El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 1 de noviembre de 2011

Me enamoré de una bruja




Dirección: Richard Quine

Guión: Daniel Taradash (Obra: John Van Druten)

Música: George Duning

Fotografía: James Wong Howe

Reparto: James Stewart, Kim Novack, Jack Lemmon, Ernie Kovacs, Hermione Gingold, Elsa Lanchester, Janice Rule

Adaptación de una pieza de Broadway, "Bell, Book and Candle" (John Van Druten, 1950), Me enamoré de una bruja (1958) es una comedia romántica un tanto simplona y sin demasiadas sorpresas, a pesar de haber recibido en su momento dos nominaciones a los Oscars, mejor dirección artística y vestuario, y de gozar de cierta buena reputación.

Un editor de libros, Shepherd Henderson (James Stewart), conoce a su vecina Gillian Holroyd (Kim Novak), que regenta una tienda de antigüedades en el bajo del apartamento de Shepherd. Gillian es, en realidad, una bruja que se fija en su vecino cuando busca algo que la distraiga de su vida monótona. 

Reuniendo de nuevo a James Stewart y a Kim Novak, tras el éxito de Vértigo (De entre los muertos) (Alfred Hitchcock, 1958), Quine nos propone un film ligero cuyo argumento gira en torno al amor y a su gran poder, capaz de transformarlo todo, incluso de convertir a una bruja en una dulce mujer enamorada. La verdad es que, visto hoy en día, el argumento resulta un tanto cursi y decididamente anticuado. Puede que el problema resida en un guión sin demasiada chispa que desaprovecha, por ejemplo, las posibilidades que ofrecía ese elemento fantástico de la brujería, reduciéndose su presencia a un par de escenas no muy bien resueltas en cuanto a ritmo e interés. Alguna escena, incluso, llega a rozar el ridículo, como cuando James Stewart tiene que ponerse una manta sobre los hombros y un dedal en el dedo mientras asiste a un hechizo.

Y si a la debilidad del guión, que es una losa de la que la película es incapaz de librarse, le añadimos la presencia de Kim Novak en el papel protagonista, el resultado no puede ser peor. Porque Kim Novak podía ser muy hermosa, si bien atada a los gustos de aquella época, algo artificiosos en exceso, pero como actriz era realmente inexpresiva, lo que supone un lastre terrible para la película, pues en toda la historia es incapaz de trasmitirnos ni pasión, ni tristeza, ni dolor con un mínimo de convicción. Su presencia aquí se puede explicar por el amor que sentía el director hacia ella, amor no correspondido, por cierto.

En cuanto a James Stewart, se limita a cumplir sin más. Da la sensación que contar con un guión tan poco original y brillante pesa también en su interpretación. Un joven Jack Lemmon, algo exagerado en sus gestos, y una espléndida Elsa Lanchester completan el reparto. 

Así las cosas, la película se va arrastrando sin pena gloria, con algunas escenas más logradas que otras, sobre todo cuando vamos acercándonos al desenlace, pero siempre dejándonos la sensación de estar ante un film desangelado, sin ritmo, sin imaginación y, naturalmente, sin gracia. El desarrollo además es del todo previsible (encuentro de la pareja protagonista, su enamoramiento, la ruptura correspondiente y la reconciliación final), con lo que también se añade otro lastre más al argumento. 

Me enamoré de una bruja no es más, finalmente, que un film de muy segunda fila, una curiosidad para los amantes de la comedia romántica, con ese toque sobrenatural que tampoco aporta gran cosa, o para los fans incondicionales de los protagonistas.

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