Dirección: Sam Wood.
Guión: Claudine West, Sidney Franklin, R. C. Sheriff, Eric Marschwitz (Novela: James Hilton).
Música: Richard Addinsell.
Fotografía: Freddie Young (B&W).
Reparto: Robert Donat, Greer Garson, John Mills, Terry Kilburn, Paul Henreid, Judith Furse, Lyn Harding, Frederick LeisterMilton Rosmer.
El anciano Mr. Chipping (Robert Donat), profesor retirado, recuerda sentado ante la chimenea su vida como docente en la escuela Brookfield, donde ha pasado toda su vida.
Sucede a menudo que algunas películas que abarcan demasiado tiempo, en el caso de Adiós, Mr. Chips (1939) son más de sesenta años, se quedan un tanto vagas, imprecisas. El hecho de tener que contar tantas cosas en un tiempo determinado no juega en su favor. En este caso, la sensación es que Sam Wood se ve forzado a pasar demasiado deprisa por los momentos clave en la vida del protagonista y me quedo con las ganas de saber más, de disfrutar mejor de alguno de esos instantes.
Pero, a pesar de lo dicho, el director parece tener en esta ocasión la extraña cualidad de dotar a esos momentos clave, a pesar de la brevedad con que son abordados, de una intensidad superior. Es imposible asistir a algunos pasajes de la vida de este buen profesor sin sentirse profundamente conmovido. El secreto puede ser la naturalidad con que el guión nos cuenta la vida de Mr. Chips, la simplicidad del relato, que en cada momento se centra en lo más importante, en aquello que mejor va a definir al personaje y su relación con sus compañeros, sus alumnos o su esposa. Y de esta manera, una sola imagen o una breve conversación tienen esa intensidad que las hace casi inolvidables y nos permite vivir con una fuerza y una pasión extrañas un relato tan precipitado.
Me ha encantado la elegancia de Wood en la dirección, el concentrarse en lo importante, el lograr emocionarnos con una imagen sencilla y no permitirse caer en lo excesivo, algo que acechaba en cada instante en una historia como esta. Además, eludía inteligentemente ciertos detalles, como cuando Chips infringe un castigo físico a un alumno; o la maravillosa la escena en el barco cuando Chips comenta que solo los enamorados ven azul el Danubio y la cámara se desplaza al piso superior del navío y se detiene en su futura esposa, que confirma que el río es azul. Es una maravillosa manera de confirmar el flechazo entre ambos.
Esta manera elegante de narrar las historias era algo propio de aquellos años pero tristemente se ha perdido con el paso del tiempo. Poco a poco se fue tendiendo a querer ir un paso más allá, de atreverse a cruzar pequeñas líneas rojas sin constatar todo lo que se iba perdiendo en ese proceso.
Al final, nos queda un retrato del profesor con algunas pequeñas lagunas, como sus primeros años de enseñanza, pero en general tenemos lo imprescindible: un dibujo de una buena persona, muy tímida, afectuosa, que hizo de su profesión su vida y que con su bondad innata se hizo respetar y querer por sus compañeros y alumnos, que se convertían en admiradores y amigos.
La película es un canto a la bondad, encarnada en el profesor, y a la importancia de la educación para formar hombres buenos, responsables, con valores como la lealtad, la amistad o la responsabilidad. Y también ensalza esa manera de educar basada en el respeto mutuo entre maestro y alumno y que es opuesta a esa otra, bastante extendida en la época en que transcurre la película y también muchos años después, asentada en la disciplina rígida, el castigo físico y una separación radical entre docentes y alumnos.
Viendo la primera aparición de Robert Donat, me pareció que resultaba un tanto sobreactuado. Curiosamente, el actor ganó el Oscar al mejor actor por ese trabajo, lo que podría venir a incidir en el hecho de que a veces influye tanto el personaje como el trabajo interpretativo, algo evidente cuando se trata de personajes atormentados, discapacitados o, como en esta ocasión, entrañables. De todos modos, la actuación también debe mucho a la época en que se rodó el film. El cine ha evolucionado mucho desde entonces en todos los aspectos. A pesar de lo dicho, tras esa primera aparición de Donat, uno acaba acostumbrándose al personaje y su carisma termina por hacernos olvidar los matices del trabajo de Donat. Sus compañeros de reparto están también más que acertados, con una especial emoción por los niños, a menudo el eslabón menos sólido, pero que en esta ocasión demuestran bastantes tablas.
Adiós, Mr. Chips, sin tener el renombre de algunos clásicos contemporáneos suyos, es un pequeño y gratificante placer que aún se puede degustar en la actualidad gracias a aquel estilo de comienzos del cine sonoro que aún me sigue pareciendo maravilloso.
En 1969 se realizó una versión musical del libro de James Hilton, también titulada Adiós, Mr. Chips e interpretada por Peter O'Toole.
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