El cine y yo
Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.
Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.
El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.
El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.
No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.
Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.
El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.
El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.
No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.
jueves, 30 de junio de 2011
L.A. Confidencial
L.A. Confidencial (Curtis Hanson, 1997) supuso un soplo de aire fresco dentro el cine comercial norteamericano en el momento de su estreno, además de revalorizar un género como el cine negro que había dejado practicamente de exisitir.
La ciudad de Los Ángeles, durante los años cincuenta, se ve sacudida por el crimen organizado y por la corrupción imperante en el seno de la policía. Contra ese estado de corrupción intenta rebelarse el joven Ed Exley (Guy Pearce), aunque para ello tenga que enfrentarse directamente a sus propios compañeros, testificando contra algunos de ellos por violencia policial.
Lo primero que hay que destacar a la hora de hablar de esta película es su excelencia a nivel técnico. Estamos ya acostumbrados a alabar el cine norteamericano por su magnífica factura. En este caso no hablamos de efectos especiales, sino de una ambientación especialmente lograda, por los vestuarios, las luces, los decorados, la música... todo está perfecto y es el marco ideal para encajar una historia densa, intensa y apasionante.
Siguiendo un poco esa tendencia de films corales, donde el papel de protagonista se suele distribuir entre varios personajes, L.A. Confidencial cuenta con varios protagonistas con sus historias concretas que se van entremezclando progresivamente hasta converger en el desenlace final. Y aquí tenemos otro de los puntos fuertes de la cinta: un reparto excelente donde es complicado destacar a un actor por encima de otro, pues todos están a un grandísimo nivel y confieren al film un aire de autenticidad absoluto. Russell Crowe, con su violencia a flor de piel, el cinismo de un Kevin Spacey soberbio, el relamido y un tanto antipático Guy Pearce, el calculador y flemático James Cromwell, Danny DeVitto en el papel del periodista que vive de destapar escándalos, la espectacular Kim Basinger, ganadora del Oscar a la mejor actriz de reparto por su interpretación de una prostituta que imita a Veronica Lake y el resto de brillantes secundarios.
Pero poco se puede hacer con un buen reparto si el guión no está a la altura de las circunstancias y en esta ocasión estamos ante un muy buen guión, por momentos algo confuso, es cierto, lo que hace muy recomendable no contentarnos con una sola visión de la película para poder desentrañar todas las vueltas de un argumento para nada sencillo. Pero a pesar de ello, o tal vez gracias a esa complejidad, explicada al tratarse de una adaptación de una novela de James Ellroy, la historia resulta apasionante, muy creíble y nos engancha a la butaca con los cinco sentidos alerta.
Otro de los aciertos del guión es dejar de lado la clásica división entre buenos y malos, simplista pero poco realista, y mostrarnos unos personajes, protagonistas incluidos, con más sombras que luces, dentro de la mejor tradición del cine negro clásico. Lo que sí que no se evita, tal vez como una pequeña concesión al espectador, es un final relativamente feliz, donde parece imponerse la justicia y cada uno de los supervivientes encuentra su recompensa. No es tampoco un desenlace que moleste, aunque sí que tal vez sobraban un tanto las explicaciones finales, epílogo en el que el director parece hacer un último intento de explicarnos la trama para que el espectador salga de la sala con las ideas un tanto claras.
La labor de Curtis Hanson, también guionista de la cinta junto con Brian Helgeland, a la hora de filmar una historia tan compleja no era sencilla. Primero utiliza la narración del periodista Sid Hudgens (Danny DeVito) para situarnos en el lugar y el momento; luego recurre a sobreimpresionar el nombre de los tres principales protagonistas, los policías Jack Vincennes (Kevin Spacey), Wendell White (Russell Crowe) y Ed Exley (Guy Pearce) para que nos familiaricemos con ellos; también nos mostrará la cara de la persona de quién se habla en algunos instantes concretos, para facilitar su identificación. Sin embargo, no puede evitar que, en el fragor de la historia, la sucesión de acontecimientos y la mezcla de personajes nos lleve a cierta confusión. Pero salvando estos escollos del guión, la labor de Hanson es admirable: su puesta en escena es perfecta, se limita a buscar las mejores tomas cediendo el protagonismo total a la acción y a la historia y mantiene el nervio de la narración de principio a fin, sin un solo momento de flaqueza. Lástima que este excelente trabajo no haya tenido continuidad en una carrera un tanto discreta.
L.A. Confidencial tuvo la mala suerte de coincidir con Titanic (James Cameron, 1997), por lo que de las nueve nominaciones sólo obtuvo el Oscar en dos categorías: la citada de mejor actriz secundaria y al mejor guión adaptado. Creo que L.A. Confidencial, premios aparte, es mucho mejor película que el drama del Titanic, un film resultón pero sin sorpresas. Premios aparte, hay que agradederle el haber dado nueva vida a un género como el cine negro que tantas alegrías nos ha dado en el pasado y que se merece seguir vivo.
miércoles, 29 de junio de 2011
Operación Dragón
Guión: Michael Allin.
Música: Lalo Schifrin.
Fotografía: Gil Hubbs.
Reparto: Bruce Lee, John Saxon, Ahna Capri, Bob Wall, Shih Kien, Jim Kelly, Angela Mao, Betty Chung.
