El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 13 de febrero de 2011

Capitanes intrépidos



¿Qué es lo que hace que una película sea grande? Evidentemente, juegan un papel fundamental tanto el guión como la puesta en escena y el trabajo de los actores. Hay muchas películas que reúnen estos elementos y son grandes títulos de la historia del cine. Pero hay un pequeño puñado de films que, además de todo lo anterior, tienen algo más, llamémosle alma para entendernos, que las convierte en algo más que una gran película para darles esa cualidad más personal que sólo poseen las verdaderas obras de arte. Capitanes intrépidos (Victor Fleming, 1937) pertenece a este selecto grupo de films.

Harvey Cheyne (Freddie Bartholomew) es el hijo de un magnate viudo (Melvyn Douglas) que apenas tiene tiempo para estar con él, por lo que intenta compensar su ausencia a base de cumplir sus caprichos. Por ello, Harvey es un chico consentido, arrogante y prepotente al que casi nadie soporta. Expulsado temporalmente del colegio por su actitud, durante un viaje en barco con su padre Harvey se cae al agua, siendo rescatado por Manuel (Spencer Tracy), un pescador de un bacaladero donde el joven Harvey tendrá que aprender a ser uno más de la tripulación.

Capitanes intrépidos, basada en un relato de Rudyard Kipling, es una de esas películas que, en cuanto entra en tu vida, se instala en tu memoria para siempre. Con un equilibrio perfecto entre aventura y drama personal, la película es una maravillosa historia de aprendizaje, amistad y cariño filmada con elegancia y sobriedad.

Sin duda, el mayor encanto de la película es la relación que se establece entre el honesto y sencillo Manuel y el repelente niño rico. De una manera sencilla, directa y llena de sabiduría y frases para el recuerdo, como cuando Manuel rememora con admiración y cariño la figura de su padre, se muestra el proceso de maduración del pequeño Harvey y cómo va comprendiendo los verdaderos valores de la vida al lado de un personaje entrañable. Pero hay que reconocer que para que ésto funcione como es debido es necesario que los actores que dan vida a los personajes los hagan creíbles. Y tanto Spencer Tracy como Freddie Bartholomew están perfectos en sus papeles. Tracy fue premiado con el Oscar al mejor actor, sin duda una recompensa más que merecida. Su encarnación de Manuel es conmovedora y rebosa autenticidad por los cuatro costados, y siempre desde la sencillez y la naturalidad, la mayor parte de las veces con el simple poder de su mirada. Sencillamente, es imposible pensar en alguien que hubiera podido superar su actuación. Y el caso del joven Bartholomew es también para enmarcar. Por lo general, los niños suelen resultar un tanto forzados y resabidos y sus trabajos rara vez me convencen. Sin embargo, el caso de este muchacho es una gloriosa excepción. Y su papel no era sencillo, pues ha de pasar de resultar repulsivo a conmovedor a lo largo de su proceso de transformación, pero el resultado final es para quitarse el sombrero. Al lado de otro niño prodigio del cine, como fue Mickey Rooney, aquí con un papel muy secundario, Freddy Bartholomew está colosal.

Junto a esta pareja protagonista, el resto del reparto también pasa la prueba con nota, especialmente dos actores que me encantan personalmente: Lionel Barrymore, siempre perfecto, y John Carradine, con una presencia en la pantalla poderosa e inquietante. Melvyn Douglas y el resto de secundarios, con una presencia menor, aportan también su granito de arena para completar un reparto excelente.

Sería complicado quedarse con un solo instante que resumiera todo lo que esta película lleva en las entrañas. Así que me quedaré con dos momentos especiales, salvando la secuencia evidentemente central de la cinta, la de la muerte de Manuel, y sería el momento en el que el paciente Manuel se encara con Jack El Largo (John Carradine) defendiendo al niño: su mirada en ese instante resulta aterradora y lo dice todo sin necesidad de más explicaciones. El otro momento es la escena en que el muchacho le dice a Manuel que quiere quedarse con él; las miradas de los dos te ponen un nudo en la garganta, nudo que además ya no te abandonará durante el resto del film.

Además de la historia de amistad entre "Pescadito" y Manuel, Capitanes intrépidos también es una interesante película acerca de la pesca del bacalao, con algunos momentos que recuerdan casi a un documental. La película fue todo un éxito en su época y le dio el prestigio necesario a Victor Fleming para que pudiera hacer El mago de Oz (1939) y Lo que el viento se llevó (1939), obras más conocidas que ésta, pero en mi recuerdo a años luz de la aventura de Manuel y su "Pescadito".

Por ponerle un pero, menor eso sí, es que tal vez el final de la película resulte un tanto flojo en comparación con el resto de la historia. Puede que porque se alargue demasiado o quizá porque echamos de menos la presencia de Manuel. Pero aún así, ésto no empaña para nada la grandeza y belleza de esta película.

Además del Oscar ganado por Spencer Tracy, Capitanes intrépidos fue nominada también como mejor película, guión y montaje, pero no ganó en ninguno de estos apartados. Como curiosidad, recordar que la ganadora del Oscar a la mejor película fue La vida de Émile Zola de William Dieterle.

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