El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 8 de marzo de 2019

Traidor en el infierno



Dirección: Billy Wilder.
Guión: Billy Wilder y Edwin Blum (Teatro: Donald Bevan y Edmund Trzcinski).
Música: Franz Waxman.
Fotografía: Ernest Laszlo.
Reparto: William Holden, Don Taylor, Otto Preminger, Robert Strauss, Harvey Lembeck, Richard Erdman, Peter Graves, Neville Brand.

Durante la segunda Guerra Mundial, en un campo de prisioneros alemán, los reclusos del barracón 17, a raíz de una fuga fracasada de dos compañeros, empiezan a sospechar que puede haber un espía entre ellos que desvela todos sus planes a los alemanes.

Billy Wilder es famoso por sus comedias, magistrales por lo general, de ahí que uno de los rasgos más característicos de Traidor en el infierno (1953) sea un toque de comedia que recorre casi toda la película, a pesar de abordar un tema tan trágico como el de los prisioneros en la Segunda  Guerra Mundial.

Desde mi punto de vista, el recurso a ese tono ligero no le sienta demasiado bien a la película. Y no le sienta bien por dos motivos. Primero, porque el trasfondo de la historia es verdaderamente un drama, que pierde gran parte de su fuerza por ese tratamiento en clave de comedia. Y en segundo lugar, para ser del todo sincero, la comicidad, en este caso, me pareció de un nivel impropio de este director. Comparado con sus grandes films, Con faldas y a lo loco (1959), El apartamento (1960) o Uno, dos, tres (1961), por citar algunos de los mejores, el nivel del guión es infinitamente inferior, con bromas demasiado evidentes y, en general, mediocres y sin demasiada originalidad. Puede que se deba a defectos de la obra en que se basa el guión o, quizá lo más probable, a que en esta ocasión Billy Wilder no contó con la colaboración de su guionista I.A.L. Diamond, presente en las tres películas citadas.

Sea como fuere, el retrato de la vida en el campo de prisioneros carece de total credibilidad, con lo que el trasfondo dramático se queda prácticamente en nada, salvo en muy contadas situaciones. Parece casi un chiste, por poner un ejemplo evidente, la manera de comportarse de los soldados alemanes, tratados a veces como auténticos retrasados.

Lo que mantiene un poco el interés del espectador es descubrir, finalmente, quién es el traidor que delata a los reclusos. Sin embargo, este detalle tampoco me parece que se explota convenientemente, más centrado como está el guión en los aspectos supuestamente graciosos del relato. Así, el descubrimiento del delator se resuelve de manera bastante rápida, sin mucha brillantez tampoco.

Pasando un poco por alto este detalle, que de todas maneras condiciona completamente todo el relato, Wilder vuelve a demostrar que, por encima de todo, lo que le interesaba era la naturaleza humana, en este caso con un supuesto retrato del comportamiento humano sometido a una situación límite, pero sin renunciar a la comedia como vehículo para dicho ejercicio.

En cuanto al reparto, destacar a William Holden, al que no le apetecía interpretar al sargento Sefton por considerar que el personaje era demasiado cínico, por lo que intentó rechazar el papel; sin embargo, tuvo que aceptar obligado por contrato, con el premio final de que su trabajo fue premiado con el Oscar.

En definitiva, un film menor del maestro Wilder, como él mismo reconocía. Es evidente que no siempre se da con la tecla exacta y, en esta ocasión, me parece evidente que Traidor en el infierno no está a la altura de los grandes films del director.

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