Película mítica en la historia del género, Operación Dragón (1973) lanzó al estrellato a su protagonista, Bruce Lee, que murió repentinamente antes del estreno de la misma, y puso de moda durante un par de décadas no solo el cine de artes marciales, sino la práctica de las mismas, algo que dura aún a día de hoy.
Lee (Bruce Lee), un experto luchador, es invitado a participar en un torneo organizado por el misterioso señor Han (Kien Shih) en su isla particular, del que se tienen pruebas de que trafica con drogas. Lee acude a la isla para intentar reunir las pruebas necesarias para poder detener a Han. Pero además, Lee descubre que los secuaces de Han están detrás también de la muerte de su hermana.
Está claro que el argumento de Operación Dragón no es su punto fuerte. La historia de un villano megalómano que vive al margen de la ley la hemos visto en infinidad de películas, por ejemplo en las del ciclo de James Bond esta idea se repite hasta la saciedad. También el tema de la venganza personal es de lo más visto. Pero para una película de este género, el guión no se ha dejado del todo de lado y al menos se ha buscado arropar el apartado de las peleas, centro neurálgico de la película. Y aquí es donde entra de lleno la figura de su protagonista, Bruce Lee. Lo que supuso este hombre para la historia del género y para el mundo de las artes marciales en general es incuestionable. Hay un antes y un después de Bruce Lee y casi cuarenta años después de su muerte, su figura siendo indiscutible, inimitable e inigualable.
Su fama como actor de películas de artes marciales en Hong Kong motivó que la Warnes Bros se decidiera a hacer un film con él. La desgracia de la muerte de Lee al poco de finalizar el rodaje le añadió al film la aureola de legendario y convirtió al actor en un mito.
La verdad es que cuando uno ve actuar y, sobre todo, pelear a Bruce Lee, comprende de inmediato el motivo de su éxito y la pervivencia de su legado. Lee era un luchador excepcional y eso lo trasmite en sus películas. Hay una sensación de autenticidad en sus peleas que hace que, aún sabiendo que se trata de una película, nos olvidemos con frecuencia que estamos ante una coreografía. La fuerza real de Operación Dragón reside en esa poderosa presencia de Lee, en su carisma, su fuerza y su excelente trabajo como actor, algo que no siempre se menciona.
Pero además, Operación Dragón cuenta con otros méritos que sería imperdonable no mencionar. Si bien la estrella indiscutible es Bruce Lee, el resto del reparto resulta bastante atractivo, empezando por el malvado de turno, interpretado con gran intensidad por Kien Shih, que le da un grado de sadismo y crueldad que lo convierten en verdaderamente odioso y temible. John Saxon y Jim Kelly también están muy bien en su papel, así como los secuaces de Han, en especial Bolo Yeung, un coloso espectacular con una presencia aterradora.
Y no quiero olvidarme del director, cuyo trabajo es, en líneas generales, muy meritorio. Con frecuencia, en este tipo de películas de lucha y de bajo presupuesto, pues Operación Dragón costó en su momento unos modestos 850.000 dólares, el director se limita a rodar de manera un tanto mecánica y siempre al servicio de la acción. Clouse, en este caso, realiza un ejercicio notable, buscando los mejores encuadres, supliendo las carencias con imaginación (el mejor ejemplo es la escena del banquete, que magnifica a base de planos cerrados, algunos filmando a los comensales desde atrás, para disimular lo mejor posible la escasez de elementos) y procurando aportar su granito de arena en cuanto a ritmo y tensión. Las escenas de lucha son punto y aparte: aquí también intervino Bruce Lee para planificarlas y el resultado es una puesta escena espectacular, llena de ritmo, intensidad y dramatismo, a pesar de no mostrar explícitamente los momentos más crueles.
Incluso para aquellos a los que este género no les resulte especialmente atractivo, recomiendo ver esta película encarecidamente, no sólo por sus valores intrínsecos, que son muchos, sino por su valor histórico y su repercusión en el cine. Para muchos es la mejor película de artes marciales jamás filmada; sin entrar en esas valoraciones, lo que está claro es que sí que es la que más repercusión y trascendencia ha tenido. Y es además una oportunidad única de disfrutar de una de las mejores interpretaciones de Bruce Lee en la pantalla.
lunes, 27 de junio de 2011
Pisando fuerte
Dirección: Kevin Bray.
Guión: Brian Koppelman, David Klass, Channing Gibson, David Levien.
Música: Graeme Revell.
Fotografía: Glen MacPherson.
Reparto: Dwayne "The Rock" Johnson, Johnny Knoxville, Neal McDonough, Kristen Wilson, Ashley Scott, Michael Bowen, Kevin Durand, Khleo Thomas, John Beasley, Barbara Tarbuck.
Pisando fuerte (Kevin Bray, 2004), película basada en hechos reales ocurridos en una pequeña población de Tennessee, Adamsville, es un remake un tanto libre de la película del mismo título filmada en 1973 por el director Phil Karlson, la cuál sí que se rodó incluso en el mismo Adamsville.
