El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 4 de junio de 2017

Imparable



Dirección: Tony Scott.
Guión: Mark Bomback.
Música: Harry Gregson-Williams.
Fotografía: Ben Seresin.
Intérpretes: Denzel Washington, Chris Pine, Rosario Dawson, Ethan Suplee, Elizabeth Mathis, Kevin Dunn, Jessy Schram, Meagan Tandy, Kevin Chapman.

Por culpa de un fallo humano, un tren cargado con material inflamable circula a gran velocidad sin control en dirección a zonas densamente pobladas. Tras fallar los intentos de pararlo, será un veterano maquinista junto a un novato jefe de tren quienes intentarán detenerlo.

Imparable (2010) es cine de palomitas, de esos de un sábado por la tarde. Y sé cuando se aplica esta denominación se suele pensar en un cine de mero consumo, quizá incluso de mala calidad. Pero nos equivocaríamos si metemos a esta película en ese cajón sin más. Y es que cualquier género, si se trata con respeto, puede dar lugar a grandes películas. Imparable no es una obra maestra, no nos engañemos, pero es una película muy bien hecha y consigue con creces cumplir con su cometido de entretener.

La historia es de una sencillez meridiana: un tren descontrolado, a gran velocidad, y poniendo en peligro a la población de las ciudades por donde pasa. Para añadir algo más de pimienta a la historia, el tren lleva material altamente inflamable, con lo que un descarrilamiento causaría una catástrofe de dimensiones colosales, como muy hábilmente nos va a recordar el director gracias a la inclusión de constantes boletines de noticias que advierten del drama que se avecina.

Para que no falte nada, el guión se cuida de ir añadiendo todos los ingredientes habituales en este tipo de películas para condimentar el palto al gusto de Hollywood: los protagonistas no empiezan con muy bien pie su relación, añadiendo además dos detalles imprescindibles: uno es un veterano a punto de jubilarse y el otro un novato sin experiencia. Se añaden problemas personales en la vida de los dos; los directivos de la compañía resultan bastante obtusos; la misión de frenar el tren es a todas luces casi imposible y, como guinda del pastel, otro tren cargado de inocentes niños circula en dirección opuesta al terrible convoy descontrolado.

Como se ve, una historia cargada de tópicos y de una simplicidad absoluta. Pero Tony Scott no necesita de nada más para montar un espectáculo alucinante. Con un ritmo frenético, apoyándose precisamente en que la historia se explica por sí misma, sin enfatizar demasiado en los dramas personales, el director puede concentrar todo su esfuerzo en poner en pie un espectáculo visual brillante, donde la tensión va ganando puntos con cada minuto que pasa hasta llegar a la escena clave de la curva en Stanton, una secuencia increíble e imposible que supone el no va más de tensión y de espectáculo puro y duro. Lo curioso es que Scott logra que todo funcione como un reloj suizo y que nos entreguemos sin reproches a su juego.

Y no hace falta mucho más. La película es un mero pasatiempo, una historia para pegarnos al sillón y ponernos los nervios a flor de piel. Y Scott lo consigue con un trabajo impecable. Da justo lo que promete.

Denzel Washington está tan sólido como es habitual en él, lo que no es ninguna sorpresa, y su compañero de aventuras, Chris Pine, da sin problema el tipo de guaperas, que es lo que imagino que se esperaba.

Como dato adicional, señalar que fue la última película dirigida por Tony Scott, que se quitaría la vida dos años después.

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