El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 22 de junio de 2011

Momentos de película





Todos tenemos guardadas en nuestra memoria escenas, músicas, frases e imágenes de películas. Son fragmentos que se han hecho un hueco en nuestros recuerdos. A veces, es lo único que conservamos de un film visto hace mucho tiempo.

Nunca es fácil hacer selecciones o listas. Siempre temo olvidarme de alguna película importante, temo que la memoria me traicione. Pero es evidente que cuando hay algunos recuerdos recurrentes, títulos que siempre son los primeros en acudir a ti, está claro entonces que no deben faltar en una recopilación, que es por ahí por donde debe comenzar cualquier síntesis o catálogo.

Había pensado, en un primer momento, en seleccionar los comienzos de películas más hermosos para mi, pues pensaba, creo que acertadamente, que una selección de finales míticos era algo demasiado evidente, muy visto, lo primero en que se suele pensar a menudo. Sin embargo, al poco tiempo caí en la cuenta que algunos de los instantes más hermosos o memorables que recordaba no figuran al principio o al final de las películas, por lo que opté por eliminar barreras e incluir aquellos fragmentos de películas imborrables, estuvieran al comienzo, en medio o al final de las mismas, sin más criterio para incluirlos aquí que su belleza, su excepcionalidad y la huella que han dejado en mi.

Así pues, comienzo por una de esas obras de arte inmortales. Centauros del desierto (John Ford, 1956) me marcó antes incluso que tuviera memoria cinematográfica definida. Se grabó en mí la escena en que el jefe indio Cicatriz encuentra a la pequeña Debbie en el cementerio y, muchos años más tarde, al volver a ver este western gigantesco, reviví la escena antes incluso de que se proyectara ese instante concreto. Pero hoy dejo aquí otros dos momentos cruciales de la película: el comienzo y el final, similares y poéticos, dramáticos por todo cuanto dicen sin palabra alguna.

 http://youtu.be/YcUWKxY4NXk

El bazar de las sorpresas (Ernst Lubitsch, 1940) es una de esas películas de apariencia sencilla y trama modesta que, sin embargo, por la belleza de la historia y el calor de sus protagonistas, se va haciendo un hueco en la memoria hasta formar ya parte de uno mismo, de sus deseos y de sus visiones más hermosas. No es un film popular y los años pasados desde su estreno dificultan encontrar los fragmentos deseados. Pero dejo aquí un pequeño detalle de la misma, el final en concreto, cuando el señor Matuschek, sólo en Navidad, parece resignado a tener que pasar esas fechas sin compañía, hasta que encuentra en el último y joven empleado de su bazar al compañero de cena que tanto deseaba y lo convence enumerándole los manjares que va a comerse.

http://youtu.be/knDv-WJVneM

Otra película ya madurita, pero de una belleza exquisita, es Breve encuentro (David Lean, 1945). David Lean nos regala una de las más tiernas historias de amor jamás filmadas. Sin alardes, sin estridencias, Lean nos introduce en la intimidad de una pareja que debe luchar entre su amor y su vida. La escena que reproduzco es el final de la película, el momento en que Laura recuerda cuando se despide para siempre de Alec en la estación y regresa a su hogar, sabiendo que ha hecho lo que debía, pero destrozada interiormente al haber tenido que renunciar a la felicidad y al amor.

http://youtu.be/baxNWdRNUnI

Un tema similar al de Breve encuentro se repetirá años más tarde en otro gran título del cine romántico, Los puentes de Madison (Clint Eastwood, 1995). La similitud argumental es evidente y el desenlace, del que dejo el siguiente enlace, resulta también del mismo signo dramático que en la historia de David Lean. Y como Eatwood es un director elegante, nos deja una desgarradora escena cargada de tensión donde sobran las palabras.

http://youtu.be/RbjQFHFj_SY

Y si seguimos dentro de los sentimientos amorosos, llegamos a un film que no es en sí una historia romántica, sino una comedia genial servida por algunos de los integrantes de los famosos Monty Python, Un pez llamado Wanda (Charles Crichton, 1988). La película es una hilarante historia de un robo y los engaños múltiples que se suceden entre los ladrones para hacerse con el botín. Pero dentro de esta historia se entrelaza otra mucho más hermosa y profunda, la de un abogado atrapado en una vida que lo paraliza y momifica y que cree encontrar en el amor que siente por Wanda la tabla de salvación hacia todo lo que había soñado: amor, felicidad, comprensión, complicidad y cariño. En este pequeño fragmento de la película, el pobre Archibald Leach le confiesa a Wanda que es la chica más hermosa que ha conocido en su vida. No hablan sus ojos ni su boca, sino su corazón.

