El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 2 de octubre de 2020

Tener y no tener


Dirección: Howard Hawks.
Guión: Jules Furthman y William Faulkner (Novela: Ernest Hemingway).
Música: Franz Waxman.
Fotografía: Sidney Hickox (B&W).
Reparto: Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Walter Brennan, Dolores Moran, Hoagy Carmichael, Sheldon Leonard, Walter Szurovy.
La Martinica, 1940. Harry Morgan (Humphrey Bogart) posee un barco en el que lleva a turistas en excursiones de pesca. Cuando miembros de la resistencia francesa a la ocupación nazi intentan contratar sus servicios, Harry prefiere mantenerse al margen y rechaza ayudarles.

Con una adaptación muy libre de la novela del mismo título de Hemingway, Hawks construye un film en torno a Bogart, hecho a su medida y aprovechando su momento de gracia tras el éxito de Casablanca (Michael Curtiz, 1942). La película nace de una apuesta entre escritor y director por la que Hemingway reta a Hawks a hacer una buena película a partir de una mala novela suya.

Desgraciadamente, muchos elementos de este film nos recuerdan a esa obra. Así, el argumento transcurre en una posesión francesa durante el gobierno de Vichy; gran parte de la acción se desarrolla de nuevo en un café donde un pianista ameniza las veladas; el protagonista (Bogart) se ve involucrado en la lucha de la resistencia contra su voluntad. Demasiadas similitudes que nos llevan inevitablemente a la comparación, de la que Tener y no tener (1944) no sale muy bien parada. El personaje de Bogart carece, creo yo, del carisma que tenía en Casablanca, la trama aquí está tratada de manera más somera, sin lograr tanta complicidad del espectador. El personaje de Bogart responde a unos mismos patrones vitales, lo que ya deja de ser una sorpresa, por lo que nos causa menos impacto. 

Quizá lo más destacable es el papel de Lauren Bacall, con una magnífica interpretación en el que fue su debut en escena, con diecinueve años, y unos diálogos con frases memorables ("¿Sabes silbar, no? Sólo tienes que juntar los labios y ... soplar"). Las escenas de juego amoroso entre Bogart Y Bacall, si bien algo anticuadas hoy en día, conservan un atractivo singular, por el que intuimos el efecto que pudieron causar en su momento.

También es de destacar el papel de Walter Brennan, un vejete borrachín al que el actor dota de toda la humanidad que este gran secundario sabía insuflar a sus personajes. Recordemos de paso su frase sobre la abeja muerta.

A pesar de todo lo dicho, estamos ante un film con un encanto especial, por el gran reparto y un nivel en los diálogos que desgraciadamente se ha perdido hoy en día. Quizá lo previsible del desenlace lastre un poco la emoción, aunque es la atmósfera general lo que consigue finalmente engancharnos a una historia sencilla que disfrutamos con agrado.

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