El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 1 de febrero de 2021

Un marido de ida y vuelta

 



Dirección: Luís Lucía.

Guión: Luís Lucía y J. María Palacios (Obra: Enrique Jardiel Poncela).

Música: Juan Quintero.

Fotografía: Alfredo Fraile.

Reparto: Fernando Fernán Gómez, Emma Penella, Fernando Rey, Xan das Bolas, Antonio Riquelme, Mercedes Muñoz Sampedro, José Luís López Vàzquez.

Pepe (Fernando Fernán Gómez) y Paco (Fernando Rey) son muy buenos amigos desde siempre y ambos se enamoraron de jóvenes de Leticia (Emma Penella), que terminó casándose con Pepe. Éste la adora, a pesar de que es una esposa dominante y caprichosa. Viendo cercana su muerte y para proteger a su amigo, Pepe le hace prometer a Paco que nunca se casará con Leticia cuando él falte.

Hay una corriente dominante en el cine cómico español: la comedia costumbrista. Es un cine no demasiado elaborado, basado en un humor muy elemental y que tiende a la exageración infantil. Por ello no suele gustarme lo más mínimo, salvo contadas excepciones. Y por ello es un gran motivo de alegría poder ver otro tipo de comedias, como es el caso de Un marido de ida y vuelta (1957), donde disfrutamos de un humor surrealista e inteligente. 

Ello se lo debemos a Enrique Jardiel Poncela, un dramaturgo de lo más original que nos ha dejado un puñado de obras de teatro a cada cual más alocada, alguna de las cuales se ha llevado con acierto al cine, como es el caso, por ejemplo, de Eloísa está debajo de un almendro (Rafael Gil, 1943).

Un marido de ida vuelta es, dentro de su locura, una inteligente crítica de las costumbres nacionales y, sobre todo, de la hipocresía social, donde las virtudes solo sirven como escaparate, la palabra de un caballero y amigo no vale nada y las convenciones sociales son como una alfombra bajo la cuál abunda la porquería, que siempre termina por aflorar a la superficie.

Pero todo esto siempre con una mirada burlona, como si la única solución inteligente a tanto despropósito y petulancia no fuera otra que reírse de todo y de todos. Nadie sale bien parado aquí: ni las mujeres de la alta sociedad, vacías y caprichosas, ni los médicos, inútiles ("No por favor, el doctor no, quiero morir de forma natural"), ni los altos ejecutivos, infantiles a más no poder. Pero el mayor sinsentido es quizá el gafe (Xan das Bolas), afanado en atribuirse todas las desgracias ajenas, aunque no le correspondan.

Es, en realidad, un mundo al revés, donde la lógica ha salido a pasear y las reacciones sensatas parecen no tener cabida. Es la manera del genial Jardiel Poncela de desvelar las miserias de la condición humana, siempre con una mirada benevolente.

En cuanto al trabajo de Luís Lucía, he de reconocer que me pareció una dirección la suya un tanto pobre, con muy poca imaginación, por ejemplo a la hora de ubicar la cámara y no sabiendo aprovechar todas las posibilidades del argumento. Menos mal que la base del guión, la obra de Jardiel Poncela, es lo bastante buena para que sobreviva a su dirección rutinaria. 

En el reparto, lo mejor del cine nacional del momento, con Fernando Fernán Gómez a la cabeza. Este actor, omnipresente nuestra filmografía, es de lo mejor que nos ha dado el cine español. Y en la comedia se movía como pez en el agua, haciendo creíble cualquier personaje que encarnara y que, aunque fuera absurdo o patético, siempre resultaba entrañable y cercano. Emma Penella es otra gran actriz, de las que hicieron escuela. Fernando Rey, nuestro actor más internacional, también resulta natural, sin excesos, comedido pero certero. Y el resto de secundarios, un poco menos acertados; en ellos es dónde vemos aflorar con claridad esa vertiente del humor patrio más vulgar que tan poca gracia me hace.

Un marido de ida y vuelta me reconcilia con parte de nuestra comedia, es especial del período del blanco y negro, donde surgieron artistas originales, como el señor Jardiel Poncela, que aportaron frescura, imaginación y locura al mundo de la comedia. Por desgracia, la evolución se fue orientando más a un humor menos inteligente, más fácil, de ahí la maravillosa sensación de poder disfrutar de obras como ésta, modestas pero con un encanto impagable.

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