos, ofreciendo el mejor momento sin duda de la película.

A parte de eso, el film nos relata un cuento de hadas en que una humilde muchacha logra codearse con la realeza y, además, transformarla con su vitalidad, su sencillez y su sentido común, opuestos al protocolo, la diplomacia y los complots palaciegos.

No me esperaba gran cosa de esta película. Es más, tenía cierta predisposición negativa, como una especie de intuición que me decía que iba a defraudarme. Afortunadamente, mis intuiciones no suelen ser muy fiables. Repito que no es una comedia genial y hasta es posible que mi entusiasmo no sea compartido por la mayoría. No importa. Yo he pasado un muy buen rato en compañia de la hermosa Marilyn y su arrolladora presencia. Ojalá la puedan ver ustedes con mi misma mirada; si es así, seguro que disfrutarán de esta pequeña y agradable comedia.

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