El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 12 de febrero de 2011

Tarde de perros



Tarde de perros (Sidney Lumet, 1975) podría haber sido un film más de atraco a un banco con rehenes sino fuera por un guión muy bien trabajado que ha sabido bucear en los personajes y darle a la historia una dimensión mayor.

Sonny Wortzik (Al Pacino), junto a dos compinches, uno de los cuáles abandonará al comenzar el atraco, deciden asaltar un banco. Inexpertos y asustados, pronto descubrirán que la tarea no es nada sencilla. Por un lado, el banco no tiene en ese momento ni dos mil dólares en la caja y, encima, la policía los descubre y rodea el banco. Lo que habían planeado como un atraco sencillo se ha complicado y Sonny no sabe cómo afrontar la situación.

Tarde de perros está basada en un suceso real que tuvo lugar en Brooklyn en el año 1972. El proyecto en principio no parecía sencillo: poco presupuesto y un tema que no permite muchas opciones, al limitarse a las negociaciones de los atracadores con la policía en un espacio cerrado. Sin embargo, y a pesar que Lumet lleva la historia hasta las dos horas de duración, el director sale airoso de la empresa; como decíamos antes, gracias al buen guión de Frank Pierson, que obtuvo la recompensa del Oscar al mejor guión original, y también, como no, al buen trabajo de Lumet en la dirección.

El acierto del guión es que ha sabido trascender el simple relato de un atraco frustrado para adentrarse en la personalidad de Sonny, sobre todo, pero sin descuidar, y eso también es importante, al resto de personajes que intervienen en el drama, como son el compañero de Sonny, Salvatore Naturile (John Cazale) o los rehenes que, aunque con un papel secundario, son retratados con bastante acierto. De esta manera, no nos quedamos en la superficie del personaje de Sonny, sino que nos adentramos en su extraña vida, en sus problemas familiares, con una madre y una esposa agobiantes, y con la curiosa relación con Leon (Chris Sarandon), un homosexual con quién llegó a contraer una especie de matrimonio. De esta manera, terminamos por comprender a Sonny y vivimos de manera mucho más cercana e intensa su fallido atraco.

Pero además, la película sirve también para mostrarnos ciertos problemas de la época, como el paro; la violencia policial, con la mención repetida de los incidentes de Attica, una protesta de los presos de esa prisión norteamericana en la que demandaban un trato más humano y que terminó en una masacre con 39 muertos y una centena de heridos; el problema de los veteranos de Vietnam y su difícil adaptación a la vida civil; o el problema de la homosexualidad, tratado con sumo respeto y comprensión.

En cuanto a la dirección, el acierto de Lumet es evidente, consiguiendo dar dinamismo a una situación que, normalmente, suele decaer y tornarse bastante monótona. Pero la negociación con la policía y la relación de los ladrones y los rehenes no decea jamás. Sidney Lumet sabe mantener la tensión en todo momento y siempre tenemos la impresión que algo importante puede pasar de un momento a otro y, en cierto modo, así es, porque no hay situaciones de relleno ni tiempos muertos. En cada instante sucede algo, más o menos importante, pero somos conscientes que Lumet no ha permitido nunca que la historia se vaya por las ramas.

El otro punto fuerte de la película es, como no, el reparto. Al Pacino lleva el peso, por supuesto, de toda la película. Pacino estaba, en esa época, en lo más dulce de su carrera, cimentando su reputación como un actor con una fuerza y un carisma especiales. Hay que señalar que en general está a un gran nivel, si bien a veces parece rozar la sobreactuación, algo que será habitual en su etapa de madurez. Sin embargo, consigue mantenerse dentro de lo razonable y, en algunas secuencias, está verdaderamente genial. A título de anécdota, comentar que la implicación de Al Pacino en su papel fue tal que necesitó de asistencia médica en un momento del rodaje. A su lado, con un papel mucho más secundario pero con un trabajo soberbio, está John Cazale, un actor excepcional con una carrera lamentablemente muy breve de sólo cinco películas, pero que en cada plano trasmite tensión con una mirada inquietante. Como curiosidad, decir que cuando Sonny le pregunta a qué país le gustaría marcharse, la respuesta que da: A Wyoming, fue improvisada por Cazale, pues en el guión se especificaba que no tenía que decir nada. La respuesta le gustó a Lumet, que dejó la escena tal cuál. El resto del reparto, con unos papeles mucho menos importantes, consigue transmitir la sensación de verosimilitud, algo que sin duda contribuye notablemente a la sensación de autenticidad del film.

La película, además del premio por el excelente guión, también estuvo nominada en otros cinco apartados (mejor película, director, actor principal (Al Pacino), actor de reparto (Chris Sarandon) y montaje), sin ganar en ninguno de ellos.

Tarde de perros es una película sorprendente por su aparente sencillez y escasez de recursos que, sin embargo, consigue superar sus limitaciones a base de saber hacer y de talento para convertirse en la mejor película sobre un atraco que he visto y que, además, sabe adentrarse en el alma humana y sacar a flote gran parte de los problemas que acechan al individuo en la sociedad actual. Muy recomendable, sin duda.

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