El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

El invitado



Dirección: Daniel Espinosa.

Guión: David Guggenheim.

Música: Ramin Djawadi.

Fotografía: Oliver Wood.

Reparto: Ryan Reynolds, Denzel Washington, Brendan Gleeson, Vera Farmiga, Sam Shepard, Robert Patrick, Rubén Blades, Nora Arnezeder, Liam Cunningham, Joel Kinnaman, Fares Fares.

Después de haber desertado de la CIA diez años atrás y de pasar todo ese tiempo vendiendo información confidencial al mejor postor, Tobin Frost (Denzel Washington) se ve obligado a refugiarse en el consulado norteamericano de Ciudad del Cabo para salvar su vida.

La verdad es que el arranque de El invitado (2012) es de lo más prometedor: acción a raudales, intriga, ritmo frenético... y todo con un muy buen hacer por parte de Daniel Espinosa, que sabe jugar con la cámara y el ritmo hasta dejarnos casi sin respiración. Esta vez el uso de la cámara nerviosa está realizado de manera muy inteligente, sin llegar a resultar mareante.

Poco o nada sabemos del argumento o de los personajes en estos primeros minutos, es algo que se irá desvelando a medida que avanza la película. Lo importante, de momento, es captar nuestra atención y el director lo logra con este espectacular comienzo.

Luego, la película sigue a revoluciones muy elevadas, plena de escenas de acción y persecuciones de coches espectaculares. El argumento sigue estando en un segundo plano. Y, si hemos de ser sinceros, tampoco nos importa demasiado en esos momentos. La película es pura adrenalina y la tensión y la acción nos mantiene en vilo. El mérito, sin duda, hay que dárselo a la magnífica puesta en escena con todos los elementos ayudando a crear un espectáculo de lo mas entretenido. Y en este punto hemos de mencionar también el excelente juego de los actores, tanto los principales como los secundarios, encabezados por el siempre eficaz Denzel Washington. A su lado, un interesante Ryan Reynolds como aprendiz de agente que vivirá un curso forzado de acción real y que nos hace olvidar sus papeles en comedias románticas para interpretar con bastante solvencia un registro ciertamente dramático.

A pesar de todo, a medida que avanza la historia, empezamos a notar algunos giros algo forzados del guión que hacen que dudemos de la solidez argumental de la cinta. Nada grave, sin embargo, pero son los indicios de que la película se decanta más por la acción pura y dura que por un trasfondo más serio o comprometido.

Por desgracia, es en el desenlace cuando El invitado se nos revela claramente como un mero film de acción, muy bien planteado, pero algo vacío de contenidos. Cuando la historia debe dejar paso a las explicaciones, en el momento en que hay que desvelar la trama que sustenta tanto fuego de artificio es cuando descubrimos un entramado que se parece demasiado a otras películas recientes, en concreto estoy pensando en la serie de Bourne, y que carece por tanto de originalidad y profundidad. Además, como suele ser demasiado habitual ya, todo se resuelve en unos pocos minutos de manera un tanto brusca. Y para rematar la faena, de nuevo estamos ante un final moralista donde no hay lugar para la redención: los malos, todos, han de pagar con su vida por sus fechorías. De nuevo esas reglas tan propias del cine norteamericano que impiden finales más originales o incluso transgresores. Una pena que esta superficialidad argumental final arruine parte de la magia que habíamos disfrutado hasta entonces.

¿Que nos queda finalmente? Una buena película de acción, llena de tensión y un ritmo perfecto, pero que desperdicia gran parte de sus posibilidades al carecer de un buen trabajo del guionista, que corta por el atajo más trillado y superficial. Aún así, si quieres pasar un buen momento de acción, la película no defrauda. Eso sí, es pura teatralidad.


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