El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 26 de febrero de 2017

Rebeca



Dirección: Alfred Hitchcock.
Guión: Robert E. Sherwood y Joan Harrison (Novela: Daphne du Maurier).
Música: Franz Waxman.
Fotografía: George Barnes.
Reparto: Laurence Olivier, Joan Fontaine, George Sanders, Judith Anderson, Nigel Bruce, Cecil Aubrey, Reginald Denny, Gladys Cooper.

Durante una estancia en Montecarlo, el aristócrata inglés Max de Winter (Laurence Olivier) se enamora de una joven humilde (Joan Fontaine) que trabaja como dama de compañía. Tras casarse con ella, la lleva a vivir a Manderley, su mansión inglesa, donde aún pervive con fuerza el recuerdo de la anterior señora de Winter: Rebeca.

Rebeca (1940) fue la primera película norteamericana de Alfred Hitchcock, si bien por la temática y los intérpretes parece un film típicamente británico. La verdad es que es una película curiosa, alejada de la temática habitual del director, que tuvo que rodar la película por imposiciones contractuales. El propio Hitchcock no se mostraba muy contento con esta historia un tanto anticuada, tanto por la temática como por el tono, lamentando la falta de humor en el relato. Sin embargo, el productor David O'Selznick no admitía que se cambiara el espíritu y la letra de la novela en que está basado el film, temiendo que el público no aceptase ninguna alteración.

Sea com fuere, es cierto que, vista hoy en día, la película resulta demasiado seria, demasiado dramática y acartonada, tanto en la hechura como en el tono. Incluso algunas imágenes, en especial la presencia casi sobrenatural de Judith Anderson, pueden resultar casi cómicas hoy en día, por el exceso de aparatosidad o teatralidad, que a veces nos remite a una estética y un tono más próximos al cine mudo. Incluso el desenlace, algo precipitado y con la impresión de ser un tanto forzado, resulta más cercano a una tragedia de folletín que a una historia cercana. Y es que Rebeca es una historia un tanto irreal, afectada e incluso algo tramposa. Para el director, se parecía más a un cuento que a otra cosa y en parte es así.

Sin embargo, hay que reconocer los méritos de un film que, de alguna manera, ha quedado como un clásico de cine psicológico, donde un personaje que ha muerto, como es el caso de Rebeca, es capaz de ejercer un poder terrible sobre la nueva señora de Winter, como un fantasma que aún impone su domino sobre las personas que estuvieron a su lado e incluso en la mansión de Manderley, que es, también, otro personaje más, casi con vida propia.

Pero junto a esa presencia constante de Rebeca, no podemos olvidar al personaje de la señora Danvers, una de las malas legendarias del cine por méritos propios, con una presencia aterradora, sigilosa y totalmente malvada, atemorizando a la nueva señora de la casa, hasta límites insoportables. Un personaje cuya pasión por otra mala persona, como lo fuera Rebeca, puede dar pie a un sin fin de interpretaciones psicológicas o sentimentales.

Otro de los puntos fuertes de la película es el excelente reparto, esta vez sí, con el que pudo contar el director, empezando por un genial Laurence Olivier y una conmovedora Joan Fontaine, impecable dando vida a la tímida y frágil señora de Winter (nótese que nunca se llega a decir su nombre), atormentada tanto por sus miedos como por la terrible presencia de Rebeca. Completa el reparto un maravilloso villano: George Sanders, con ese porte y ese aire de cierta superioridad tan personales.

Rebeca, dejando a un lado su envejecimiento o algunos elementos del guión un tanto peliculeros, es cine de calidad, una de esas películas densas, complejas, bien hechas, con ese poso del cine clásico inconfundible e irrepetible. Puede que, sin formar parte del género tan característico del director, sea de las películas más completas y redondas de Hitchcock.

Con once nominaciones, Rebeca se hizo con el Oscar a la mejor película y al mejor fotografía.

 

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