Chris Vaughn (The Rock), sargento de las fuerzas especiales retirado, regresa a su pueblo natal tras años de ausencia para reencontrarse con su familia y con los amigos de la infancia. Pero pronto comprobará que muchas cosas han cambiado en el pueblo: la serrería que daba trabajo a sus habitantes ha cerrado y la fuente de ingresos ahora es un casino regentado por Jay Hamilton (Neal McDonough), amigo de la infancia que parece haberse convertido en un importante hombre de negocios y que domina la vida en el pueblo.
La verdad es poco puede decirse a favor de este film, más bien prácticmente nada. Y no es que yo tenga algo en contra de este tipo de películas donde prima la acción pura y dura y donde la historia, los personajes y hasta la trama no dejan de ser un simple telón de fondo. Pero es que incluso en este tipo de productos podemos encontrarnos ciertas obras más trabajadas que otras y Pisando fuerte es una de esas películas donde no se ha esmerado nadie lo más mínimo.
El argumento, además de ser de lo más estereotipado y previsible, aún contando con la vitola de estar basado en una historia real, se limita a presentarnos del modo más conciso las premisas básicas para que se desarrolle lo que únicamente parece interesar a su director: las dos o tres escenas de acción de la película, donde sí que se despliega toda la artillería sonora y visual al uso. Pero la historia está tan poco trabajada que se pasa sin pena ni gloria por los momentos claves de la película, como el juicio, la historia de amor del protagonista o las relaciones con su familia. En realidad, los personajes no están prácticamente definidos, quedando reducidos a la mínima expresión, tanto nuestro héroe, que es el típico hombre de bien que se ve obligado a recurrir a la violencia empujado por las circunstancias, como unos villanos de cartón piedra que no llegan realmente a asustar, al no tener casi ni identidad propia, más allá del boceto que los sitúa como los malos de turno. Tampoco los diálogos tienen un mínimo interés; ni la trama está bien desarrollada, quedándose en la típica venganza tantas veces vista y cayendo en las justificaciones más tópicas y ridículas posibles (nuestro héroe se indignará definitivamente cuando descubre que los malos venden drogas a los niños).
La dirección de Kevin Bray transcurre dentro de la normalidad más absoluta, lo que casi es de agradecer. El director se limita a filmar de manera discreta y solo saca el nervio a la hora de filmar las escenas de acción, que tampoco son nada realmente novedoso, pero al menos resultan espectaculares y rompen con la línea plana del resto de la cinta.
En cuanto al reparto, más de lo mismo. Actores secundarios de relleno y protagonistas resultones, a nivel estético (The Rock tiene una presencia rotunda, al más puro estilo Schwarzenegger y Ashley Scott es la típica belleza decorativa, a la que Bray desaprovecha en gran medida) y poco más, pues tampoco es que se les elija por sus méritos interpretativos.
Pisando fuerte es, en definitiva, un intento de hacer una película de acción de mero consumo, sin demasiadas pretensiones y menos méritos. El problema principal de la misma es la falta total del mínimo compomiso con el espectador. Se puede hacer cine de evasión, de "usar y tirar", meros espectáculos visuales, pero con un mínimo de trabajo y de dedicación. En este caso, el esfuerzo creativo ha sido nulo y eso es algo que no se puede pasar por alto; en este tipo de películas ya no se pide demasiado, pero sí llegar a un cierto nivel básico, por debajo del cuál rozamos el ridículo. Se hicieron dos secuelas de esta película, Pisando fuerte 2 (Tripp Reed, 2007) y Pisando fuerte 3 (Tripp Reed 2007), pero con otro protagonista, Kevin Sorbo.
sábado, 25 de junio de 2011
En el calor de la noche
Dirección: Norman Jewison.
Guión: Stirling Silliphant (Novela: John Ball).
Música: Quincy Jones.
Fotografía: Haskell Wexler.
Reparto: Sidney Poitier, Rod Steiger, Warren Oates, Lee Grant, Quentin Dean, James Patterson, Matt Clark, Scott Wilson.
En el calor de la noche (1967) está basada en la novela de John Ball, "In the Heat of the Night" (1965), premiada con el Edgar Allan Poe de novela. Una sólida base con la que Jewison logró una película de gran éxito de público y crítica en su momento. El paso de los años no le ha sentado del todo bien, aunque sigue siendo una película muy válida a pesar de todo.
En Sparta, una pequeña localidad de Mississippi, el policía local Sam Wood (Warren Oates) encuentra en la calle el cadáver de un conocido industrial. En busca de un sospechoso, detiene a un forastero negro que resulta ser un inspector de policía de Filadelfia llamado Virgil Tibbs (Sidney Poitier), especialista en homicidios. El jefe de la policía de Sparta, Gillespie (Rod Steiger), le pedirá que le ayude en la investigación.
Este premiado film policial no deja de ser, por desgracia, hijo de su tiempo, la década de los sesenta del siglo pasado, con todo lo que ello conlleva. Los años sesenta dejaron un sello, en general, muy marcado en el estilo de las películas que hace que éstas no hayan envejecido muy bien. Cuanto más deudora era la película de los gustos de la época, peor resulta su revisión en la actualidad.
