Dirección: Jason Winer.
Guión: Max Werner (Historia: Chris Higgins).
Música: Jeremy Turner.
Fotografía: David Robert Jones.
Reparto: Martin Freeman, Morena Baccarin, Jake Lacy, Melissa Rauch, Shannon Woodward, Jane Curtin, Ellis Rubin, Adam Shapiro, Jackie Seiden.
Charlie (Martin Freeman) sufre cataplexia, una enfermedad que le paraliza los músculos y hace que se duerma si tiene alguna emoción fuerte, especialmente la alegría. Por ello, lleva una vida solitaria y rehuye la posibilidad de enamorarse, algo que podría matarlo.
Partir de una enfermedad como la cataplexia para hacer de ello una comedia es bastante extraño en sí mismo porque parte de un supuesto tremendamente extraño y también porque utilizar una enfermedad como fuente cómica parece un contrasentido. Y por eso resulta tan peculiar Oda a Joy (2019). Es un film que nos desconcierta bastante en su planteamiento. Así todo, la historia de una persona que, asustada, decide renunciar a la felicidad que podría sentir al estar enamorado tiene un cierto potencial humorístico si es tratada de manera inteligente. El problema es que los guionistas de comedias actuales parece que se han olvidado de escribir buenos guiones y a cambio se limitan a variaciones de un mismo tema con escasa originalidad y menos gracia.
En Oda a Joy la búsqueda de la comicidad parece reducirse a dos elementos: llenar la historia de tipos raros, cuanto más extraños mejor, incluso los aparentemente normales son extraños en su esencia, y recurrir a bromas basadas en el sexo. El primer elemento redunda en lo extraño y rebuscado del planteamiento básico de la película y por momentos es todo tan forzado que no funciona correctamente como fuente de comicidad, sino que incluso puede llegar a provocar el efecto contrario. Así, personajes como Bethany (Melissa Rauch) resultan absurdos al llevar la excentricidad al límite; o el hermano de Charlie, Cooper (Jake Macy), que de ser un tipo amable y simpático pasa a convertirse en un idiota insensible en un segundo para, luego, volverse de nuevo razonable sin más explicaciones, salvo como torpe método de precipitar el final feliz. El segundo elemento tampoco resulta más afortunado, en parte por demasiado obvio como supuesta fuente de comicidad y en parte por estar muy mal traído.
Oda a Joy es una sucesión pequeños errores, diálogos sin emoción, situaciones mal aprovechadas, momentos extraños, como la discusión de Francesca (Morena Baccarin) subida a una mesa de la biblioteca, donde encontrar la gracia resulta complicado. Las escenas realmente interesantes escasean y la historia se queda en lo meramente superficial, dejando unos personajes sin profundidad, lo que aleja el film de un punto que debería ser crucial en un argumento basado en la enfermedad del protagonista: tocar la fibra sensible del espectador acercándonos al sufrimiento de Charlie, de manera que podamos alegrarnos cuando supere sus miedos y se arriesgue a pesar de su problema, algo que no sucede porque nos cuesta empatizar con unos personajes tan planos y artificiales.
Quizá lo que mantiene en pie a Oda a Joy sea la pareja de protagonistas. Martin Freeman consigue dotar a su personaje de naturalidad dentro de su extraña situación y Morena Baccarin resulta especialmente idónea para su papel: es una mujer muy atractiva pero sin excesos y se impone su parte sensible y su risa contagiosa sobre cualquier otro detalle.
Es una lástima que un film que podía aportar mucho más desde su original propuesta se limite finalmente al chiste fácil y la exageración como únicos argumentos. Se ha optado por el camino más trillado y el resultado es una película que no tiene mucha gracia, es previsible y nos deja con la sensación de que se ha desperdiciado todo su potencial.
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