El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 13 de marzo de 2012

El padre de la novia



Dejando por un momento su género predilecto, Vicente Minnelli nos ofrece con El padre de la novia (1950) una sencilla comedia, de gran éxito en su momento, con la que el director logró recuperarse de sus dos fracasos anteriores, Yolanda y el ladrón (1945) y El pirata (1948), y que abriría el camino a su época dorada como director.

Stanley T. Banks (Spencer Tracy), un abogado de mediana edad, casado y padre de tres hijos, recibe un día una noticia que cambiará en cierto modo su apacible vida: su hija Kay (Elizabeth Taylor) va a contraer matrimonio.

El padre de la novia es, en esencia, una comedia sencilla sobre los preparativos de la boda de la hija de un burgués en la América de los años cincuenta. La base de la historia es mostrar las tribulaciones de un padre cuando tiene que enfrentarse al hecho de que su pequeña se ha hecho mayor y va a dejar el hogar paterno. Tribulaciones que incluyen los costosos y un tanto absurdos gastos que conlleva organizar una boda sencilla. Al tiempo, esta base sirve para dibujar un pequeño boceto de las costumbres de la clase media de la época, con sus ataduras sociales, su necesidad de cuidar las apariencias, etc.

Pero el problema de la película, vista hoy en día, es doble. Por un lado, como comedia no funciona del todo bien. La culpa es de un guión muy simplón y limitado que ni resulta gracioso (los momentos realmente inspirados se cuentan con los dedos de una mano) ni resulta original. Así, la historia es bastante previsible, está plagada de tópicos, de situaciones un tanto estereotipadas, diálogos planos y hasta en algunos momentos de situaciones que resultan un tanto ridículas e increíbles. En este sentido, la historia cae en cierta contradicción: pretende mostrar con cierta fidelidad una situación por la que cualquier familia puede pasar pero, al remarcar en exceso las tintas en algunos momentos, termina por parecer más una mala caricatura que otra cosa. Quizá parte del problema pueda achacarse al paso irremediable del tiempo, que ha convertido en pueriles muchas de las situaciones, pero la esencia de que la película flojee está fundamentalmente en un mal guión.

El otro fallo de la cinta es que no termina de plasmar con acierto el supuesto drama del señor Banks al ver como se casa su hija. Minnelli enfoca la historia decididamente por la comedia y deja un tanto de lado la vertiente sentimental de la historia. Y es, precisamente, en las escasas escenas en que se muestra con ternura el cariño del padre por su hija y su pena por verla marcharse de casa donde la película logra los mejores registros y consigue trasmitirnos un poquito de emoción. Una pena que el director no dejara que esos instantes tuvieran más peso.

En cuanto al reparto, la película es evidentemente de Spencer Tracy, protagonista absoluto. Y la verdad es que Tracy es un actor soberbio, un prodigio de naturalidad. Su trabajo es impecable y es el que nos hace disfrutar en verdad de los pocos momentos buenos de la película. La otra estrella es Elizabeth Taylor, hermosa y muy convincente también. Y ahí se termina la cosa, porque el resto de actores están tan en segundo plano que apenas cuentan. En este sentido, se nota cierto desequilibrio en el reparto: ni Joan Bennett (la esposa de Tracy en la película) ni Don Taylor (el novio) están a la altura de Tracy y Elizabeth Taylor.

El padre de la novia fue un gran éxito en su momento, tanto que recibió tres nominaciones al Oscar (mejor película, actor - Spencer Tracy- y guión) y obligó a hacer una continuación al año siguiente, El padre es abuelo (Vicente Minnelli, 1951), con los mismos protagonistas principales que en ésta. Sin embargo, como decía anteriormente, vista hoy en día resulta un tanto pueril, previsible y sin mucha gracia.

En 1991, Charles Shyer filmó un remake bajo idéntico título con Steve Martin y Diane Keaton como protagonistas.

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