El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 16 de julio de 2012

Antes del atardecer



Dirección: Richard Linklater.
Guión: Richard Linklater, Ethan Hawke, Julie Delpy (Historia: Richard Linklater & Kim Krizan).
Música: Julie Delpy.
Fotografía: Lee Daniel.
Reparto: Ethan Hawke, Julie Delpy, Vernon Dobtcheff, Louise Lernoine Torres, Rodolphe Pauly, Albert Delpy, Marie Pillet.

Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy) se conocieron hace nueve años y pasaron juntos una fugaz noche romántica en Viena antes de separarse. Pero se citaron de nuevo dentro de seis meses en la misma ciudad. Sin embargo, Celine no pudo acudir a la cita y sus vidas se separaron irremediablemente. Sin embargo, nueve años más tarde, cuando Jesse está presentando su novela en París, Celine acude a saludarlo. Antes de que Jesse tome su avión esa misma tarde, deciden tomar un café juntos.

Antes del atardecer (2004) supone una pequeña sorpresa. O tal vez no tan pequeña. Lo de pequeña me lo sugiere, sin duda, la aparente modestia de este film marcadamente romántico. Dos protagonistas, una larguísima conversación mientras pasean por París, sin que se vea verdaderamente la ciudad, y casi nada más. Pero a la vez, mucho más: dos vidas truncadas por un encuentro... y un desencuentro. Y el peso de los recuerdos y una lucha diaria por la supervivencia. Y el repaso lento y minucioso a tantos proyectos que no son más que excusas para seguir adelante con unas vidas marcadas por el destino. En resumen, un film tremendamente intenso, vivo, angustioso y esperanzador a la vez.

Y eso que Antes del atardecer arranca de un modo que no parece presagiar tal carga de romanticismo como despliega una vez pasado el ecuador de la película. Son nuevos tiempos, estamos en el siglo XXI y el romanticismo parece buscar nuevas vías. Lejos quedan la ternura David Lean o los dramones de Douglas Sirk. Richard Linklater nos muestra un nuevo estilo de ser romántico sin parecerlo. Así, en un primer momento, la conversación entre Celine y Jesse, tras el reencuentro, se va deslizando entre temas más o menos banales, llevándonos casi al aburrimiento; como debe ser cuando nueve años se levantan entre dos amantes de una sola noche. Es la más absoluta diplomacia, el guardar las formas convenientemente. La normalidad. La calma de la superficie. Pero bajo esa frialdad aparente, ambos se agitan internamente y nos van dejando pequeños avisos, imperceptibles la mayoría.

Pero se va acercando la hora de la nueva despedida y poco a poco ambos van dejando de lado las formas y afloran, queriéndolo o no, sus verdaderos sentimientos. Primero entre bromas, luego ya a bocajarro. Porque las heridas han sido hondas. Porque para los dos, la noche en Viena fue una revelación, un encuentro o, mejor aún, el encuentro del amor verdadero. Y lo que vino después, una decepción constante, un seguir adelante por inercia. Y ahora que se ven de nuevo y sienten que la vida ha sido injusta y que puede volver a serlo, parecen querer vaciar el saco, descargar sus frustraciones y declararse su amor eterno entre gritos desesperados y sin una caricia ni un beso. Porque el temor al dolor es más fuerte que el deseo o la necesidad de reconocerse.

Y dentro de este enfoque tan original, el final es una nueva sorpresa que, como en el mejor cine de antaño, deja una puerta abierta sin mostrarnos nada. Que cada uno se imagine su final. O un principio quizá. En todo caso, es un final que me sorprendió y me dejó algo confuso, como cuando abres los ojos de noche y tienes que acostumbrar la vista a las sombras antes de ver algo.

No sorprende que el excelente guión de Richard Linklater, Ethan Hawke y Julie Delpy mereciera una nominación al Oscar. Sorprende, sin embargo, que no se hiciera con el premio, que fua a parar a Entre copas (Alexander Payne, 2004).

En cuanto a la parte técnica en sí, poco puede decirse de Antes del atardecer que no sea redundar en la simplicidad de la película. Entre paseos a pie, en barco o en coche transcurre la larga conversación entre Celine y Jesse, sin artificios, sin nada que distraiga la atención. Solos ellos dos. Ellos y el paso del tiempo. Porque el director sabe jugar con este elemento sabiamente, hasta convertirlo en una espada de Damocles que nos va angustiando lentamente conforme adivinamos el momento en que ambos tendrán que despedirse. Lo que me lleva a  recordar el también crucial peso del tiempo de Solo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952).

Hasta París, como decía antes, desaparece y, lejos de otras propuestas que hubieran aprovechado para ofrecernos una mini visita turística, Linklater se limita a dejarlo como telón de fondo. Tan de fondo que ni se molesta en mostrar abiertamente la catedral de Notre Dame aún cuando la mencionan los protagonistas.

Esta sencillez, este buscar la más absoluta naturalidad o normalidad, se refleja también en el trabajo de Ethan Hawke y Julie Delpy, que logran unas interpretaciones realmente maravillosas. Y más Julie, emotiva a más no poder cuando le estallan todas sus frustraciones en el coche y encantadora cuando imita a Nina Simone. Ambos sostienen todo el peso de la película con un oficio admirable.

Como admirables son, sin duda, los diálogos, verdadera base de todo este complejo pero sencillo andamiaje. Porque es extraño hoy en día disfrutar de unas conversaciones tan intensas, tan llenas de vida y tan naturales a la vez. En ningún instante se cae en el exceso o en lo trillado. Nunca tenemos la impresión de estar ante un diálogo pretencioso. Las frases son correctas, son directas y contienen toda la verdad de unas vidas que se quedaron truncadas y que han intentado mentirse u olvidar o ambas cosas. Es esa naturalidad y la sinceridad de las palabras de Jesse y Celine lo que finalmente nos termina por conquistar. Porque su historia nos suena y mucho. Porque todos tenemos una historia de amor soñada, o una espinita, o un deseo que se quedó en el limbo.

Antes del atardecer merece un lugar importante dentro del cine romántico. No es un drama al uso, ni una comedia fácil. Es un film intenso, sincero y directo muy bien hecho. Con el tiempo, será un clásico.

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