El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 15 de agosto de 2017

La mujer del cuadro



Dirección: Fritz Lang.
Guión: Nunnally Johnson (Novela: J.H. Wallis).
Música: Arthur Lange.
Fotografía: Milton Krasner.
Reparto: Edward G. Robinson, Joan Bennett, Raymond Massey, Edmund Breon, Dan Duryea, Thomas E. Jackson, Dorothy Peterson, Arthur Loft, Frank Dawson.

El profesor Wanley (Edward G. Robinson) regresa a casa tras una cena con sus amigos. Pero antes se detiene a admirar una vez más el cuadro de una hermosa mujer que le ha fascinado. En ese momento, la modelo se detiene junto a él. Comienza así una noche que traerá nefastas consecuencias para el profesor.

La década de los años cuarenta de Hollywood del siglo pasado nos ha dejado algunas de las mejores películas de cine negro de la historia. Y La mujer del cuadro (1944) es un magnífico ejemplo de la calidad de las películas de entonces.

La historia nos cuenta como una persona honrada, de clase media, con una vida tranquila y sencilla, se va a ver envuelto, quizá por un capricho del destino, en una terrible pesadilla que le arruinará la vida. Y todo por culpa de una mujer, una mujer hermosa; pero también por una vida aburrida que, de repente, parece ofrecerle la oportunidad de pasar una noche diferente. Como vaticinaba el fiscal Calor (Raymond Massey), el amigo del profesor: una tragedia puede estar originada por cualquier descuido, como una aventurilla o una copa de más, pero también por una tendencia latente. Esta es la advertencia de La mujer del cuadro: todo puede pasar cuando menos se espera, no solo por el destino, sino porque queremos que algo suceda, porque forzamos de alguna manera ese destino.

Y la tragedia en que se ve envuelto el profesor parece prevenirnos de cualquier intento de buscar alguna emoción nueva en nuestra vida, sobre todo si somos respetables miembros de la sociedad, casados y de mediana edad. La moraleja del film es un tanto conservadora y mojigata, es cierto, pero estamos ante una película de 1944 y encima norteamericana.

Sin embargo, el principal problema de La mujer del cuadro es el final, un desenlace que resulta un tanto forzado, una especie de arreglo un tanto tramposo para resolver el drama del profesor y ofrecernos el típico final feliz. Y es que según la moral de Hollywood, alguien que cometa un crimen debe pagar por ello y así sería imposible salvar al profesor, cuyos actos lo condenan de inmediato, a pesar de que la muerte del magnate Mazard (Arthur Loft) fuera en defensa propia. La única solución posible para la moral de la época parece ser esa componenda final que, más que otra cosa, estropea un tanto la película.

Hay que señalar que, desde el principio, el espectador se solidariza con Wanley, a pesar de su crimen, pues comprendemos que fue un acto instintivo para salvar su vida pero que, por encima de todo, es una buena persona, víctima de la mala suerte. Quizá por eso, el guión busca una salida para él, consciente de que no merece un desenlace fatal.

A pesar de ello, lo importante de La mujer del cuadro es el clima de intriga que desarrolla, como nos vamos contagiando del miedo del profesor, sintiendo su angustia al ver como las cosas se van torciendo poco a poco. Es importante destacar como Fritz Lang consigue crear ese clima de tensión con unos pocos elementos: jugando con los tiempos, la noche, las luces de un coche o una pequeña herida en la muñeca. Pequeños detalles que el director y el magnífico guión de Nunnally Johnson saben explotar al máximo para contagiarnos la tensión que padece el profesor, interpretado con maestría por el genial E. G. Robinson, todo un gigante del cine negro.

El reparto, uno de los grandes aciertos del film, lo completan Joan Bennett, Raymond Massey o el inquietante Dan Duryea. Como curiosidad, señalar que al año siguiente, Lang dirige otro film negro, Perversidad, contando de nuevo con Edward G. Robinson, Joan Bennett y Dan Duryea.

La mujer del cuadro puede que no sea la película perfecta, pero aún así reúne cualidades más que suficientes para poder considerarla todo un clásico del género. Un film con un poderoso encanto que crece con el paso del tiempo.

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