Y esa filiación de En el calor de la noche, si bien no es excesiva, sí que pesa sobre ella irremediablemente. Por un lado, a nivel visual, con ciertas excentricidades, no muy agresivas es cierto, en los encuadres y movimientos de la cámara que marcan un poco la estética perseguida por Jewison. La otra herencia de aquellos años es la denuncia del racismo aún imperante en los estados sureños en aquella época, y más tarde también, y que suponía en la práctica que los negros no podían salirse de su marcada posición social. Pero es una denuncia un tanto blanda y el policía negro es presentado como si fuera un hombre blanco, en vestimenta y ademanes, para resultar aceptable. Es un poco el encasillamiento al que se vio sometido Sidney Poitier, un buen actor al que se le limitó un poco en papeles un tanto similares de negro culto, refinado y elegante.
Junto a este componente de crítica del racismo, En el calor de la noche plantea la típica trama policial de investigación para desenmarcarar al asesino de turno, trama que queda un poco en segundo plano ante el enfrentamiento entre el sheriff autoritario y un tanto racista, encarnado con mucha eficacia por Rod Steiger, un sólido secundario, con el policía de la ciudad, al que da vida un joven y pulcro Sidney Poitier, convincente pero algo estudiado de más en sus gestos, algo que se repetirá a lo largo de su carrera. Si bien es un enfrentamiento cuyo final es un tanto predecible, no deja de ser la parte de la película que me resultó más interesante, al centrarse poco a poco cada vez más en la intimidad de los dos protagonistas, dándole a la relación un vuelco que deja de lado el tratamiento más superficial y estereotipado para lograr algunos bellos momentos, como la charla de los dos policías en la soledad del apartamento de Gillespie.
Un punto que merece la pena resaltar es la excelente banda sonora de Quincy Jones, con el tema principal interpretado por Ray Charles.
El desenlace, finalmente, dominada la historia por la relación entre los protagonistas, carece casi de interés y la resolución del crimen tampoco resulta demasiado original ni convincente, quedando casi como un trámite argumental necesario.
Con unos diálogos correctos y un buen ritmo narrativo que resulta muy adecuado en todo momento, En el calor de la noche tuvo siete nominaciones a los Oscars, logrando finalmente el premio en cinco categorías: película, actor (Rod Steiger), guión adaptado, sonido y montaje.
La película tuvo dos secuelas, ambas con Sidney Poitier, de escaso éxito, Ahora me llaman Sr. Tibbs (Gordon Douglas, 1970) y El inspector Tibbs contra la organización (Don Medford, 1971).
miércoles, 22 de junio de 2011
Momentos de película
Todos tenemos guardadas en nuestra memoria escenas, músicas, frases e imágenes de películas. Son fragmentos que se han hecho un hueco en nuestros recuerdos. A veces, es lo único que conservamos de un film visto hace mucho tiempo.
Nunca es fácil hacer selecciones o listas. Siempre temo olvidarme de alguna película importante, temo que la memoria me traicione. Pero es evidente que cuando hay algunos recuerdos recurrentes, títulos que siempre son los primeros en acudir a ti, está claro entonces que no deben faltar en una recopilación, que es por ahí por donde debe comenzar cualquier síntesis o catálogo.
Había pensado, en un primer momento, en seleccionar los comienzos de películas más hermosos para mi, pues pensaba, creo que acertadamente, que una selección de finales míticos era algo demasiado evidente, muy visto, lo primero en que se suele pensar a menudo. Sin embargo, al poco tiempo caí en la cuenta que algunos de los instantes más hermosos o memorables que recordaba no figuran al principio o al final de las películas, por lo que opté por eliminar barreras e incluir aquellos fragmentos de películas imborrables, estuvieran al comienzo, en medio o al final de las mismas, sin más criterio para incluirlos aquí que su belleza, su excepcionalidad y la huella que han dejado en mi.
Así pues, comienzo por una de esas obras de arte inmortales. Centauros del desierto (John Ford, 1956) me marcó antes incluso que tuviera memoria cinematográfica definida. Se grabó en mí la escena en que el jefe indio Cicatriz encuentra a la pequeña Debbie en el cementerio y, muchos años más tarde, al volver a ver este western gigantesco, reviví la escena antes incluso de que se proyectara ese instante concreto. Pero hoy dejo aquí otros dos momentos cruciales de la película: el comienzo y el final, similares y poéticos, dramáticos por todo cuanto dicen sin palabra alguna.
http://youtu.be/YcUWKxY4NXk
El bazar de las sorpresas (Ernst Lubitsch, 1940) es una de esas películas de apariencia sencilla y trama modesta que, sin embargo, por la belleza de la historia y el calor de sus protagonistas, se va haciendo un hueco en la memoria hasta formar ya parte de uno mismo, de sus deseos y de sus visiones más hermosas. No es un film popular y los años pasados desde su estreno dificultan encontrar los fragmentos deseados. Pero dejo aquí un pequeño detalle de la misma, el final en concreto, cuando el señor Matuschek, sólo en Navidad, parece resignado a tener que pasar esas fechas sin compañía, hasta que encuentra en el último y joven empleado de su bazar al compañero de cena que tanto deseaba y lo convence enumerándole los manjares que va a comerse.
