Dirección: Richard Quine
Guión: Daniel Taradash (Obra: John Van Druten)
Música: George Duning
Fotografía: James Wong Howe
Reparto: James Stewart, Kim Novack, Jack Lemmon, Ernie Kovacs, Hermione Gingold, Elsa Lanchester, Janice Rule
Adaptación de una pieza de Broadway, "Bell, Book and Candle" (John Van Druten, 1950), Me enamoré de una bruja (1958) es una comedia romántica un tanto simplona y sin demasiadas sorpresas, a pesar de haber recibido en su momento dos nominaciones a los Oscars, mejor dirección artística y vestuario, y de gozar de cierta buena reputación.
Un editor de libros, Shepherd Henderson (James Stewart), conoce a su vecina Gillian Holroyd (Kim Novak), que regenta una tienda de antigüedades en el bajo del apartamento de Shepherd. Gillian es, en realidad, una bruja que se fija en su vecino cuando busca algo que la distraiga de su vida monótona.
Reuniendo de nuevo a James Stewart y a Kim Novak, tras el éxito de Vértigo (De entre los muertos) (Alfred Hitchcock, 1958), Quine nos propone un film ligero cuyo argumento gira en torno al amor y a su gran poder, capaz de transformarlo todo, incluso de convertir a una bruja en una dulce mujer enamorada. La verdad es que, visto hoy en día, el argumento resulta un tanto cursi y decididamente anticuado. Puede que el problema resida en un guión sin demasiada chispa que desaprovecha, por ejemplo, las posibilidades que ofrecía ese elemento fantástico de la brujería, reduciéndose su presencia a un par de escenas no muy bien resueltas en cuanto a ritmo e interés. Alguna escena, incluso, llega a rozar el ridículo, como cuando James Stewart tiene que ponerse una manta sobre los hombros y un dedal en el dedo mientras asiste a un hechizo.
Y si a la debilidad del guión, que es una losa de la que la película es incapaz de librarse, le añadimos la presencia de Kim Novak en el papel protagonista, el resultado no puede ser peor. Porque Kim Novak podía ser muy hermosa, si bien atada a los gustos de aquella época, algo artificiosos en exceso, pero como actriz era realmente inexpresiva, lo que supone un lastre terrible para la película, pues en toda la historia es incapaz de trasmitirnos ni pasión, ni tristeza, ni dolor con un mínimo de convicción. Su presencia aquí se puede explicar por el amor que sentía el director hacia ella, amor no correspondido, por cierto.
En cuanto a James Stewart, se limita a cumplir sin más. Da la sensación que contar con un guión tan poco original y brillante pesa también en su interpretación. Un joven Jack Lemmon, algo exagerado en sus gestos, y una espléndida Elsa Lanchester completan el reparto.
Así las cosas, la película se va arrastrando sin pena gloria, con algunas escenas más logradas que otras, sobre todo cuando vamos acercándonos al desenlace, pero siempre dejándonos la sensación de estar ante un film desangelado, sin ritmo, sin imaginación y, naturalmente, sin gracia. El desarrollo además es del todo previsible (encuentro de la pareja protagonista, su enamoramiento, la ruptura correspondiente y la reconciliación final), con lo que también se añade otro lastre más al argumento.
Me enamoré de una bruja no es más, finalmente, que un film de muy segunda fila, una curiosidad para los amantes de la comedia romántica, con ese toque sobrenatural que tampoco aporta gran cosa, o para los fans incondicionales de los protagonistas.
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