El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 2 de marzo de 2020

Y Dios creó a la mujer



Dirección: Roger Vadim.
Guión: Roger Vadim y Raoul Lévy.
Música: Paul Misraki.
Fotografía: Armand Thirard.
Reparto: Brigitte Bardot, Curd Jurgens, Jean-Louis Trintignant, Christian Marquand, Georges Poujouly.

Juliette Hardy (Brigitte Bardot) es una joven huérfana de extraordinaria belleza y un comportamiento alocado y desnhinibido. Enamorada de Antoine Tardieu (Christian Marquand), éste solo ve en ella un objeto de deseo, mientras que su hermano Michel (Jean-Louis Trintignat) está verdaderamente enamorado de ella.

Y Dios creó a la mujer (1956) fue la película que dio a conocer y encumbró a Brigitte Bardot, una hermosa mujer que el entonces marido suyo Roger Vadim, que se estrenaba en la dirección con esta película, supo convertir en todo un mito erótico de la época y que le reportó a Francia mas dinero que algunos de sus productos más exportados. Solamente Marilyn Monroe logró situarse, en su momento, por delante de Bardot.

Para la época es fácil imaginar que tanto el tema de una mujer demasiado deshinibida y algunas escenas donde la actriz exhibe alguno de sus encantos e insinúa otros supusiera un pequeño escándalo entre un público bastante reprimido y una moral con tendencia al puritanismo. En España, por ejemplo, solo se pudo ver a partir de 1971, y en salas especiales, es decir, proyectada en su versión original. Ahí reside sin duda la fama y, hoy en día, el atractivo de esta cinta, más como elemento histórico que por su verdadero valor intrínseco. Es más, vista en la actualidad, Y Dios creó a la mujer se ve como un producto bastante comedido y que se a visto superado con creces por la creciente tendencia del cine a mostrar cada vez más y rebasar paulatinamente límite tras límite. Aunque es verdad que, en el tema del erotismo, al cine aún le cuesta tratar el asunto con absoluta libertad, algo que, por ejemplo, en lo relacionado con la violencia parece que tiene muchos menos problemas.

Y Dios creó a la mujer es esencialmente un vehículo para el lucimiento de Brigitte Bardot que, con veintidós años, estaba en el máximo esplendor físico. Actriz bastante limitada, suplió sus carencias con su deslumbrante presencia, que bastó para convertir a la cinta en todo un fenómeno internacional. Y si Bardot no destaca precisamente como una buena actriz, sus compañeros de reparto tampoco están demasiado afortunados: ni el rígido y acartonado Curd Jurgens ni el galán Christian Marquand, un tanto inexpresivo. Incluso Jean-Louis Trintignant está lejos de sus mejores trabajos.

La historia gira en torno a Juliette, sus ganas de vivir la vida y su comportamiento un tanto alocado y provocador, lo que desata pasiones y deseos entre sus múltiples admiradores. En cierto sentido, la historia viene a repetir el tema de Lolita, la niña-mujer extremadamente atractiva y que juega sin reparo con los hombres. Sin embargo, en esta ocasión el desarrollo del tema es bastante más somero, sin entrar en demasiadas profundidades. Juliette tiene más sombras que certitudes y su personalidad parece resumirse en un amor imposible y un deseo casi irracional de hacer locuras. El triángulo amoroso que se establece entre los hermanos Tardieu y Juliette se queda en casi nada y el previsible desenlace trágico se diluye como un azucaricarillo en el café. Se pierde así la fuerza del conflicto y el final deja el sabor de algo incomprensiblemente falto de entidad.

Vadim que, como vemos, no destaca especialmente como guionista, tampoco lo hace en su faceta de director, pues propone una puesta en escena bastante banal donde solo es reseñable su intención de poner de relieve el gran atractivo de su mujer, y poco más.

Al final, pasado el revuelo del momento del estreno, nos queda una curiosidad sobre los comienzos de Brigitte Bardot sin ningún otro interés especial.

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