Dirección: Charles Chaplin.
Guión: Charles Chaplin.
Música: Charles Chaplin.
Fotografía: Roland Totheroh (B&W).
Reparto: Charles Chaplin, Merna Kennedy, Betty Morrisey, Harry Crocker, Allan Garcia, Henry Bergman, Stanley Stanford, George Davis.
Huyendo de la policía, Charlot (Charles Chaplin), un vagabundo sin oficio, termina en medio de una actuación de un circo, provocando la hilaridad general, lo que hace que le ofrezcan un empleo.
El circo (1928) es la última película muda de Chaplin y aunque no tiene la fama de sus obras maestras universales es un film enorme, con algunos momentos sencillamente magistrales.
Dentro de lo sencillo de su argumento (un vagabundo que accidentalmente se convierte en estrella de un circo en crisis y, de paso, se enamora de la hija del dueño), El circo posee una serie de elementos muy interesantes que merecen ser analizados con cierto detenimiento.
En primer lugar, contiene algunos de los gags más divertidos e ingeniosos de Chaplin, lo que es mucho decir. Por ejemplo, el comienzo de la película es espectacular en su totalidad, pero podría destacar algunos momentos esenciales, como cuando el carterista esconde en el bolsillo de Chaplin la cartera y el reloj robados a un transeúnte dando lugar a una serie de equívocos con la policía memorables, como el del policía que le pide que cuente el dinero de la cartera, por si falta algo; o a la genial actuación de Charlot haciendo de autómata, o el momento en que, huyendo de la policía, el carterista y Charlot escapan codo con codo; y terminando con la secuencia en la sala de los espejos, claro predecesor de la famosa escena de La dama de Shangai (1947) de Orson Welles. Todo estaba inventado ya.
El nivel de comicidad tampoco desciende con Charlot como estrella del circo, con la persecución del burro o el momento en que el vagabundo se queda encerrado en la jaula del león o su torpeza como tramoyista, origen de su éxito cómico en el circo. Y esto último nos lleva a un detalle muy interesante de la película: Charlot es gracioso en el circo sin querer serlo, debido a su torpeza natural; es más, cuando el director del espectáculo le pide que ensaye números preparados para hacer gracia, el vagabundo fracasa. Se trata de una interesante reflexión. Y unido a esto, vemos como solo Charlot se ríe de los números de los payasos, que están en el punto de mira del director del circo por su falta de talento; pero el vagabundo, en su inocencia, encuentra su trabajo irresistiblemente gracioso.
No falta la historia de amor: Charlot se enamora de Merna (Merna Kennedy), la hija del director del circo (Allan Garcia), a la que ayuda cuando su autoritario padre la castiga por fallar en su actuación. Pero ella solo lo ve como un buen amigo y, cuando se enamora de Rex (Harry Crocker), el funámbulo, llega el desengaño para el vagabundo, lo que no impide un último acto supremo de amor y generosidad. Y con ello llegamos a otro aspecto básico del cine de Chaplin, el detalle sin duda que le hizo destacar por encima de los cómicos de su época: Charlot es un personaje tremendamente humano, capaz de hacernos reír a carcajadas, pero también de conmovernos profundamente. Ese es el elemento clave de Charles Chaplin: era capaz de emocionarnos con muy pocos elementos; su personaje tiene sentimientos, es un ser humano entero, no un mero bufón. Con ello, Charlot se destacó de toda la competencia y adquirió una entidad tan genuina y tan real que el público empatizaba y se emocionaba con él, al mismo tiempo que no paraba de reír. Y en El circo tenemos de nuevo un ejemplo maravilloso de cómo, con los mínimos recursos, Charles Chaplin era capaz de emocionar profundamente al público.
Ese punto trágico del cine de Chaplin se condensa en la magnífica secuencia final, cuando el circo, con la feliz pareja (Rex y Merna), se va y el vagabundo, de nuevo, se queda solo, sin sitio en el mundo del éxito y la felicidad.
Sin duda, una obra maestra más dentro de la incomparable filmografía de un genio único en la historia del cine.
No hay comentarios:
Publicar un comentario