El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 28 de septiembre de 2012

La semilla del diablo



Dirección: Roman Polanski.
Guión: Roman Polanski (Novela: Ira Levin Rosemary's Baby).
Música: Christopher Komeda (AKA Krysztof T. Komeda).
Fotografía: William A. Fraker.
Reparto: Mia Farrow, John Cassavetes, Ruth Gordon, Ralph Bellamy, Sydney Blackmer, Maurice Evans, Angela Dorian, Patsy Kelly, Elisha Cook, Charles Grodin.

Rosemary Woodhouse (Mia Farrow) y su esposo Guy (John Cassavetes), un matrimonio neoyorquino, se mudan a un edificio situado frente a Central Park, sobre el cual, según un amigo, pesa una maldición. Una vez instalados, se hacen amigos de Minnie (Ruth Gordon) y Roman Castevet (Sydney Blackmer), unos vecinos que los colman de atenciones. Ante la perspectiva de un buen futuro, los Woodhouse deciden tener un hijo; pero, cuando Rosemary se queda embarazada, lo único que recuerda es haber hecho el amor con una extraña criatura que le ha dejado el cuerpo lleno de marcas. Con el paso del tiempo, Rosemary empieza a sospechar que su embarazo no es normal.

La semilla del diablo (1968) sigue siendo para muchos la obra maestra de Polanski y un hito muy importante dentro de la evolución del cine de terror. Es cierto que hoy en día, cuando el cine de terror ha ido evolucionando hacia un espectáculo sangriento y macabro, La semilla del diablo no nos hará estremecernos o cerrar los ojos sobrecogidos. El miedo que desprende la película es mucho más sutil. El gran acierto y mérito de La semilla del diablo es nos atrapa en otro tipo de miedo, que no proviene ya de monstruos, fantasmas o extraterrestres. El miedo ahora se encuentra en lo cotidiano, en los amables vecinos, en la propia casa. He aquí la clave que ha convertido a este film en un clásico y lo que hace que, a pesar de los años que han transcurrido, siga vigente su mensaje.

Polanski arranca la película con un tono relajado y tranquilo. Todo en la vida de Rosemary y Guy parece perfecto: son felices, están enamorados, se han mudado a un precioso apartamento. Solamente hay una pequeña nube en el horizonte: la carrera de actor de Guy no termina de arrancar. Pero, entonces, de pronto parece que la suerte cambia y logra un importante papel. Además, Rosemary se queda embarazada. La felicidad parece completa. Y es aquí, en este mundo familiar, feliz, sencillo, donde Polanski mete la semilla del mal. La verdad es el título castellano no es demasiado afortunado, pues destripa el meollo de la película de buenas a primeras. Y es que uno de los grandes aciertos del film es que Polanski nunca nos desvelará abiertamente la verdadera naturaleza de las cosas; sólo tendremos sospechas, como Rosemary. Incluso la escena de cuando el diablo la posee se puede interpretar como una pesadilla. Por ello es por lo que, hasta el mismo final, no estaremos del todo seguros de las cosas. Polanski nos hace dudar, juega con nosotros. En un momento dado, llegamos a pensar que Rosemary puede haber perdido el juicio. ¿Como dudar de unos vecinos tan encantadores?, ¿y de su atento esposo? Lástima, por lo tanto, el no haber respetado el título original, Rosemary's Baby. Si en algún momento hubiéramos sido partícipes de las maquinaciones de los vecinos o de como convencen a Guy de vender su alma por el éxito profesional, el film hubiera perdido todo su potencial. Polanski se esfuerza en presentarnos a los malos de turno como personas inocentes a lo largo de todo el film. Sólo tendremos pequeños detalles aquí y allá, pero perfectamente explicables de un modo lógico e inocente. Gracias a este planteamiento, el film mantiene su poder de intriga hasta la misma escena final, una escena sorprendente y magnífica. Cualquier otro desenlace hubiera sido inferior. Aquí reside también otro de los puntos fuertes de la historia: tiene un desenlace perfecto que no dinamita el argumento, cosa demasiado habitual por desgracia.

Pero una buena parte del éxito de este film también hay que atribuirlo al excelente reparto del mismo. Mia Farrow me sorprendió muy gratamente. Compone una esposa frágil, bella, extrañamente desvalida que nos conmueve irremediablemente hasta ese final tan sublime donde, sobrecogidos, no podemos menos que comprenderla al tiempo que nos apiadamos de ella y de su amor de madre. Sus cambios físicos durante la película son geniales. También John Cassavetes está muy bien, pero son los maduros Ruth Gordon y Sydney Blackmer quienes destacan especialmente. Ruth Gordon, de hecho, se hizo con el Oscar a la mejor actriz secundaria y es que su composición de la entrometida vecian es sencillamente maravillosa.

Y no debemos olvidarnos del gran trabajo de Polanski detrás de la cámara. El director, en la que era su primera película norteamericana, sabe darle a la historia el ritmo justo, pausado, cotidiano, casi banal; y al tiempo, va creando una sensación de soledad, de aislamiento, de desvalimiento en torno a la figura de Rosemary que es clave para la atmósfera del film. Un ejercicio pleno de inteligencia y talento, clave para que la historia funcione tan perfectamente, lejos de trucos efectistas. He ahí la clave: la elegante contención, la ausencia de guiños o engaños. De hecho, Polanski prefirió no mostrarnos al bebé demoníaco; pensaba, acertadamente, que la imaginación del espectador sería mucho más eficaz que cualquier imagen. La fuerza reside en la historia en sí misma. La intriga está servida con elegancia e inteligencia. Perfecto.

Como curiosidad, señalar que el inmueble donde se desarrolla la película es el tristemente famoso edificio Dakota, a cuyas puertas fue asesinado John Lennon.

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