El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Frenético



Dirección: Roman Polanski.
Guión: Roman Polanski & Gérard Brach.
Música: Ennio Morricone.
Fotografía: Witold Sobocinski.
Reparto: Harrison Ford, Emmanuelle Seigner, Betty Buckley, John Mahoney, Alexandra Stewart, Robert Barr, David Huddleston.

El doctor Richard Walken (Harrison Ford) acude a París con su esposa Sondra (Betty Buckley) para dar una conferencia. Pero nada más instalarse en la habitación del hotel, su mujer desaparece misteriosamente. Completamente solo, en un país desconocido cuyo idioma ignora, Walken comienza a buscarla desesperadamente. Un testigo le cuenta que ha visto como la metían a la fuerza en un coche y Richard comienza a sospechar que la causa puede ser una confusión de maletas en el aeropuerto.

Frenético (1988) es un thriller que inevitablemente nos va a recordar a Alfred Hitchcock por su planteamiento. En concreto, se asemeja, demasiado quizá, a Con la muerte en los talones (1959). Evidentemente, sólo se parecen en cuanto a la historia de un inocente metido en un lío de espías e intereses políticos. Querer ahondar más en comparaciones sería injusto para Polanski.

Y es que Frenético parece estar lleno de buenas intenciones, pero lamentablemente sólo se mantiene en pie mientras duran las sombras, la intriga. En cuanto comenzamos a vislumbrar el problema, a conocer a los culpables y sus maquinaciones, la película cae en picado. Es el gran problema y el peligro de este tipo de planteamientos y Roman Polanski no logra evitar que en la segunda parte del film toda la emoción se esfume.

Sin embargo, el comienzo es bastante prometedor. Con un director empeñado en cuidar los detalles, incluso hasta el absurdo (el pinchazo del taxi al comienzo es del todo superficial y fácilmente prescindible), la desaparición de Sondra sin que ni su marido ni nosotros sepamos los motivos nos va a pegar al asiento irremediablemente. Comienzan las sospechas, los nervios del marido, al que acompañamos con cierta congoja, apiadándonos de su desconcierto y su vulnerabilidad, sólo en un país del que ni conoce el idioma.

El problema es que ese comienzo deja el listón muy alto y hay que hilar muy fino si no queremos que el edificio de desmorone. Y es aquí donde Polanski falla. Porque la segunda parte del film, la del desenlace, va perdiendo fuelle e interés poco a poco. Empiezan a aparecer nuevos personajes, se complica la trama, se alarga innecesariamente el desenlace... pero nada de ello resulta del todo convincente. Incluso algunas escenas, como la del espray en la cafetería, rozan el esperpento; si Polanski pretendía suavizar la tensión con algo de humor el intento quedó en una escena ridícula. Choca esta torpe puesta en escena, que es bastante común en la segunda parte de Frenético, con los buenos encuadres y el esmero del que el director hacía gala al comienzo del film. Y la verdad, poco importa que la trama comience a perder credibilidad, el problema es que el film pierde ritmo, fuerza y tensión y se va alargando forzadamente y sin que Polanski logre salvarlo de la mediocridad.

La presencia de Michelle (Emmanuelle Seigner) tampoco terminó de convencerme. Su personaje es un cúmulo de tópicos, no resulta creíble y su colaboración con el doctor en el rescate de su esposa parece metida con calzador. Es cierto que Emmanuelle Seigner nos alegra la vista, al menos al público masculino, pero se le notan sus carencias como actriz. Recordemos que la joven era la pareja de Polanski, con quién se casaría al año siguiente, lo que quizá explique su presencia en el proyecto, aunque no la justifica.

Y si Emmanuelle Seigner no brilla especialmente, tampoco lo hacen los secundarios, lo cuál es otro lastre más para la película. Los malos de turno más que miedo provocan risa. Sólo Harrison Ford da un poco de lustre a un reparto bastante flojo.

Al final, Polanski opta por un desenlace cargado de tensión y dolor; buena solución, al menos sencilla, para dejar al doctor a salvo de posibles tentaciones extramatrimoniales. Sin embargo, tampoco es un final que funcione. Puede que sea porque todo se precipita de un modo demasiado aparatoso o porque no esté bien filmado siquiera. El caso es que supone un triste final que nos va a dejar con un pobre sabor de boca.

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