http://youtu.be/knDv-WJVneM
Otra película ya madurita, pero de una belleza exquisita, es Breve encuentro (David Lean, 1945). David Lean nos regala una de las más tiernas historias de amor jamás filmadas. Sin alardes, sin estridencias, Lean nos introduce en la intimidad de una pareja que debe luchar entre su amor y su vida. La escena que reproduzco es el final de la película, el momento en que Laura recuerda cuando se despide para siempre de Alec en la estación y regresa a su hogar, sabiendo que ha hecho lo que debía, pero destrozada interiormente al haber tenido que renunciar a la felicidad y al amor.
http://youtu.be/baxNWdRNUnI
Un tema similar al de Breve encuentro se repetirá años más tarde en otro gran título del cine romántico, Los puentes de Madison (Clint Eastwood, 1995). La similitud argumental es evidente y el desenlace, del que dejo el siguiente enlace, resulta también del mismo signo dramático que en la historia de David Lean. Y como Eatwood es un director elegante, nos deja una desgarradora escena cargada de tensión donde sobran las palabras.
http://youtu.be/RbjQFHFj_SY
Y si seguimos dentro de los sentimientos amorosos, llegamos a un film que no es en sí una historia romántica, sino una comedia genial servida por algunos de los integrantes de los famosos Monty Python, Un pez llamado Wanda (Charles Crichton, 1988). La película es una hilarante historia de un robo y los engaños múltiples que se suceden entre los ladrones para hacerse con el botín. Pero dentro de esta historia se entrelaza otra mucho más hermosa y profunda, la de un abogado atrapado en una vida que lo paraliza y momifica y que cree encontrar en el amor que siente por Wanda la tabla de salvación hacia todo lo que había soñado: amor, felicidad, comprensión, complicidad y cariño. En este pequeño fragmento de la película, el pobre Archibald Leach le confiesa a Wanda que es la chica más hermosa que ha conocido en su vida. No hablan sus ojos ni su boca, sino su corazón.
http://youtu.be/O038RfTjzy0
Doctor Zhivago (David Lean, 1965) es un film enorme. Denunciando injusticias en la Rusia de la revolución como telón de fondo, la historia se centra en la figura del doctor Zhivago: poeta, un buen hombre y, por encima de todo, enamorado de la bellísima Lara. La belleza de Julie Christie en esta película es inigualable. Para muestra... un botón.
http://youtu.be/BSgryyxp-cg
Con Capitanes intrépidos (Victor Fleming, 1937) tenemos otra versión de un hombre bueno, en este caso se trata de un humilde pescador portugués, Manuel (Spencer Tracy), que con su humanidad consigue enseñar los verdaderos valores a un chiquillo malcriado. En la escena elegida, Manuel le enseña al pequeño Harvey el valor de las cosas sencillas, como el hacer la guardia en el barco o cantar una canción y, sobre todo, el valor de la gratitud. Las palabras de Manuel sobre su padre son uno de esos momentos especiales con que nos deleita el cine de vez en cuando.
http://youtu.be/IhELwIZ8R3I
Memorias de África (Sydney Pollack, 1985) tiene unos de los comienzos más mágicos del cine: "Yo tenía una granja en África" posee la fuerza maravillosa de toda evocación y nos prepara de manera breve, pero rotunda, para vivir una historia de una belleza formal excepcional, empezando por la soberbia música de John Barry.
http://youtu.be/FtYvhKpoJkA
Y si seguimos hablando de comienzos maravillosos, el de El turista accidental (Lawrence Kasdan, 1988) es tal vez el mejor de todos. Las recomendaciones para hacer la maleta sin llenarla de cosas superficiales son, en realidad, una metáfora del paso del hombre por la vida, con el dolor acechando a la vuelta de cualquier esquina. Sólo por ese comienzo ya habría que darle un Oscar a este film maravilloso. La historia que sigue, curiosa por momentos, no deja de resultar tan dolorosa como conmovedora.
http://youtu.be/sTdhK95v-Mo
Y un momento que no puede faltar, decididamente, lo encontramos en la mítica Casablanca (Michael Curtiz, 1942). En realidad, en esta película hay dos momentos sublimes: el final, por supuesto; desgarrador e imposible y con la legendaria frase sobre la amistad y el que he elegido aquí, el instante del "Tócala de nuevo, Sam", pero con las voces originales y esa mirada llena de recuerdos y ternura de la bellísima Ingrid Bergman. ¡A disfrutar!
http://youtu.be/7vThuwa5RZU
Y si seguimos hablando de canciones, me viene de pronto a la memoria, como un fogonazo, Audrey Hepburn en la ventana, guitarra en mano. Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961) es un film extraño. Hermoso, pero extraño. Un film donde los pequeños detalles, la música, la ropa, algunas escenas y Audrey Hepburn acaban por devorar la historia en sí.
http://youtu.be/ckMVqRH_4iE
Pero a la hora de recordar momentos especiales hay un nombre que acaba por surgir con una fuerza arrolladora, y no es el título de una película, sino el de un actor excepcional, el mejor actor de la historia: Marlon Brando. No hablamos ahora de películas, sino de actuaciones para el recuerdo, momentos únicos a los que supo dar un toque especial; salvaje y viril, como en Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan, 1951), al que pertenece el primer enlace, donde Brando tiene una de las mejores actuaciones que le he visto; o el poderoso discurso de Marco Antonio en Julio César (Joseph Leo Mankiewicz, 1953), otro momento sublime con la fuerza excepcional del mejor Brando, ejemplo perfecto del poder de la retórica sobre el pueblo. Cierro este apartado con la excepcional caracterización de Don Corleone en El padrino (Francis F. Coppola, 1972). El comienzo del film, la conversación con Bonasera, nos enseña cuales son las verdaderas reglas del juego y Marlon Brando nos deleita con otra de sus míticas interpretaciones.
