El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Estación polar Cebra



Estamos ante uno de esos típicos films ambientado en la Guerra Fría que tanto juego dio en su momento, tanto a nivel literario como cinematográfico. Con el atractivo de una tensa realidad política, se recurre al fascinante mundo del espinonaje como base de la intriga.

Un submarino estadounidense en enviado al Polo Norte para socorrer a los científicos de una estación metereológica británica que han enviado un mensaje de socorro. Pero la verdadera misión es otra y sólo la conoce un agente secreto británico que también embarca en el submarino.

Lo primero que podría decirse de Estación polar Cebra (John Sturges, 1968) es que es una película típica de su época: el cine de los años sesenta tiene ciertas señas de identidad bastante inconfundibles. También es bastante evidente el origen literario de la película, basada en una novela de Alistair MacLean, escritor de títulos de éxito como "Los cañones de Navarone" o "El desafío de las águilas", lo que se refleja en un argumento algo más complejo de lo habitual, con una trama densa pero que el guión no es capaz de plasmar con la eficacia que hubiera sido necesaria. Tenemos la sensación que el film no ha sabido plasmar con acierto la intriga y la emoción que debía contener la novela. Puede que por no alargar en exceso un film de por sí ya largo, el caso es que se percibe que la historia daba mucho más de sí.

Quizá uno de los fallos de la película es que le cuesta arrancar. La primera parte se hace lenta, está contada de manera muy fría y no logra que nos enganchemos realmente a la intriga. Y eso que hasta casi el final no descubrimos la trama por completo. La misión del británico (Patrick McGooham) que embarca en el submarino permanece secreta durante casi toda la cinta. Ello ayuda, en parte, a mantener cierto interés por descubrir los detalles de la intriga hasta el desenlace final, pero ello no basta para hacer que la película nos enganche realmente. Y parte de la culpa también está en que no se ahonda lo suficiente en la descripción y definición de los personajes principales, de los que casi no sabemos nada hasta el mismo momento final. Las vagas sospechas que se van sembrando no son lo suficientemente sólidas como para elevar el nivel general del film.

Es cierto que tampoco ayudan a que nos metamos dentro de la película los efectos especiales, que se revelan hoy en día como muy pobres. Rodada en estudio, este hecho es demasiado evidente en todo momento, con lo que no se consigue una ambientación adecuada. Curiosamente, la película fue nominada en el apartado de efectos especiales, la ganadora fue 2001: una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), además de por la fotografía.

En cuanto al reparto, la película cuenta con Rock Hudson como principal atractivo, pero yo no termino de verlo en ese papel. Quizá el recuerdo de sus papeles en dramas y comedias, junto con su hieratismo, haga que no termine de convencerme su interpretación. Ernest Borgnine, por el contrario, resulta bastante más creíble. Con Patrick McGooham me pasa algo parecido a lo de Rock Hudson, es un actor bastante inexpresivo y sin demasiado carisma.

En cuanto a la labor de John Sturges no termina de convencerme. Bien por defecto del guión, que no es nada brillante, bien por limitaciones propias, el caso es que se muestra bastante frío y nos presenta una historia con cierto interés pero filmada sin brío. En ningún momento consigue que me sienta inmerso en la trama, salvo en la parte en que el submarino navega bajo las aguas intentando emerger rompiendo el hielo; son los únicos momentos de la película en que he sentido cierta emoción.

Y para colmo de males, el desenlace tampoco está a la altura que sería de desear: es largo en exceso, confuso en algunos momentos, sin garra e incluso predecible. Si habíamos esperado hasta ese momento con alguna ilusión para que la historia terminara con cierta brillantez, comprobamos que se mantiene en la línea de toda la película.

Así pues, Estación polar Cebra no pasa de ser un film entretenido, pero sin garra, al que el paso del tiempo no le ha sentado muy bien ciertamente, y que nos deja con cierto regusto amargo en la boca, pensando en las posibilidades reales de la historia y cómo no se ha podido o sabido darles mejor salida.

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