El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 14 de noviembre de 2011

La jungla de asfalto



Dirección: John Huston.
Guión: Ben Maddow y John Huston (Novela: W.R. Burnett).
Música: Miklós Rózsa.
Fotografía: Harold Rosson.
Reparto: Steling Hayden, Louis Calhern, Sam Jaffe, Jean Hagen, James Whitmore, John McIntire, Marc Lawrence, Marilyn Monroe, Barry Kelley, Anthony Caruso.

La jungla de asfalto (John Huston, 1950) es una de las mejores obras del director, partícipe también en el guión, basado en la novela de W. R. Burnett, y un clásico del subgénero de atracos que creó un modelo imitado después por otras muchas películas.

Nada más salir de la cárcel, Doc Erwin Riedenschneider (Sam Jaffe) contacta con un rufián de poca monta, Bookie Cobb (Marc Lawrence) en busca de financiación para el que piensa ser su último y exitoso golpe. Éste lo pone en contacto con un abogado corrupto, Alonzo D. Emmerich (Louis Calhern), que acepta financiar la empresa.

Sin duda alguna estamos ante una de las obras maestras del cine negro. La jungla de asfalto ha marcado un antes y un después en el subgénero de atracos gracias a su originalidad, enfocando la historia de una manera novedosa y muy eficaz.

Por un lado, se presenta todo el proceso de puesta a punto del atraco, desde la financiación a la selección del personal. Ello será después imitado hasta la saciedad. Pero el elemento verdaderamente diferenciador e innovador es el acercamiento y descripción de los personajes. Hasta este film, las películas del género presentaban a delincuentes más o menos sanguinarios, desalmados e incluso algo desequilibrados. Pero ahora, Huston nos da una nueva visión de este mundo soterrado, esta jungla que habita en las grandes ciudades.

Y lo maravilloso del film es la manera en que se va individualizando a cada uno de los personajes con breves y precisas pinceladas que, en un instante, nos descubren sus deseos más íntimos, sus anhelos, sus ambiciones y sus debilidades. Y a pesar de tratarse de un retrato crudo, remarcado por una puesta en escena sobria, triste, miserable, de calles vacías y sonidos inquietantes, se trata a la vez de una visión no exenta de lirismo, de ternura y de comprensión. La figura del matón, Dix (Sterling Hayden), resulta conmovedora en su amor por su tierra y por los caballos; lo mismo que el experto en cajas fuertes, Louis Ciavelli (Anthony Caruso), preocupado por su bebé enfermo; o Gus Minissi (James Whitmore), un amante de los gatos solitario a causa de su joroba; o el propio Doc y su enfermiza pasión por las mujeres hermosas y, como no, el abogado Emmerich, tonteando con la hermosa Angela (Marilyn Monroe) sin dejar de atender con resignación y cariño a su mujer enferma. Y no me quiero olvidar del personaje de Doll (Jean Hagen), la novia de Dix, uno de los más hermosos y conmovedores ejemplos de amor incondicional que nos ha dejado el cine.

Hay en el retrato de cada personaje una cierta dulzura, un cariño y mucha humanidad, lo que los convierte en entrañables y tremendamente auténticos y hasta cercanos al espectador. En resumen, Huston consigue dibujarnos con maestría a cada uno de los actores de esta triste historia de manera impecable y hermosa; personajes muy en la línea de la filmografía del director: perdedores, sin futuro y marcados por la fatalidad, ante la que no queda más que resignarse.

Además de la magistral puesta en escena, con una fotografía en blanco y negro soberbia, John Huston cuenta con dos elementos clave para que la película roce la perfección. Por un lado, un guión soberbio que sabe ir a lo fundamental sin perder profundidad y detalle y que se apoya además en unos diálogos brillantes, rotundos, certeros y llenos de frases hermosas. Entre las muchas que pueblan la película me quedo con esta de Emmerich: "El crimen es la consecuencia de un concepto equivocado de la vida".

El segundo as en la manga es el excelente reparto. Sterling Hayden compone uno de los tipos duros más auténticos del cine, alejado de cualquier esquematismo, que anhela ardientemente poder volver a la vida en el campo de su infancia, que se rebela como la única etapa feliz de su existencia. A su lado, la desgraciada Doll (Jean Hagen), conmovedora en su amor no correspondido y que nos descubre sus penas simplemente a través de sus intensas miradas. Louis Calhern está sencillamente perfecto, componiendo un personaje que sólo es fachada, excelente en su refinamiento y sus mentiras. Pero es que ni uno solo del resto del reparto desentona lo más mínimo y consiguen llegarnos con unos trabajos de una calidad notable. Hasta Marilyn Monroe, en uno de sus primeros papeles, está radiante y totalmente convincente en su papel.

Soberbia también la puesta en escena de Huston, con una dirección perfecta que mantiene la tensión y el ritmo en todo momento y que sabe extraer todo el jugo no sólo a los maravillosos diálogos, sino incluso a los silencios, como en la secuencia del robo, donde mantiene la tensión en todo momento con una dirección plena de intensidad y acierto. Y sin olvidarme de los primeros planos, perfectos y expresivos, nunca gratuitos, y unas transiciones de una elegancia maravillosa, de las mejores que he disfrutado y en las que merece la pena recrearse y disfrutarlas plenamente.

Si hemos de ponerle un pero al film, ese sería el discurso del comisario de policía Hardy (John McIntire), parece ser que impuesto por la productora para salvar el honor de la policía, maltrecha por la figura del poli corrupto Ditrich (Barry Kelley); discurso que no encaja muy bien con el resto de la historia y que suena un tanto forzado y no demasiado convincente. Pero es que la moral de Hollywood imponía ciertos peajes. Aún así, apenas deja una mínima huella negativa en de esta maravillosa película. También el final responde a este principio ineludible en aquellos años de que el crimen debía pagarse, de ahí el triste final del plan y sus actores, si bien este final cuadra bastante bien con el tono fatalista del film y con esos personajes perdedores y miserables.

Detrás vendrán otros muchos films, como Atraco perfecto (Stanley Kubrick, 1956), también con Sterling Hayden, rindiendo homenaje e inspirándose en esta obra de arte del cine, para muchos la mejor película de John Huston, y uno de esos títulos imprescindibles y eternos.

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