http://youtu.be/fgE31_aeDBc
http://youtu.be/4JcopAq1D9E
http://youtu.be/8_-UJtZwjRI
Termino con un momento también excepcional de un film que ha dejado una huella inmensa en el género de la ciencia ficción y en el cine en general. Hablo del monólogo del replicante a punto de morir en Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Si la película ya es de por sí maravillosa, con una ambientación perfecta que ha creado escuela, este monólogo tiene una fuerza, una carga poética y un trasfondo de dolor incomparables y ha quedado como uno de los instantes más aclamados de la historia del cine.
http://youtu.be/5BIakRTq25E
jueves, 16 de junio de 2011
La gran prueba
Dirección: William Wyler.
Guión: Michael Wilson (Novela: Jessamyn West).
Música: Dimitri Tiomkin.
Fotografía: Ellsworth Frederiks.
Reparto: Gary Cooper, Dorothy McGuire, Marjorie Main, Anthony Perkins, Richard Eyer, Robert Middleton, Walter Catlett.
Con el telón de fondo de la Guerra Civil, La gran prueba (1956) nos presenta un western ambientado en el mundo de los cuáqueros que, sin embargo, tiene tanto de ese género como de comedia, con algunas gotas de drama.
Jess Birdwell (Gary Cooper) y su esposa Eliza (Dorothy McGuire) son un matrimonio de granjeros cuáqueros del sur de Indiana que intentan vivir según sus convicciones religiosas, entre las que destaca un pacifismo a ultranza. Su vida apacible y tranquila se verá sacudida de pronto por la Guerra de Secesión. La llegada de tropas sudistas a su comarca pondrá a prueba su fe y la de su familia.
La gran prueba es, ante todo, desde mi punto de vista, una gran comedia. Lo primero que destaca en la historia es el excelente sentido del humor que recorre la película de principio a fin. Y es también este toque ligero lo que perdura en la memoria con el paso del tiempo, junto a que se trata primordialmente de una historia de buenas personas. Y si bien para algunos puede residir aquí uno de los fallos de la cinta, porque deja en un segundo plano el dilema moral que subyace en el fondo, sin permitir que la parte dramática de la historia se imponga, quedando bastante reducida en extensión y profundidad, creo que, bien mirado, es en ese tratamiento ligero donde reside el máximo acierto de William Wyler y el guionista Michael Wilson, autor de guiones tan brillantes como los de El puente sobre el río Kwai (1957) o Lawrence de Arabia (1962) e incluido en la lista negra durante la caza de brujas acusado de comunista. Porque si bien el paso del tiempo ha perjudicado un poco el excesivo tono bucólico del film, remarcado por una melodía demasiado dulzona, es precisamente ese tono de comedia, que hace que no nos tomemos la historia muy en serio, lo que permite a la película pervivir en el tiempo al no afrontar el debate del pacifismo y las convicciones morales de los protagonistas con excesivo rigor. De este modo, disfrutamos de un film con bastante contenido pero donde lo más importante no parece ser el debate serio y riguroso, para el que quizá el medio cinematográfico no sea el más adecuado. Y además, es que el tratamiento cómico es excelente, con unos diálogos soprendentes e ingeniosos y una gran variedad de situaciones y momentos memorables como, sin ahondar en demasiados, toda la parte de la visita a la feria de la familia Birdwell.
Es verdad que los personajes no resultan del todo creíbles, que la presentación de su entorno y su vida es demasiado perfecta y demasiado idealizada. Es aquí donde el tono general chirría un poco, pero queda en segundo plano ante la brillantez de la puesta en escena y de los diálogos y situaciones cómicas, lo que unido a la buena dirección y al excelente reparto permite que no nos resulte complicado perdonar esos pequeños defectos.
Porque la película cuenta con el estilo y el talento de William Wyler a la hora de contar la historia de una manera ágil y amena, lo que hace que, a pesar de la larga duración de la película, nunca tengamos la sensación de cansancio o de estar ante momentos muertos. Desde que arranca la película con el simpético ganso al acecho hasta el final, la historia transcurre con un ritmo perfecto.
En cuanto al reparto, La gran prueba cuenta un grupo de actores excelente. Gary Cooper, sin ser uno de mis actores preferidos, impone una presencia y un saber hacer, sin grandes alardes, que son toda una lección de naturalidad; además, el papel de cuáquero con ciertas debilidades le va como anillo al dedo. A su lado, Dorothy McGuire está excelente. Su interpretación, con esa mirada azul inmensa y tan expresiva, es quizá la mejor de todo el reparto. Tenemos también a Anthony Perkins en uno de sus primeros papeles en el cine. Ya apuntaba esos tics que serán tan característicos suyos y si bien parece sobreactuar por momentos, en general resulta bastante convincente. Sin embargo, son los secundarios los que terminan de redondear el reparto, con unas muy buenas interpretaciones, como la de Robert Middleton, por ejemplo, en el papel de Sam Jordan, el vecino con el que compite Jess cada domingo camino de la iglesia o también el pequeño Richard Eyer, bastante bien en su papel, algo no siempre habitual en el caso de los niños.
