El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 30 de enero de 2019

Brubaker



Dirección: Stuart Rosenberg.
Guión: W.D. Richter y Arthur A. Ross (Libro: Joe Hyams y Thomas O. Murton).
Música: Lalo Schifrin.
Fotografía: Bruno Nuytten.
Reparto: Robert Redford, Yaphet Kotto, Jane Alexander, Morgan Freeman, David Keith, Murray Hamilton, Wilford Brimley, John Glover, M. Emmet Walsh.

El nuevo alcaide de Wakefield, una prisión del sur de Estados Unidos, Henry Brubaker (Robert Redford), se hace pasar por un recluso más para conocer en persona el trato a los prisioneros, descubriendo una crueldad y arbitrariedad extremas que intentará erradicar.

Basada en la historia de Tom Murton, que en los años sesenta luchó por reformar el sistema penitenciario en Arkansas, destapando los abusos y asesinatos cometidos en la prisión estatal, Brubaker (1980) es un drama carcelario especialmente duro sobre las condiciones de los presos en Estados Unidos. Y ahí reside, sin duda, su principal punto de interés, pues no abundan las películas sobre el tema, y más sabiendo que parte de hechos reales. Sin embargo, en algunos aspectos me pareció una película fallida.

Lo crucial del film es la denuncia de la situación de los presos, mal alimentados, explotados como mano de obra gratuita y viviendo en condiciones insalubres y del todo precarias. Pero también la denuncia se extiende a los políticos locales que preferían mirar hacia otro lado perpetuando un estado de cosas del que también se aprovechaban. La prisión no solo era un centro infame, sino que albergaba negocios ilegales y hasta crímenes, ocultados miserablemente.

Lo más destacado, en este sentido, es el tono casi documental que le director otorga al relato, con la intención, sin duda, de conferirle al la película la mayor dosis de autenticidad. Y quizá por ello venga el principal defecto que le he encontrado a Brubaker: narrando como  hace situaciones extremas en la cárcel, el film carece de suficiente fuerza emotiva, quedando todo un tanto deslucido, sin tensión. Es como si el director no hubiera sido capaz de trasmitir con absoluta convicción los hechos narrados. Y eso que Stuart Rosenberg había dirigido la alabada La leyenda del indomable (1967), también un drama carcelario, en este caso interpretado por Paul Newman. Sin embargo, con Brubaker no logra el mismo nivel que entonces. Es más, vista ahora, La leyenda del indomable me parece un film mucho más actual, mientras que Brubaker creo que no ha envejecido tan bien.

Unido a ello, encuentro que el guión tiene algunos detalles poco convincentes. Por un lado, carece de la unidad narrativa deseada, quedando a veces algunas escenas algo inconexas, lo que sin duda no ayuda en absoluto a la tensión dramática. Por otro lado, algunos detalles resultan un tanto increíbles, como que el alcaide se haga pasar por un preso más o, ya en su cargo, se pasee o coma entre los delincuentes como si tal cosa. Visto ahora, peca, cuando menos, de cierta ingenuidad. Curiosamente, el guión recibió la única nominación a los Oscars de la película.

En cuanto al reparto, la estrella absoluta es Robert Redford, con un buen trabajo, sobrio y convincente. A su lado, secundarios como Yaphet Kotto, un actor que me parece muy válido, o un Morgan Freeman aún en un papel bastante secundario, con apenas unos pocos minutos.

Sin ser una gran película, especialmente por lo mal que ha envejecido, Brubaker tiene el mérito de afrontar temas que en su momento eran demasiado habituales, con cárceles que estaban muy lejos de ser el centro de rehabilitación deseable. Quede pues como un interesante film de denuncia, por encima de sus evidentes carencias.

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