El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 14 de febrero de 2011

El tesoro de Sierra Madre



De nuevo estamos ante uno de los temas predilectos de John Huston: el perdedor que está a punto de alcanzar sus sueños y, al final, fracasa cuando parecía haber logrado su meta. Este tema ya aparecía en su primer film como director, El halcón maltés (1941) y se repetirá más tarde en El hombre que pudo reinar (1975).

Tres vagabundos estadounidenses que malviven en México, Fred C. Dobbs (Humphrey Bogart), Bob Curtin (Tim Holt) y el viejo Howard (Walter Huston), unen sus escasos medios y sus fuerzas para buscar oro con el que escapar de su miseria. La empresa no será tan sencilla como alguno de ellos piensa: hay que adentrarse en tierras inóspitas y, lo más importante, vencer la tentación de la avaricia.

Como era habitual en el director, que pasa por ser de los que mejor sabían adaptar textos literarios a la pantalla, Huston parte de una novela, la homónima de B. Traven, para realizar él mismo el guión de esta película, considerada por muchos como una de sus mejores obras.

Lo primero que llama la atención en El tesoro de Sierra Madre (John Huston, 1948) es que la historia no sigue ninguna de las pautas típicas que solemos ver en las películas de aventuras o, en general, en cualquier film clásico de Hollywood. La trama es a menudo imprevisible y nos desconcierta con frecuencia con un guiño extraño o una aparición inesperada, sorprendente y breve. En muchos momentos me llegué a sentir tan perdido en medio de esta historia como sus protagonistas en las áridas sierras mexicanas. El supuesto héroe de la película, Fred C. Dobbs (Humphrey Bogart) no lo es realmente y se va transformando en un personaje paranoico y repulsivo al que terminamos por detestar.

Un gran acierto de Huston fue el imponer su idea de rodar en escenarios naturales de México, a pesar de la oposición inicial del estudio. Pocas veces en el cine se ha consiguido transmitir al espectador de manera tan eficaz la aridez del desierto; el calor, el sudor pegajoso y el polvo parecen salir de la pantalla.

Sin duda, junto a la sobria puesta en escena, lo mejor de El tesoro de Sierra Madre es su gran reparto. Bogart hace quizá el mejor papel de su carrera, prescindiendo de sus habituales gestos y dando vida de manera perfecta a un personaje avaricioso y paranóico que, si bien cree conocerse, rebela que en realidad no sabe nada de sí mismo. Walter Huston, el padre del director, da vida al personaje más inteligente de todos: el viejo que está de vuelta de todo y que solamente busca la manera de vivir lo mejor posible los últimos años de su vida. El tercero del grupo, el noble Curtin, está interpretado con acierto por Tim Holt, habitual del cine del oeste y cuyo papel más recordado sea tal vez el del malcriado George de El cuarto mandamiento (Orson Welles, 1942).

Retrato certero del ser humano sometido a condiciones extremas y, en particular, de como la avaricia puede llegar a trastornar el juicio de cualquiera, a El tesoro de Sierra Madre se le puede poner el único pero que se hace demasiado larga, y no porque sobren partes de la historia, sino porque por momentos el ritmo decae y tenemos la sensación que condensando la historia hubiera quedado una film más redondo.

La película fue nominada en cuatro apartados, logrando los Oscars al mejor director y guión (John Huston) y mejor actor de reparto (Walter Huston), siendo la primera y única vez que un padre y un hijo ganaban un premio de la Academia. En su cuarta nominación, como mejor película, no obtuvo el Oscar. Señalar, como anécdota, la presencia del propio director al principio de la pelícual en la piel del americano que da varias veces seguidas una limosna a Dobbs.

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