Nominada a seis Oscars (entre ellos al de mejor película, director y actor secundario para Anthony Perkins), si bien no ganó en ningún apartado, aunque se llevaría la Palma de Oro en Cannes, La gran prueba no deja de ser una muy buena película, a pesar de estar considerado un film menor en la filmografía de su director. Puede que el tratamiento desenfadado sea lo que le reste puntos de cara a algunos críticos especialmente sesudos, pero como comedia no deja de ser brillante y como reflexión sobre la religión y las creencias de los hombres en casos extremos tampoco deja de aportar su granito de arena, decantándose por la libertad de conciencia de cada individuo como única guía de sus actos. Y no creo que se le pueda poner ningún pero en este aspecto tampoco.
Guión: Michael Wilson (Novela: Jessamyn West).
Música: Dimitri Tiomkin.
Fotografía: Ellsworth Frederiks.
Reparto: Gary Cooper, Dorothy McGuire, Marjorie Main, Anthony Perkins, Richard Eyer, Robert Middleton, Walter Catlett.
Con el telón de fondo de la Guerra Civil, La gran prueba (1956) nos presenta un western ambientado en el mundo de los cuáqueros que, sin embargo, tiene tanto de ese género como de comedia, con algunas gotas de drama.
Jess Birdwell (Gary Cooper) y su esposa Eliza (Dorothy McGuire) son un matrimonio de granjeros cuáqueros del sur de Indiana que intentan vivir según sus convicciones religiosas, entre las que destaca un pacifismo a ultranza. Su vida apacible y tranquila se verá sacudida de pronto por la Guerra de Secesión. La llegada de tropas sudistas a su comarca pondrá a prueba su fe y la de su familia.
La gran prueba es, ante todo, desde mi punto de vista, una gran comedia. Lo primero que destaca en la historia es el excelente sentido del humor que recorre la película de principio a fin. Y es también este toque ligero lo que perdura en la memoria con el paso del tiempo, junto a que se trata primordialmente de una historia de buenas personas. Y si bien para algunos puede residir aquí uno de los fallos de la cinta, porque deja en un segundo plano el dilema moral que subyace en el fondo, sin permitir que la parte dramática de la historia se imponga, quedando bastante reducida en extensión y profundidad, creo que, bien mirado, es en ese tratamiento ligero donde reside el máximo acierto de William Wyler y el guionista Michael Wilson, autor de guiones tan brillantes como los de El puente sobre el río Kwai (1957) o Lawrence de Arabia (1962) e incluido en la lista negra durante la caza de brujas acusado de comunista. Porque si bien el paso del tiempo ha perjudicado un poco el excesivo tono bucólico del film, remarcado por una melodía demasiado dulzona, es precisamente ese tono de comedia, que hace que no nos tomemos la historia muy en serio, lo que permite a la película pervivir en el tiempo al no afrontar el debate del pacifismo y las convicciones morales de los protagonistas con excesivo rigor. De este modo, disfrutamos de un film con bastante contenido pero donde lo más importante no parece ser el debate serio y riguroso, para el que quizá el medio cinematográfico no sea el más adecuado. Y además, es que el tratamiento cómico es excelente, con unos diálogos soprendentes e ingeniosos y una gran variedad de situaciones y momentos memorables como, sin ahondar en demasiados, toda la parte de la visita a la feria de la familia Birdwell.
Es verdad que los personajes no resultan del todo creíbles, que la presentación de su entorno y su vida es demasiado perfecta y demasiado idealizada. Es aquí donde el tono general chirría un poco, pero queda en segundo plano ante la brillantez de la puesta en escena y de los diálogos y situaciones cómicas, lo que unido a la buena dirección y al excelente reparto permite que no nos resulte complicado perdonar esos pequeños defectos.
Porque la película cuenta con el estilo y el talento de William Wyler a la hora de contar la historia de una manera ágil y amena, lo que hace que, a pesar de la larga duración de la película, nunca tengamos la sensación de cansancio o de estar ante momentos muertos. Desde que arranca la película con el simpético ganso al acecho hasta el final, la historia transcurre con un ritmo perfecto.
En cuanto al reparto, La gran prueba cuenta un grupo de actores excelente. Gary Cooper, sin ser uno de mis actores preferidos, impone una presencia y un saber hacer, sin grandes alardes, que son toda una lección de naturalidad; además, el papel de cuáquero con ciertas debilidades le va como anillo al dedo. A su lado, Dorothy McGuire está excelente. Su interpretación, con esa mirada azul inmensa y tan expresiva, es quizá la mejor de todo el reparto. Tenemos también a Anthony Perkins en uno de sus primeros papeles en el cine. Ya apuntaba esos tics que serán tan característicos suyos y si bien parece sobreactuar por momentos, en general resulta bastante convincente. Sin embargo, son los secundarios los que terminan de redondear el reparto, con unas muy buenas interpretaciones, como la de Robert Middleton, por ejemplo, en el papel de Sam Jordan, el vecino con el que compite Jess cada domingo camino de la iglesia o también el pequeño Richard Eyer, bastante bien en su papel, algo no siempre habitual en el caso de los niños.
