Dirección: Tim Robbins.
Guión: Tim Robbins (Libro: Helen Prejean).
Música: David Robbins.
Fotografía: Roger Deakins.
Reparto: Susan Sarandon, Sean Penn, Robert Prosky, Margo Martindale, Celia Weston, Raymond J. Barry, R. Lee Ermey, Scott Wilson, Jack Black.
Condenado a la pena de muerte por el asesinato de dos jóvenes, Matthew Poncelet (Sean Penn) escribe a una religiosa pidiéndole ayuda.
Lo más llamativo de Pena de muerte (1995) es cómo aborda un tema bastante delicado y le da un tratamiento del todo alejado a lo que Hollywood nos tiene acostumbrados. Tim Robbins, que se apoya en un caso real, se aleja de lo fácil, de la sensiblería o la exageración y opta, con acierto, por una exposición sin adornos, pero también sin tomar partido ni por las víctimas ni por los asesinos. No hay una verdad absoluta, ni una maldad absoluta; se trata de seres humanos, con sus debilidades, sus herencias, el peso de su infancia, sus amores y sus frustraciones. Y el director intenta que entendamos todo eso: el dolor de las familias de las víctimas y su deseo de venganza; el dolor también de la hermana Helen (Susan Sarandon), cuya fe le anima a auxiliar a Matthew, aunque le parezca, de entrada, un ser malvado y cruel; y la personalidad de Matthew, un asesino racista y muy egoísta. Robbins no emite un juicio, sino que expone directamente los hechos y cada cuál tendrá que reflexionar sobre ese crimen terrible y sin sentido.
El film es una dura crítica hacia la pena de muerte, sin que ello exonere a Matthew, que no sólo no soluciona nada sino que suma una muerte más a las ya existentes, pero ahora de manera fría, calculada, planificada. Además, como bien dice Matthew, "no hay pobres en el corredor de la muerte", lo que incide en la falta de equidad de la justicia. Aquel que puede costearse una buena defensa no será condenado a muerte. Esta pena se reserva a los miserables, los pobres, los apartados de la sociedad. Es un sistema injusto en sí mismo y la culminación de ello se manifiesta en la pena capital.
Sin embargo, esa neutralidad del director, el evitar caer en dramatizaciones excesivas, lo cuál pienso que es un acierto, termina por crear un film un tanto frío. Incluso en los momentos de mayor intensidad reconozco que no terminaba de emocionarme. Creo que parte del problema puede ser que los personajes principales quedan un tanto difuminados. De la hermana Helen solo se nos aporta su remordimiento por matar a un animal siendo niña y nada más, con lo que entendemos su deseo de ayudar al preso en virtud de su fe, pero sin que lleguemos a adentrarnos plenamente en sus verdaderos miedos y motivaciones. Y lo mismo sucede con Matthew, lo que aún es peor. Habría sido imprescindible conocerlo mejor para poder empatizar más o al menos tener elementos para evaluar sus actos. Pero no es así e incluso desde el principio estamos engañados sobre su grado de participación en los asesinatos, solamente al final sabremos la verdad, pero ya es tarde.
Tampoco la dirección de Tim Robbins me pareció especialmente destacable. Su trabajo es correcto, pero falto de imaginación y no consigue dotar de pasión ni intensidad un relato al que podría haber sacado más partido.
Lo que me gustaría destacar por encima de otras consideraciones es la calidad de los diálogos, lejos de los que estamos acostumbrados a escuchar en el cine actual. Influíos sin duda por ese afán de equidad, de no tomar partido por parte del director, las conversaciones resultan directas, sin adornos, sin necesidad de cargar las tintas y con ello rebosan autenticidad por todas partes. Es algo que me sorprendió gratamente desde el inicio y me parece todo un acierto.
En cambio, en el desenlace creo Tim Robbins cae en lo que quería evitar desde el principio: un exceso de sensiblería. Entiendo que el momento de la ejecución justifica cierta intensidad mayor en el relato, pero ciertos adornos no casan del todo bien con el espíritu y el tono del resto de la película. Es más, creo que sobraban algunos minutos, sobre todo tras la ejecución, pero no es más que una apreciación muy personal.
El trabajo de Susan Sarandon y de Sean Penn es, sin embargo, excelente. Ella derrocha naturalidad y cuando tiene que trasmitir pena o dolor lo logra sin excesos. Su trabajo fue recompensado con un Oscar. Sean Penn, en su caso, se quedó con la nominación y creo que su trabajo supera incluso al de Sarandon. Penn es frío al principio, desafiante, hasta cambiar cuando le llega la hora de la ejecución para mostrarse débil y asustado. Y en ambos registros está realmente perfecto.
Al final, sin embargo, lo que importa es reflexionar sobre cuanto se expone en esta historia: es imposible no sentir y comprender el dolor de los padres que han perdido a sus hijos de manera cruel e inhumana; comprendemos su deseo de venganza, aunque ninguna muerte redima a otra. Entendemos que existan personas como Matthew y que la sociedad deba protegerse de ellos, pero al final tenemos una justicia que se compra con dinero y una pena capital que no escapa de la barbarie que dice perseguir. Este es el verdadero valor de Pena de muerte, llevarnos a una reflexión muy interesante y compleja con una exposición directa, donde Tim Robbins intenta mantener la neutralidad.
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