http://youtu.be/O038RfTjzy0

Doctor Zhivago (David Lean, 1965) es un film enorme. Denunciando injusticias en la Rusia de la revolución como telón de fondo, la historia se centra en la figura del doctor Zhivago: poeta, un buen hombre y, por encima de todo, enamorado de la bellísima Lara. La belleza de Julie Christie en esta película es inigualable. Para muestra... un botón.

http://youtu.be/BSgryyxp-cg

Con Capitanes intrépidos (Victor Fleming, 1937) tenemos otra versión de un hombre bueno, en este caso se trata de un humilde pescador portugués, Manuel (Spencer Tracy), que con su humanidad consigue enseñar los verdaderos valores a un chiquillo malcriado. En la escena elegida, Manuel le enseña al pequeño Harvey el valor de las cosas sencillas, como el hacer la guardia en el barco o cantar una canción y, sobre todo, el valor de la gratitud. Las palabras de Manuel sobre su padre son uno de esos momentos especiales con que nos deleita el cine de vez en cuando.

http://youtu.be/IhELwIZ8R3I

Memorias de África (Sydney Pollack, 1985) tiene unos de los comienzos más mágicos del cine: "Yo tenía una granja en África" posee la fuerza maravillosa de toda evocación y nos prepara de manera breve, pero rotunda, para vivir una historia de una belleza formal excepcional, empezando por la soberbia música de John Barry.

http://youtu.be/FtYvhKpoJkA

Y si seguimos hablando de comienzos maravillosos, el de El turista accidental (Lawrence Kasdan, 1988) es tal vez el mejor de todos. Las recomendaciones para hacer la maleta sin llenarla de cosas superficiales son, en realidad, una metáfora del paso del hombre por la vida, con el dolor acechando a la vuelta de cualquier esquina. Sólo por ese comienzo ya habría que darle un Oscar a este film maravilloso. La historia que sigue, curiosa por momentos, no deja de resultar tan dolorosa como conmovedora.

http://youtu.be/sTdhK95v-Mo

Y un momento que no puede faltar, decididamente, lo encontramos en la mítica Casablanca (Michael Curtiz, 1942). En realidad, en esta película hay dos momentos sublimes: el final, por supuesto; desgarrador e imposible y con la legendaria frase sobre la amistad y el que he elegido aquí, el instante del "Tócala de nuevo, Sam", pero con las voces originales y esa mirada llena de recuerdos y ternura de la bellísima Ingrid Bergman. ¡A disfrutar!

http://youtu.be/7vThuwa5RZU

Y si seguimos hablando de canciones, me viene de pronto a la memoria, como un fogonazo, Audrey Hepburn en la ventana, guitarra en mano. Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961) es un film extraño. Hermoso, pero extraño. Un film donde los pequeños detalles, la música, la ropa, algunas escenas y Audrey Hepburn acaban por devorar la historia en sí.

http://youtu.be/ckMVqRH_4iE

Pero a la hora de recordar momentos especiales hay un nombre que acaba por surgir con una fuerza arrolladora, y no es el título de una película, sino el de un actor excepcional, el mejor actor de la historia: Marlon Brando. No hablamos ahora de películas, sino de actuaciones para el recuerdo, momentos únicos a los que supo dar un toque especial; salvaje y viril, como en Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan, 1951), al que pertenece el primer enlace, donde Brando tiene una de las mejores actuaciones que le he visto; o el poderoso discurso de Marco Antonio en Julio César (Joseph Leo Mankiewicz, 1953), otro momento sublime con la fuerza excepcional del mejor Brando, ejemplo perfecto del poder de la retórica sobre el pueblo. Cierro este apartado con la excepcional caracterización de Don Corleone en El padrino (Francis F. Coppola, 1972). El comienzo del film, la conversación con Bonasera, nos enseña cuales son las verdaderas reglas del juego y Marlon Brando nos deleita con otra de sus míticas interpretaciones.

http://youtu.be/fgE31_aeDBc

http://youtu.be/4JcopAq1D9E

http://youtu.be/8_-UJtZwjRI

Termino con un momento también excepcional de un film que ha dejado una huella inmensa en el género de la ciencia ficción y en el cine en general. Hablo del monólogo del replicante a punto de morir en Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Si la película ya es de por sí maravillosa, con una ambientación perfecta que ha creado escuela, este monólogo tiene una fuerza, una carga poética y un trasfondo de dolor incomparables y ha quedado como uno de los instantes más aclamados de la historia del cine.

http://youtu.be/5BIakRTq25E

1 comentario:

  1. Justamente ahora estoy bajando muchas películas del cine clásico, son las mejores, cuando uno empieza con ellas ya no encuentra nada bueno en las actuales a parte de mucha acción.
    Yo en cambio breve encuentro la considero la actual película enamorarse

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