Nominada a seis Oscars (entre ellos al de mejor película, director y actor secundario para Anthony Perkins), si bien no ganó en ningún apartado, aunque se llevaría la Palma de Oro en Cannes, La gran prueba no deja de ser una muy buena película, a pesar de estar considerado un film menor en la filmografía de su director. Puede que el tratamiento desenfadado sea lo que le reste puntos de cara a algunos críticos especialmente sesudos, pero como comedia no deja de ser brillante y como reflexión sobre la religión y las creencias de los hombres en casos extremos tampoco deja de aportar su granito de arena, decantándose por la libertad de conciencia de cada individuo como única guía de sus actos. Y no creo que se le pueda poner ningún pero en este aspecto tampoco.
domingo, 5 de junio de 2011
Encubridora
Dirección: Fritz Lang.
Guión: Daniel Taradash (Historia: Sylvia Richards).
Música: Emil Newman.
Fotografía: Hal Mohr.
Reparto: Marlene Dietrich, Arthur Kennedy, Mel Ferrer, Gloria Henry, William Frawley, Lisa Ferraday, John Raven, Jack Elam, George Reeves, Frank Ferguson, Francis McDonald, Dan Seymour, John Kellogg, Rodd Redwing.
Curioso y sorprendente western de Fritz Lang, Encubridora (1952) tiene, en realidad, tanto de western como de film negro o policíaco y es a la vez brillante en algunos aspectos como ingenuo en otros.
Cuando un desconocido viola y mata a su prometida, Beth Forbes (Gloria Henry), Vern Haskell (Arthur Kennedy) sale en su busca a pesar no saber nada de él. La única pista que obtiene será el nombre de lo que parece ser un lugar, "La rueda de la fortuna", que le pone sobre la pista de una enigmática mujer, Altar Keane (Marlene Dietrich), por lo que no parará hasta dar con ella.
Encubridora arranca con un beso y una escena de completa felicidad que no presagia nada bueno y que poco tiene que ver con el resto de la película. En efecto, este comienzo no es más que la disculpa para un film negro y opresivo que tanto podría tener lugar en el Oeste americano como en cualquier otro tiempo o lugar. Fritz Lang, con un guión de Daniel Taradash, autor también del guión de De aquí a la eternidad (Fred Zinnemann, 1953), nos introduce en una oscura historia poblada por seres atormentados, violentos y amargados, donde la ira y la violencia soterradas van creciendo lentamente hasta explotar al final de manera inevitable. Hay algo así como una especie de justicia divina o de destino fatal que termina por imponerse, algo que no deja de recordar a una tragedia griega.
Quizá el mayor acierto de Encubridora, además de ese ambiente opresor, apoyándose Lang en una fotografía muy expresiva y colorista, resida en el atinado reparto de la misma. Empezando por el encanto de Marlene Dietrich, una mujer cuya presencia es tan rotunda que pienso que no es que actúe bien o mal, simplemente se impone en la pantalla, la ocupa por completo y trasciende incluso su papel para convertirse en una especie de ícono. A su lado, Arthur Kennedy, un héroe atípico, porque es un actor con un lado oscuro siempre presente, con esa ira que lo transforma y lo convierte en alguien tan peligroso como un demente. El tercero en discordia es un elegante Mel Ferrer, con un porte sublime y un aire trágico, de alguien dispuesto al sacrificio por amor o por remordimiento o, sencillamente, porque sabe el precio que ha de pagar.
Sin embargo, Encubridora no ha envejecido demasiado bien en otros aspectos. Quizá el mayor pero que le hago es el uso de esa canción, "The Legend Of Chuck-A-Luck" de Ken Darby, interpretada por William Lee, como una especie de leitmotiv que condensa la historia y parece querer darle a la misma una especie de aire de leyenda, pero que no termina de convencerme. Tampoco el recurso de los flashbacks me parece lo más acertado, pues rompe un poco el ritmo de la historia y llega a confundir sobre el posterior desarrollo de la misma; afortunadamente, sólo aparecen en el primer tercio de la película.
En cuanto a los diálogos, la película se muestra también un tanto irregular. Frente a frases memorables, la mayoría de las cuales salen de los labios de Marlene Dietrich, de nuevo en la piel de una mujer fatal que al final no lo es tanto, hay otros momentos en que tenemos la sensación de que el guionista no se ha esforzado lo suficiente, con algunas réplicas un tanto ingenuas o poco brillantes.
Otro punto donde se nota en exceso el paso de los años es con el uso de los decorados, realmente demasiado visibles y no muy afortunados, en especial los exteriores. Supongo que sería por una cuestión de presupuesto, pero el resultado es muy malo y desentonan demasiado, con lo que quiebran un tanto el ambiente tan personal de la película, uno de sus puntos fuertes.
Encubridora es, a pesar de esos pequeños detalles señalados y de haber sido amputado el final por el productor Howard Hughes, un film interesante que, aunque no llega a la altura de otros de Fritz Lang, sí que posee ciertos rasgos típicos de su director, como una narración ágil y concisa y, sobre todo, un ambiente único, poderoso, con algunas imágenes brillantes, fiel al estilo del director alemán.
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