El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Becket




Dirección: Peter Glenville.
Guión: Edward Anhalt (Obra: Jean Anouilh).
Música: Laurence Rosenthal.
Fotografía: Geoffrey Unsworth.
Reparto: Richard Burton, Peter O´Toole, John Gielgud, Donald Wolfit, Véronique Vendell, Martita Hunt, Sian Phillips, Pamela Brown, Felix Aylmer.
 
Con Becket (1964) estamos ante un magnífico ejemplo de como un film un tanto teatral, lleno de diálogos y nula acción y de una duración más bien larga (148 minutos) puede resultar muy interesante y terminar siendo una obra sobresaliente, a poco que se cuiden los elementos indispensables de todo buen film.

Enrique II de Inglaterra (Peter O'Toole) tiene en el sajón Thomas Becket (Richard Burton) a su mejor amigo, compañero de correrías y astuto asesor. Enfrentado a la Iglesia, que se opone a que el rey le imponga tributos, Enrique II parece encontrar la solución a sus problemas cuando, a la muerte del Arzobispo de Canterbury, cabeza de la Iglesia de Inglaterra, nombra como nuevo prelado a su amigo Becket, con el que cuenta para tener bajo su control por fin al estamento religioso.

Becket está basada en una obra teatral del francés Jean Anouilh, adaptada para la ocasión por Edward Anhalt. Este origen teatral sobrevuela la película de principio a fin y, sin embargo, no constituye un verdadero lastre para el buen funcionamiento de la película. Es verdad que Becket no cuenta con un ritmo especialmente ágil y que, en algunos momentos puntuales, éste decae bastante y nos hace pensar que hubiera quedado más redondo con algunos minutos menos en su haber. Pero en general, la película, una vez que nos acostumbramos a ella y asumimos que es un film a degustar con pausa, mantiene un buen nivel y alcanza momentos realmente brillantes de la mano de dos elementos sobresalientes: el guión y el reparto.

El primero se hizo, merecidamente, con el Oscar al mejor guión adaptado de ese año. Fue el único premio de esta película, nominada también en once apartados más (entre los que destacan las nominaciones de los dos actores principales y a la mejor película y director) pero sin lograr ninguna otra recompensa. El trabajo de Edward Anhalt es soberbio. Sin duda, es evidente que un film de estas características se tomará algunas licencias históricas, pero la impresión que tenemos viendo la película es que parece ser bastante fiel a lo que pudo suceder, sin maquillajes ni concesiones innecesarias. El mérito principal es el excelente retrato de los protagonistas, ahondando lo necesario en sus motivaciones e intereses, algo fundamental no sólo para entender ese capítulo de la historia que narra, sino para darle una verdadera y profunda dimensión al argumento. La lucha interna de Becket entre su lealtad y amistad hacia el rey y los deberes y lealtades que le impone su cargo de arzobispo, que logra trasformarlo de persona fría y calculadora a fiel creyente y defensor de Dios, está plasmada magníficamente. Y, superando ya el mero relato de un hecho histórico, esa lucha nos plantea a otro nivel el verdadero significado y alcance de la amistad y el honor de una persona enfrentada a dos deberes antagónicos. Si en otras películas históricas me suelen molestar ciertas licencias que desvirtúan los hechos en aras de un argumento más "cinematográfico", en este caso el equilibrio logrado entre la parte histórica y la parte meramente personal y afectiva del tema es admirable. Por otro lado, el guión nos regala también unos diálogos excelentes, llenos de inteligencia, de fuerza e incluso de poesía en algunos momentos.

El segundo pilar de Becket es el reparto. Por un lado, Richard Burton, un muy buen actor que aquí se muestra bastante contenido y cuya simple presencia física dota ya de una gran personalidad y fuerza a su personaje. A su lado, un soberbio Peter O'Toole, en lo alto de su carrera, tras su soberbia interpretación en Lawrence de Arabia (David Lean, 1962). O'Toole, con una fuerza brutal que puede hacerle parecer un tanto sobreactuado a veces, está realmente genial en su papel atormentado, solitario y un tanto débil de Enrique II. A su lado, todos los demás actores, y la película cuenta con un elenco de secundarios muy bueno, parecen estar en un escalón más bajo.

Con estos elementos, Peter Glenville se limita a filmar la historia sin estridencias, dejando el protagonismo a lo que verdaderamente cuenta y limitándose a ciertos primeros planos para resaltar algunos de los momentos claves del drama.

En cuanto a la puesta en escena y los decorados, de nuevo sentimos el origen teatral de la película. Y si bien es verdad que se nota bastante que se trata de decorados, algo lógico también si pensamos en el año de realización del film, éstos logran centrarnos bastante acertadamente en el siglo XII, y tenemos la sensación de que se trata de una ambientación más que correcta en cuanto a vestuario, costumbres y hasta alimentación. Y viene aquí al caso recordar el estupendo diálogo a propósito del invento florentino del tenedor entre Becket y el rey: "Sirve para llevarse las viandas a la boca sin mancharse los dedos"; "Pero entonces se mancha el tenedor"; "Pero se puede lavar"; "También los dedos, no veo su utilidad".

Becket es, en definitiva, un buen film histórico por un lado, y un buen relato sobre la amistad y sus deberes y el honor por otro que tiene la virtud de no caer en excesos innecesarios, de resultar una buena recreación histórica y de contar con un reparto y un guión irrepetibles. Un ejemplo especialmente válido del buen hacer del cine inglés en el género histórico.

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