El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Annie Hall



Annie Hall (1977) es, a pesar del tiempo transcurrido y de la prodigiosa producción del director, la mejor película de Woody Allen con diferencia. Supuso el reconocimiento de Allen como un gran talento, no sólo para la comedia, sino también como autor capaz de abordar temas más profundos en lo que fue un cambio notable en el estilo de películas del artista.

Alvy Singer (Woody Allen) es un cómico que, a sus cuarenta años, hace un repaso de su vida y, en especial, de su relación con Annie Hall (Diane Keaton), su gran amor con el que, desgraciadamente, a roto ya hace un tiempo.

Pensada en un primer momento como una película al estilo de las protagonizadas por Katharine Hepburn y Spencer Tracy, el guión de Annie Hall (escrito por Allen y por Marshall Brickman, pareja que repetiría en Manhattan) se fue puliendo progresivamente hasta quedar centrado en las relaciones de pareja. La película, con un enfoque decididamente cómico, rompe sin embargo con la línea anterior del director (Toma el dinero y corre, Bananas, El dormilón) y da paso a una etapa que irá haciéndose más seria y más intimista. Pero Annie Hall es, para mí, la cumbre en la carrera de Allen, el equilibrio perfecto entre un film divertido, plagado de chistes brillantes y diálogos ingeniosos, y las reflexiones más trascendentes sobre la vida, el amor, las relaciones humanas, la religión y la muerte. 


Lo primero que llama la atención y sorprende es el estilo tan original que tiene Woody Allen de contarnos una historia de amor como tantas otras que se han filmado a lo largo de la historia del cine. Allen parte de un esquema totalmente libre donde todo es posible y hace que los retrocesos en el tiempo, los monólogos, los paréntesis en el relato, los dibujos animados, las historias dentro de la misma historia, etc encuentren su sitio perfecto y enriquezcan el relato y dinamicen el desarrollo de manera prodigiosa y genial.

Por otro lado, el humor está presente en cada momento de la película con frases ingeniosas y es siempre fresco, agudo y muy oportuno. Hay escenas que se han quedado en mi memoria y son ya parte de esa colección de recuerdos cinematográficos maravillosos que todos vamos atesorando con el tiempo. A diferencia de otras películas, también del propio Woody Allen, los chistes y las ironías que pueblan la película no resultan jamás excesivas o forzadas; están ahí de manera natural, son una parte necesaria para el todo, aligeran el dramatismo que encierra el argumento y nos ayudan a relativizar los malos momentos que nos pueda deparar la existencia.

Parece evidente, aún sin que conozcamos la biografía del director, que se trata de una obra con muchos elementos autobiográficos, término éste que Allen negó repetidas veces. Sin embargo, hay muchos elementos del personaje de Alvy que veremos repetirse en otras películas del director. Además, el título de la película era el nombre de Diane Keaton de joven: se llamaba Diane Hall y la apodaban Annie. También Allen y ella mantuvieron en su día un romance. Demasiados elementos como para pensar en la casualidad. Pero además, cuando una película es tan perfecta tiene que llevar detrás una buena proporción de realidad.

Annie Hall es una obra temprana en la carrera de Allen y, sin embargo, representa un punto de madurez indiscutible. Es precisa, es ingeniosa, es inteligente, sorprendente y contiene escenas que por si solas merecen estar en cualquier antología del cine. Nominada a cinco Oscars, Annie Hall logró hacerse con las principales recompensas de ese año: mejor película, director, guión original y actriz (Diane Keaton).

Como curiosidad, decir que entre el reparto de la película podemos encontrar al cantante Paul Simon, al filósofo y educador Marshall McLuhan y las primeras apariciones en pantalla de Christopher Walken o Jeff Goldblum y hasta Sigourney Weaver en una de las escenas finales.

Annie Hall es una pequeña maravilla, un film entrañable. Una de esas películas aparentemente sencillas que son, en realidad, un tesoro y un regalo.

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