El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 11 de diciembre de 2017

El joven Lincoln



Dirección: John Ford.
Guión: Lamar Trotti.
Música: Alfred Newman.
Fotografía: Bert Glennon.
Reparto: Henry Fonda, Alice Brady, Marjorie Weaver, Arleen Whelan, Eddie Colins, Pauline Moore, Richard Cromwell, Ward Bond.

1832. El joven Abraham Lincoln (Henry Fonda) tiene una pequeña tienda en New Salem, Illinois, aunque comienza ya a dar los primeros pasos en política, además de estar interesado en estudiar leyes. Cuando su novia Ann (Pauline Moore) muere, Abraham se va a Springfield, donde empieza a ejercer de abogado.

El joven Lincoln (1939) es un film un tanto olvidado de John Ford, puede que por coincidir el mismo año que La diligencia, una de sus obras maestras. Y si es evidente que El joven Lincoln no está a la altura de las grandes películas del director, aún así no merece caer en el olvido.

La película intenta hacer un relato de los inicios del futuro presidente en el mundo de la política y de la abogacía y el resultado es un film un tanto descompensado, muy marcado por la evidente admiración del director hacia la figura de Lincoln, quizá en exceso, no pudiendo evitar dar la sensación de que la narración de esos años de juventud está predeterminada por lo que representó el individuo para la historia de su país.

No sé si por cuestiones de duración, problemas del guión, que tal vez no supo condensar mejor el relato, o complicaciones del montaje, el caso es que la historia me pareció un tanto deslavazada. Algunos capítulos de la vida de Lincoln, como la muerte de Ann, no están narrados con la fuerza que merecían; cuenta con una bonita elipsis con la imagen del cauce del río, es cierto, pero pierde emoción y significado, quedando casi como una anécdota. Y, en general, sucede algo similar con el relato de la figura de Lincoln, que no adquiere entidad ni como individuo ni como político. Se queda su retrato un tanto difuminado, casi devorado por la necesidad de avanzar en la historia, pero a base de pequeños momentos un tanto intrascendentes y con una imagen del futuro presidente que me pareció presa de su propia leyenda.

Donde sí que la película gana en fuerza e intensidad es en la parte del juicio, quizá porque ya tenemos algo concreto a qué aferrarnos, sin divagar. Al ser una unidad dramática concreta y cerrada en sí misma, el director puede ceñirse a ella por completo, dando rienda suelta a su talento a la hora de ahondar en los sentimientos, reforzar el dramatismo, en especial con la figura de la medre de los acusados, y también desplegando el sentido del humor tan característico, contrapunto perfecto al drama del juicio, con unos diálogos realmente inspirados, de lo mejor de la película, y unos personajes que al fin parecen volverse reales, cercanos.

Lo que sí que podemos constatar es como los elementos clave de la obra de John Ford ya están plenamente presentes y desarrollados: su gusto por las imágenes cargadas de significado y con un componente muy teatral y poético; la importancia de los elementos de la naturaleza, de la tierra, que constituye las raíz de los hombres; el papel fundamental de las mujeres, la madre en este caso, como núcleo de la familia, el pilar de la civilización, la fuerza y la referencia vital. Y el humor, ya mencionado.

Fue la primera colaboración del director con Henry Fonda, que dudaba aceptar el papel, abrumado por el peso del personaje. Ford insiste en la caracterización de Lincoln, no solo en su vestuario, sino en sus gestos, sus posturas, sus momentos de ensimismamiento. Y Henry Fonda da la talla con su peculiar naturalidad, su actuación sin esfuerzos.

Sin ser una de las mejores películas del gran John Ford, El joven Lincoln es un film interesante, con algunos momentos especialmente hermosos (Abraham en la tumba de Ann es mi preferido) donde se puede disfrutar en pequeñas dosis de ese gran talento del director para contar historias, siempre con el ser humano como eje y justificación de las mismas.

La película recibió una nominación a lo que se llamaba entonces Mejor historia.

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